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martes, 31 de mayo de 2022

Dinero fácil (18)

Aún no había pasado todo el periodo de tiempo que le había otorgado Lady Khlagga, cuando sonó el timbre de su camarote. Patrick abrió la puerta desde la consola de su despacho. 

-   ¿Qué ha pasado? Me ha dicho Victor que Lady Khlagga ha venido a por nuestras pasajeras -entró Valerie como un huracán. 

-   Cierra y te cuento -pidió Patrick.

Según la compuerta se cerró, Patrick le fue contando todo lo sucedido desde que se había marchado la mujer al exterior con el destacamento. Le contó lo de Lady Khlagga, la verdad sobre las pasajeras y el secreto de la supuesta hija. También le esbozó el plan que había ido madurando en su mente. 

-   ¿Qué te parece? -preguntó Patrick, al terminar su explicación. 

-   Viniendo de ti, sin duda es un plan maquiavélico -contestó Valerie, con una ligera sonrisa-. Pero la verdad, si Durinn es una mentirosa, por qué no entregarla a ese hombre que la quiere. Podríamos hacernos con esa gran recompensa. 

-   ¡Una gran recompensa! ¡Sí! -afirmó Patrick-. Pero nuestra alma manchada con la falsedad. Ya sabes el hombre que soy Valerie. 

-   Un idiota, como mi padre -se burló Valerie, pero sabía a que se refería Patrick y le gustaba como era. No se habría enrolado con él, si no se pareciera ni un ápice a lo que fue su padre-. Si ese es tu plan, lo llevaremos a cabo. Como digo siempre, lo que ideas nos hace sobrevivir, capitán. Si ya te has decidido por algo, yo te seguiré hasta el final. 

-   En ese caso ve a ver a nuestro insigne jefe de máquinas y pregúntele dónde cree que es el mejor lugar para el salto -ordenó Patrick-. Un lugar que esté lo suficientemente lejos para que pueda librarnos del problema de la niña y que nos permita llegar al sistema del astillero. No tenemos el suficiente combustible y bien que lo sabe. 

-   A sus órdenes, capitán -Valerie, con una sonrisa entre los labios, hizo un taconeó bastante sonoro, una gamberrada más de las suyas.

Valerie se marchó, dejando de nuevo solo a Patrick. Este se mantuvo pensativo. No solo los recuerdos y las experiencias pasadas se le fueron apareciendo en su cerebro, sino todo lo que había estudiado cuando era joven. Había decidido que fuera Valerie a hablar con Halwok, ya que a ella se le daba mejor tratar con el xilan. Patrick siempre bromeaba con que hasta el ingeniero tenía su corazón, después de todo.

Al final, se levantó y regresó al camarote de Halwok. Eleanor se había despertado, estaba intentando librarse de las ataduras, pero Patrick había sido bastante concienzudo con ellas. 

-   Nos has mentido sobre todo, me temo -dijo Patrick mirando a los ojos de Eleanor-. Incluso me has apuntado con ese juguete que escondías. Halwok tiene a la niña y vamos a quitarnos la sonda. 

-   No la destruyas, por favor -pidió Eleanor con los ojos llorosos. 

-   Las lágrimas no me van a hacer que me compadezca -le advirtió Patrick-. Esa sonda nos hace ser el blanco de los mercenarios y cazarrecompensas del dueño de la niña. ¿O era su malvado padre? Bueno, ya poco importa. 

-   Tened cuidado, en su interior hay mucha información, todo mi trabajo -siguió rogando Eleanor con una mueca de desesperación. 

-   ¿Quién o qué eres en realidad, Eleanor? -inquirió Patrick. 

-   Soy investigadora, periodista -contestó Eleanor-. Esa niña contiene todas las pruebas de mi investigación. Años de trabajo para desenmascarar a un ser vil. 

-   ¿A quién?

Eleanor se lo quedó mirando, dudando si responder a esa pregunta o no. Patrick suspiró y se dio la vuelta. 

-   Bueno, poco importa, más tarde me lo contaras -dijo Patrick-. Se ha acabado el tiempo y tengo que lidiar con una de las mercenarias más miserable de todo el territorio. Cuando me haya librado de ella, volveremos a hablar. Y ve pensando ya las respuestas que nos vas a dar, ya que todo servirá para lo que decidamos hacer. Pues tu cabeza vale mucho más que lo vale que llegue a Erbock.

Patrick no se quedó a escuchar la respuesta de Eleanor, ya que el tiempo que le había dado lady Khlagga estaba a punto de consumirse y tenía que realizar su jugada lo mejor posible. Las vidas de todos los de la Folkung dependían de su buena o mala interpretación.

sábado, 28 de mayo de 2022

Aguas patrias (90)

La última noche, antes de partir, Eugenio la volvió a pasar con Teresa, pues desconocía lo que le podía acarrear su próxima misión. Esa despedida del día siguiente les hizo que se amasen con más pasión que en la noche de la boda. Aunque no era del agrado de Eugenio, pasó toda la noche en tierra. No podía marcharse del lecho de su esposa porque añorase el vaivén de su coy. Apuntó en su mente preguntarle a don Rafael como se adaptó a vivir en tierra si se echaba de menos el mar.

Por la mañana la despedida fue triste y la congoja no solo fue cosa de Teresa. Casi se pudo decir que ella tuvo más compostura y le deseó lo mejor en su misión. Aunque también le aseguró que rezaría por un pronto retorno. Eugenio consiguió expresar su desdicha por tener que irse, pero las órdenes eran ley en la marina. Tras una serie de frases cargadas de amor y pena, Eugenio abandonó la casa, para regresar, con las primeras luces del día a su fragata.

Romonés le recibió en la borda. 

-   Listos para hacernos a la mar, mi capitán -anunció Mariano, con expresión neutra, como debía ser la de un primer teniente. 

-   ¿Ya han desplegado la bandera de salida en el castillo? -preguntó Eugenio. 

-   No, capitán -negó Mariano. 

-   En ese caso bajo a mi camarote para cambiarme -indicó Eugenio-. Que la tripulación se dedique a las tareas propias de su guardia. Cuando aparezca la bandera de salida que se me avise.

-   Sí, capitán -asintió Mariano.

Eugenio cruzó la cubierta hasta la escala y desapareció en el interior de la nave. En su camarote se cambió de uniforme. Se quitó el de paseo, el que usaba en tierra y se puso el que usaba en el mar. Uno más ajado, menos lustrado, uno que no importaba que se manchase o se rompiese, su antiguo uniforme de teniente, modificado para indicar el grado que era actualmente. Había capitanes que iban siempre con uniformes elegantes y bien cuidados, incluso vestían a sus marineros y oficiales. Pero Eugenio primaba que sus hombres fueran eficientes a que fueran damiselas. Unos golpes de nudillos en la puerta de su camarote le devolvieron a Eugenio a la realidad. 

-   Adelante -gritó Eugenio.

Un jovencito, que Eugenio no creía conocer, entró con su casaca de guardiamarina, una casaca remendada con ganas. Llevaba un bicornio en la cabeza, una pieza vieja y descolorida, pero que parecía que habían intentado dejarlo presentable, de esa forma que lo hace una madre, para que el que lo lleve no desentone. 

-   ¿Quién es usted? -preguntó Eugenio. 

-   Ildefonso Garrigez, señor -se presentó el muchachito-. Llegué ayer a la fragata, señor. 

-   Bien, señor Garrigez, cuando esté ante mi presencia se quita el bicornio y se lo coloca bajo la axila -le advirtió Eugenio a Ildefonso, que se quitó a toda velocidad el bicornio, pero sin ponerse rojo o ni perder la solemnidad del momento-. Bien, señor Garrigez, supongo que ha venido a traerme un mensaje, ¿no? 

-   Sí, capitán -afirmó Ildefonso-. El señor Romonés le informa que se ha izado la bandera de salida, junto a la de con presteza. 

-   Bien, indíquele al señor Romonés que subiré inmediatamente, pero que puede empezar a levar anclas y que informe a la escuadra, salida con presteza -dijo Eugenio-. Y señor Garrigez, una vez que estemos navegando, ha de presentarse ante mí para entregarme su asignación a este barco, ¿comprendido? 

-   Sí, señor, digo capitán -por fin Ildefonso pareció ponerse algo nervioso.

De todas formas, el muchacho se marchó antes de que se pudiera poner más nervioso aún. Que era lo que había provocado ese cambio en él. El hecho de tener que presentarse después para entregar las órdenes que le mandaban a la fragata como guardiamarina. Eso no podía ser, ya que todos los guardiamarinas solían llegar felices con ese papel para asumir su primer puesto en la marina. La cuestión es que las facciones del muchacho, su piel bronceada, le recordaban algo a Eugenio, pero no precisaba el qué. Ildefonso no era muy alto, pero aún podía pegar un estirón y parecía fuerte. Y lo suficientemente listo para adaptarse con lo del sombrero, que seguro que había sido una gamberrada de los otros guardiamarinas. Siempre le hacían creer al nuevo que había que presentarse de punta en blanco ante él, sombrero incluido. A él también se lo hicieron de joven. Pero como este muchacho, él no acusó a los que le habían engañado. Bueno, era hora de salir al mar.

El reverso de la verdad (80)

Cuando Gerard llegó al piso superior, siguiendo los pasos del niño, les hizo una seña a sus hombres de que se dirigieran al piso superior y miró al niño. 

-   Por ese lado está Alfonse y por el contrario el que se te escapó en el hotel -informó Gerard-. Te dejamos limpio todo para que experimentes, te diviertas o lo que quieras. Nosotros no te vamos a ayudar. 

-   Mejor, porque no os necesito y me estorbaríais -aseguró el muchacho-. Sabes bien lo que pasa a los que me estorban, ¿verdad?

Gerard no le respondió y empezó a subir las escaleras, deseando que uno de sus enemigos destrozase a ese niñato. Pero al darse cuenta de esa idea, la desechó, ya que eso indicaría que el enemigo se enfrentaría a ellos después.

El niño, solo, miró hacia un lado y luego hacia el otro. Escuchaba las pisadas sordas de sus enemigos, que se acercaban hacia las escaleras, sabiendo que sus enemigos se habían retirado al siguiente piso. 

-   ¡Alfonse! ¡Alfonse! -gritó el muchacho-. ¡Y el del hotel! Os espero con las manos abiertas, vamos, venid a jugar conmigo.

Los ligeros ruidos que había detectado, se silenciaron. Sabía que se habían acercado, pero seguían escondidos. 

-   Pero si es el niño -gritó Markus-. Ven a jugar con el tío Alfonse, vamos. 

-   No, no, que si voy contigo, la escalera queda libre para tu amigo. No, venga, venid a jugar y…

Las palabras del muchacho se diluyeron al darse cuenta de un puntero láser en el medio de su pecho. Siguió el rayo de luz, que venía de la ventana que tenía enfrente. Alzó las dos pistolas que llevaba y empezó a disparar contra la ventana. El cristal se hizo añicos, junto con las cortinas y la madera. Entonces por el rabillo del ojo vio un movimiento a su izquierda, alguien, medio agachado había entrado y se había escudado tras un sofá. Se giró, sin dejar de disparar. Las balas fueron incrustándose en las paredes, en cuadros que cayeron al suelo o rebotando en las estatuas. El sofá se ganó su propia dosis de plomo, hasta que se terminaron los cargadores. El niño los soltó y metió un par, nuevos, repletos de proyectiles. Se acercó hasta el sofá, con velocidad, para descubrir que la sombra que había visto era el cuerpo de uno de los matones de Gerard, muerto mucho antes y no por él. Eso le enfadó, ya que le habían tomado por tonto. 

-   Round uno para los mayores -gritó Markus, por algún lugar a la espalda del niño que se volvió al momento. 

-   Tengo mucho plomo para vosotros, alimañas -se rió el niño, ligeramente molesto por haber caído en la trampa. 

-   Y has dejado la escalera sin protección -advirtió Markus.

El muchacho regresó a la zona de inicio, pero esta vez se dio cuenta de que había huellas de barro que subían por las escaleras. Podría ser que uno de sus enemigos hubiera pasado su defensa. Decidió seguir las huellas, pero según pisó el primer escalón un trozo de madera de la barandilla saltó, sin duda alcanzada por un disparo, de un arma con silenciador. 

-   No querías jugar, niño, ¿pues a donde vas? -preguntó Markus.

El niño se dio cuenta de que Markus estaba en alguna parte, que le tenía a tiro, pero que en vez de matarle, seguía el juego. Ahora no podía marcharse en busca de la otra presa, ya que en verdad, la alimaña era ahora él, acechada por un depredador. Pero esta triste realidad, no la supo ver y se dirigió hacia la parte de la casa donde Gerard había dicho que estaba Alfonse. Ya habría tiempo para hacerse con el otro.

En la parte superior de la escalera, en el descansillo, escondido en las sombras, se encontraba Andrei, apuntando al niño, pero sin tener un disparo claro. Le había dado tiempo a montar una trampa y escabullirse. Y parecía que Markus ya había decidido con quien jugar. Recordaba que le había indicado en el coche que quería desquitarse con el muchacho, el asesino miserable de Alexander. Pues mientras su amigo se divertía, él se las vería con Alexander. A sangre y pólvora.

martes, 24 de mayo de 2022

Falsas visiones (17)

Los hombres de Spartex trabajaban duro, habían colocado los carros por donde debería haber estado el terraplén del antiguo baluarte. Habían descargado la mercancía. Los sacos los habían puesto también como defensas y los barriles en el interior. Los animales los habían soltado por los prados cercanos, pues sabían que eran una carga para la defensa. Solo se quedarían los de los partos y un par más, el de Spartex y el de Lutenia.

Rufo y Varo no se habían desmontado y permanecían mirando los esfuerzos de los hombres de Spartex. Rufo quería esperar a que oscureciese algo más para desaparecer. 

-   ¿Así que nuestra alianza se ha terminado, eh? -Spartex apareció de la nada, acercándose por la espalda de ambos jinetes-. No hace falta que me intentes mentir, muchacho. Los dioses han decidido ser caprichosos con nosotros. No esperaba este problema. 

-   Aún estás a tiempo de tomar los caballos y desaparecer en la oscuridad -indicó Rufo. 

-   No voy a dejar mi mercancía aquí, para que caiga en las manos de esos insidiosos cántabros, muertos de hambre -negó Spartex-. Mis hombres no serán legionarios, pero venderán cara su piel. Tengo orgullo, romano, aunque no lo creas. No es una cosa propia únicamente de los ciudadanos de Roma. Aunque…

La voz de Spartex se moduló, para acabar desapareciendo. 

-   ¿Aunque? -inquirió Rufo, sabiendo que Spartex lo había hecho a propósito para que él cayese en la provocación. 

-   Solo pensaba que podríais iros y traer a los famosos legionarios de la Victrix -contestó Spartex-. Los cántabros son pocos y se desmoralizarán al ver a las águilas. 

-   Haré lo que esté en mis manos para ello -aseguró Rufo. 

-   Estoy seguro que sí porque Lutenia y los partos irán con vosotros -indicó Spartex. 

-   Cuantos más seamos, más atraeremos a los cántabros -se quejó Rufo, pero sabía que Spartex ya había decidido qué hacer-. Está bien, que vengan con nosotros, pero las órdenes las doy yo. 

-   Claro, claro… -Spartex se marchó rápido.

Lo siguiente que Rufo observó fue que los hombres de Spartex fueron encendiendo hogueras fuera de los carros y cuando la luz empezó a escasear, llegaron los partos con Lutenia. Spartax andaba junto a ellos. 

-   Debemos irnos ya -indicó Rufo, no podemos esperar más. 

-   Esta niña tonta no quería irse sin su padre, me quiere, la pobre -se rio Spartex-. Los partos harán todo lo que les mande Lutenia. 

-   Ese no era el trato -espetó Rufo. 

-   Tampoco nos íbamos a separar hasta Legio, muchacho -recordó Spartex-. Los partos son mejores soldados que tú y tu amigo. Tienen años de experiencia. No van a aceptar las órdenes de un don nadie. Mata y conviértete en un guerrero y ellos te respetaran. Lutenia es mi hija y a ella la tienen respeto. Ella les dará las órdenes. 

-   Está bien, nos vamos -dijo Rufo, que miró a Lutenia-. ¿Esta lista, su excelencia? 

-   Esta lista y os vais ya -fue Spartex quien respondió por la muchacha-. Que los dioses os protegan. Nos veremos pronto. 

-   Que te cuiden también a ti -le deseó Rufo, aunque no se sabía bien si porque así lo sentía o porque se quería ir de allí ya.

Rufo giró su montura y se puso al trote. Varo le siguió, tras ellos Lutenia y los jinetes partos. Cualquiera que los viera, pensaría en un noble con seis escoltas. Spartex esperaba que los cántabros decidieran quedarse con ellos y no siguieran a los otros. Aunque también esperaba que no se hubieran percatado de la marcha de los siete, ya que la luz de las fogatas deberían cegar sus ojos y evitar que vieran nada más.

El grupo que huía pronto descendió del altozano y tomaron rumbo sur, en dirección a Legio, que estaba cada vez más cerca. Y allí esperaba su tío, a quien debía entregar el mensaje sí o sí.

Dinero fácil (17)

Patrick y Halwok se dirigieron a la compuerta del camarote de Durinn y llamaron. Pero tras unos segundos, nadie contestó. 

-   Maldita sea, abrela -ordenó Patrick.

Halwok pulsó un par de botones de la consola, pero la puerta no se abrió. Patrick le miró y Halwok lanzó un improperio. 

-   La muy zorra ha tocado la consola -se quejó Halwok al tiempo que empezaba a pulsar los botones buscando otras combinaciones.

Eleanor podía haber modificado las claves o hacer otra cosa, pero Halwok no solo era un buen ingeniero, también tenía nociones de protocolos de seguridad. Le llevó un poco más de tiempo, pero al final la compuerta se abrió. Eleanor les esperaba. Estaba de pie y les apuntaba con una pistola. Era un arma pequeña, una de esas que se podían esconder con facilidad. 

-   ¿Crees que nos vas a hacer algo con ese juguete? -preguntó Patrick, apuntándola a ella con su propia pistola, aunque pulsó con cuidado en uno de los botoncillos de uno de los costados-. Parece que no has sido muy buena con nosotros. Esa no es tu hija. 

-   No deis ni un paso más o… -amenazó Eleanor, con ese tono de una persona desesperada.

Patrick no tenía ni tiempo ni ganas para entablar una negociación y disparó su arma. Eleanor tampoco se lo había esperado ya que vio como partía el disparo azul claro. Tras lo que notó el golpe y perdió la conciencia. 

-   Dulce sueños, mentirosa -dijo Patrick, enfundando su arma, recogiendo la pistola de Eleanor que se guardó y le hizo un gesto a Halwok-. Llévate a la niña a la sala de máquinas y busca la baliza. Necesitamos tener lo que está emitiendo a buen recaudo. Yo me encargó de ella y voy para allá.

Halwok asintió con la cabeza y fue a coger a la niña. Para su sorpresa pesaba más de lo que podría parecer por su tamaño. Aun así pudo con ella y se la llevó. Patrick levantó del suelo a Eleanor, la subió a la cama y la ató de pies y manos. No quería que empezase a vagar por la nave una vez que se despertase. Si iba a ponerse a disparar para defender a la niña, que podría hacer si se despertaba sin ella. Cuando se cercioró que los nudos estaba bien firmes, se dirigió a la sala de máquinas. Vio que Halwok estaba parado, mirando a la niña, que estaba colocada, inmóvil sobre una mesa. El xilan parecía asombrado por algo. 

-   ¿Has encontrado la baliza? -preguntó Patrick. 

-   Sí -asintió Halwok-. Ella es la baliza. 

-   Eso está bien, ahora solo hay que… -prosiguió Patrick, como si no hubiese escuchado las palabras de Halwok-. ¿Cómo que es ella la baliza? ¿De qué estás hablando? 

-   No es una niña -explicó Halwok-. Aunque está bien caracterizada. No puedo negar que es uno de los mejores trabajos que he visto nunca. Es un robot, un androide. Lo han creado para simular con un alto grado de fidelidad la apariencia de una joven de la edad que parece tener. Y ella lleva la baliza en su interior. Debo investigarla más. 

-   ¿Pero puedes retirar la baliza? 

-   Debo revisarla mejor -sentenció Halwok-. Si sé en qué parte del mecanismo está escondida la baliza. La podré quitar o apagar. 

-   Eso no me sirve -se quejó Patrick-. Solo tenemos una maldita hora. Lady Khlagga no va a esperar a que termines de revisarla. Maldita sea. 

-   Es un juguete bastante complejo, necesito tiempo -pidió Halwok, que miró a los ojos de Patrick-. Te conozco demasiado bien, capitán, ya has ideado una forma de librarte de la pirata tharkaniana. Pero te juro que voy lo más rápido que pueda. 

-   Te tomo la palabra -aseguró Patrick, haciendo un gesto con la mano y saliendo de la sala de máquinas.

Se dirigió a su camarote. Le quedaba aún parte del tiempo que le había dado Lady Khlagga. Debía considerar las palabras de Halwok. Un sistema con una guarnición casi inexistente de la armada de la República podía ser una buena opción. Era su única opción. Él era un buen actor y podría hacerse pasar por un oficial de la armada. La verdad es que hasta tenía uniformes de la armada. No era la primera vez que se habían tenido que esconder bajo la protección del contingente armado. Su única opción era dar un salto a un sistema o lugar apartado y dejar ahí la baliza. Luego podrían saltar al astillero. Sabía que no era bueno molestar a Halwok, pero tuvo que llamarlo para conocer el sistema al que había aludido. Cuando escuchó el nombre, al que le siguieron unos exabruptos del ingeniero, se sonrió, era una gran idea.

sábado, 21 de mayo de 2022

El reverso de la verdad (79)

Gerard se había acercado a Alexander, que estaba realmente nervioso. 

-   Nos atacan por el otro lado, jefe -dijo Gerard-. Creo que es el matón que solíamos contratar, Alfonse creo que se llamaba. 

-   Alfonse es un nombre falso, tanto como ese hombre -espetó Alexander-. Le pague bien por su trabajo y ahora nos ataca, malditos mercenarios. Andrei le tiene que pagar mejor. 

-   No creo que sea por dinero, jefe -negó Gerard, moviendo la cabeza-. Creo que se conocen de antes. Viejos amigos. Ya le dije que no pude investigar el pasado de Alfonse. Solo encontré la vida de un perfecto don nadie y era un profesional. Nos engañaba, porque no se fiaba de nosotros. 

-   Eso ya da lo mismo, matad a los dos, joder -ordenó Alexander-. Manda al niño. 

-   ¿Al niño? ¿Está seguro de eso? Es un animal impredecible, la última vez… -empezó a decir Gerard estupefacto. 

-   Me es leal, mandalo -le cortó Alexander, que se dirigió a las escaleras-. Vosotros dos conmigo, a la sala azul.

Gerard vio como Alexander subió al piso superior, acompañado por dos hombres. La sala azul era una habitación blindada. Allí Alexander dirigía todo. Estaba guardado todo el dinero de los beneficios del negocio y toda la información de pagos y sobornos. Si la policía alguna vez lograba entrar allí, podría hacer una limpieza de corrupción sin igual. 

-   Aguantad la posición, voy a por el niño -dijo Gerard a los hombres que estaba allí-. Nada de heroicidades, él se encargará.

Se fijó que la mayoría de los hombres, curtidos en la violencia y en la muerte, habían empalidecido. Y con razón, el niño era un verdadero miserable, sin escrúpulos y sanguinario. Alexander lo mantenía escondido de todos y todo. Lo había entrenado personalmente y se podía decir que había creado su personalidad, para que no tuviera miedo, ni ningún tipo de remordimientos por lo que hacía. Alexander lo había visto por primera vez en una callejuela oscura de la ciudad, donde martirizaba a unos gatitos que se habían quedado sin madre. A partir de ese día, lo había tenido a recaudo o más bien lo había torturado de todas las formas que la mente mezquina de Alexander había ideado para quitarle todo tipo de sentimientos, que Alexander consideraba superfluos y potenciar los que le hacían un ser vil.

Tuvo que descender a los sótanos del edificio, en una zona cerrada por una puerta blindada, una sala completamente revestida por azulejos blancos, limpios y relucientes. Los muebles eran un catre, una mesa con una silla, una televisión, una butaca y un armario. El niño, que ya era un joven fornido de veinte años, estaba tumbado en el suelo, boca abajo, haciendo flexiones. 

-   Vaya si ha entrado la rata asustadiza -dijo el niño, sin levantarse. 

-   Déjate de mierdas, nos están atacando, enemigos de tu señor -espetó Gerard, que no le hacía gracia que ese niñato le insultara-. El jefe ha ordenado que los elimines. Además uno es un viejo amigo tuyo, Alfonse. 

-   ¡Hum! ¡Interesante! -el niño se puso de pie, se dirigió al armario y tomó varias armas-. Alfonse me debía un combate y parece que por fin se ha decidido por ello. Pero has dicho enemigos. ¿Quién más ataca al jefe? 

-   Parece que el que se te escapó en el hotelucho de la puta -Gerard sabía que ese hecho le había enfadado mucho al niño y que Alexander le había castigado con creces por ese fallo. 

-   ¿Está morena? 

-   Me parece que no, aunque puede que esté cerca -negó Gerard. 

-   Una pena, esperaba que el jefe me dejase experimentar con ella -murmuró el niño, ligeramente entristecido. 

-   Déjate de experimentos y gánate tu jornal -Gerard señaló con el dedo fuera de la habitación.

El muchacho miró a Gerard, se dirigió hacia el exterior, pero al pasar junto a Gerard, se abalanzó sobre él, que dio un par de pasos hacia atrás hasta golpearse con la pared. El muchacho chocó contra el cuerpo de Gerard y un puñal, que salió de la nada, se pegó a la garganta de Gerard, que empezó a sudar. 

-   Eres una alimaña y ellas no me dan órdenes. Ya te lo he avisado otras veces, alimaña -dijo el muchacho-. Espero que esta sea la última vez que vuelves a equivocarte, o experimentaré contigo. Y no te equivoques, dudo que el jefe me lo impida.

El muchacho se separó de Gerard y se marchó hacía la planta superior. Gerard respiró a bocanadas, intentando tranquilizarse. Si una cosa era verdad, es que su jefe no le ayudaría si el muchacho quería acabar con él. No estaba seguro quien tenía más miedo uno del otro, Alexander o el niño.

Aguas patrias (89)

En la casa de don Bartolomé, Eugenio se había desprendido de su uniforme, dejándolo con cuidado en una silla de la habitación. No había necesitado que ninguno de los criados de su suegro le ayudasen, y eso que se habían ofrecido. Al final, se quedó únicamente con sus calzones, aunque se los podía haber quitado y haberse metido en la cama. Pero quería esperar de pie a su esposa. Teresa tardó más en aparecer. Sin duda, Eugenio había pensado que quitarle el vestido y ponerla con la ropa de dormir tenía que haber sido todo un trabajo para la única criada de Teresa. Pero por fin había aparecido su esposa. Vestía con un camisón ligero pero de tela opaca. Parecía nerviosa y sin saber qué hacer.

Eugenio se acercó a ella y la beso en la frente, esperando que ese gesto apaciguase los miedos de Teresa. Por unos segundos pensó que así había sido. La tomó de la mano y la llevó a uno de los lados de la cama y le indicó que se metiese entre las sábanas. Eugenio la tapó y mientras rodeaba la cama para acceder al otro lado, escuchó las preguntas de Teresa, queriendo saber que tenía que hacer ahora. Eugenio la habló para tranquilizarla. Le dijo que él se encargaría de todo y que ella se relajase.

Sabía que Teresa era diferente de las mujeres que había conocido en los burdeles, pero lo que se esperaba de él en uno y otro lugar era bastante parecido. Cuando se sentó en su lado de la cama, se desató los cordones de los calzones y se deshizo de ellos, quedándose desnudo. Se tumbó en la cama y se tapó con la sábana. Se acercó a Teresa y la volvió a besar. Como capitán que era, tendría que dirigir a su esposa en la tierra, por lo menos las primeras veces.

Fue el Sol quien les despertó a la mañana siguiente. Cuando Eugenio se empezó a mover para salir de la cama, fue Teresa quien se lo impidió, pidiendo repetir lo que había ocurrido por la noche. Eugenio estaba feliz, porque parecía que a Teresa le había gustado. Siempre había temido que sus relaciones matrimoniales no le gustasen o algo peor, no quisiera volver a repetirlas jamás. Dado que la quería hacer feliz, Eugenio la complació, con caricias, besos y otros menesteres.

Teresa no le permitió que se marchase de la cama hasta que ambos quedasen satisfechos. Pero al final, Eugenio la mintió cuando ella parecía haber quedado pletórica. Se levantó para ir a por el desayuno, volviéndose a vestir, con los calzones y la camisola. El resto del uniforme se quedó en la habitación, no lo necesitaba y temía mancharlo con algo del desayuno. Pero tampoco permitió que los criados lo intentasen limpiar, estaba bien como estaba.

El desayuno le sintió francamente bien, recuperando las fuerzas gastadas y cuando hubo terminado, se vistió y se marchó. Le aseguró a Teresa que regresaría para comer. De la vivienda de don Bartolomé, Eugenio se dirigió a su barco. Tenía que revisar los últimos libros. Ya que la idea de don Rafael y el gobernador era hacerse a la mar al día siguiente o a lo sumo al siguiente, pero no más. Sabía que tendría que tener unas palabras con el capitán de la Osa, que seguramente le daría largas sobre la situación de su fragata. Pero las órdenes eran claras, no había tiempo para las tonterías del capitán.

Con Romonés primero y con los capitanes Salazar y Heredia todo fue coser y cantar. Ya tenían sus barcos listos para hacerse a la mar. Con suministros llenos o algo de agua que faltaba pero se podían abastecer en el camino. Pero con de la Osa, la cosa no fue tan buena. El capitán seguía dando largas, acusando a los del astillero y a los de los almacenes de suministros de corrupción y de negligencia. Incluso ahora llegó a indicar que necesitaba más marineros, ya que se habían ausentado algunos cuando él no estaba en el barco. 

-   Capitán de la Osa, el resto de capitanes están listos para hacerse a la mar -había advertido Eugenio-. El gobernador quiere que nos vayamos ya. Así que mañana zarparemos. Y que quede claro no es una pregunta sino una afirmación. Ya puede usted estar listo para ver la bandera de salida. No le vamos a esperar más. 

-   Pensaba que aún querría quedarse en tierra un poco más, no es bueno dejar a una esposa joven sin marido a los pocos días de la ceremonia -había argumentado de la Osa. 

-   Mi esposa sabe que tengo una misión que llevar a cabo y no se interpone entre esto y su placer -la había comentado Eugenio-. Y si yo fuera usted, no intentaría meter a mi esposa en sus locuciones. Tenga la fragata lista para mañana o olvídese de acompañarnos.

La advertencia de Eugenio no expresaba nada bueno y con la reciente destitución de Juan Manuel, por cobardía, de la Osa no quiso proseguir la conversación, ni quería que Eugenio llegase a afirmar que él también profesaba el mismo mal que el capitán recientemente expulsado de la Armada.

martes, 17 de mayo de 2022

Falsas visiones (16)

A la mañana siguiente, tal y como le había indicado Lutenia por la noche, Spartex no pareció que quisiera hablar con Rufo para nada. Fueron sus ayudantes los que les fueron informando que podían desayunar, que estaban recogiendo y que se iban a poner en marcha. No sería hasta bien entrada la mañana, distando ya varias leguas de la posada de Rargix, cuando Spartex le hizo llamar. 

-   ¿Has tenido buena noche? Yo he dormido como un bendito, los jergones de Rargix son los más cómodos de esta parte de la calzada -dijo Spartex, cuya cabeza apareció por la ventana de la portezuela de su carro-. Me temo que los siguientes no lo serán tanto. Los dueños de las posadas no son tan buenos anfitriones como Rargix y tampoco tan cuidadosos. 

-   He tenido un sueño placentero, sin contratiempos -contestó Rufo, que prefirió no hablar sobre Lutenia y su pacto-. ¿A qué te refieres con que no son tan cuidadosos? 

-   Rargix, debido a su pasado, ha sabido mantener el puesto lo mejor cuidado que ha podido -indicó Spartex-. Tanto es así que sé que los altos funcionarios romanos suelen hacer una escala habitual en la posada. Es fácil mantener la seguridad dentro de unas empalizadas bien cuidadas, ¿no crees? Bueno, la cuestión es que los siguientes dueños no son tan laboriosos y sus instalaciones están desmoronadas. Habrá que mantener guardias propias. Y no creo que sea buena idea airear el problema de los cántabros con ellos. Tienden a alarmarse. 

-   No veo problema en no advertirles de la situación del norte -afirmó Rufo, que nunca estuvo interesado en contarle el asunto a Rargix, pero Spartex insistió. 

-   Entonces pensamos igual, muchacho -asintió Spartex-. Los secretos están mejor guardados en sacos o cajas. Te dejo que cabalgues tranquilo.

Rufo ralentizó su montura para que el carro de Spartex continuase más rápido y el resto de la caravana le adelantase. Él regresó junto a Varo. No comprendía cómo funcionaba la mente de Spartex. En ocasiones parecía querer saber de todo y otras quería guardar todo en secreto. Era un hombre muy raro.

Y la rareza de Spartex se fue haciendo patente en los siguientes ocho días. En ocasiones Spartex le hacía llamar, pero solo para contarle ocurrencias o hablarle de forma enigmática. Rufo no sabía cómo catalogarlo. Podría ser que estuviera loco. Y Lutenia no se quedaba muy lejos de ese comportamiento ambiguo y bipolar del padre. Pero lo único bueno, es que en gran parte del viaje no les molestaba. Las siguientes posadas fueron como lo había explicado Spartex, lugares pobres con una seguridad paupérrima. Ninguna de las empalizadas parecía haber sobrevivido al tiempo. Los hombres de Spartex tuvieron que hacer guardias todas las noches.

Su camino les había hecho seguir un rumbo sur, pero ahora también oeste, Y ahora estaban esperando a que uno de los jinetes partos revisase un vado en el río que se habían encontrado. Spartex le había dicho que ese río llegaba a Legio, pero el campamento estaba en la otra ribera. Por ello, había que ver que el vado era bueno y cruzar. No lo harían si no lo revisaban bien. No quería que ninguno de sus caballos de tiro se fracturasen una pata por un mal fondo. Al final, el jinete dio un dictamen favorable y los carros empezaron a entrar en la corriente. Rufo y Varo les siguieron. El agua estaba fresca, pero solo se mojaron los pies, ya que el vado no era muy profundo y la corriente lenta. 

-   Vamos a tener que ir un poco más ligeros ahora -le indicó Spartex a Rufo, tras llamarlo otra vez, un poco después de dejar atrás el río-. Uno de mis partos ha observado una columna de polvo tras nosotros. Está seguro que es caballería. 

-   ¿Quienes son? -quiso saber Rufo, alarmado. 

-   Pueden ser aliados, pero me temo que serán tus amigos cántabros -suspiró Spartex-. Pero no hay problema, estamos cerca de la última posada. Podemos hacernos fuertes allí. Y hacer señales a Legio. Que nos manden ayuda. 

-   ¿Y si estamos tan cerca de Legio, por qué no seguir? 

-   Porque nos cazarían ellos antes -contestó Spartex-. La caravana sería muy fácil de atrapar en territorio abierto. Además sería de noche, no seríamos capaces de hacernos ver por Legio. No nos ayudarían. La posada es nuestra única posibilidad.

Rufo no quiso ponerse a discutir con Spartex, pues cuando llegasen a la posada, intentaría convencerlo de que les enviase como mensajeros o en su caso se marcharían ellos directamente. Pero no hizo falta, lo que encontraron destrozó todo lo que tenía ideado Spartex. Ya no había ni posada, ni campamento, ni un simple terraplén de tierra. En la última estación unos mercaderes deshonrosos habían usado la posición para negocios fraudulentos. El gobierno de la provincia les había pillado y habían mandado a la Victrix a destrozar la posada y lo que quedaba del antiguo baluarte. Habían sido concienzudos. No habían dejado piedra sobre piedra, ni un simple terrón de tierra de más. La defensa de la caravana iba a ser complicada, pero no imposible.

Rufo quería creerle, pero no quería ni podía morir allí, no con Legio a un día a caballo. No podía quedarse y se sentía mal por dejarles en la estacada. Pero se debían ir de allí.

Dinero fácil (16)

Patrick le hizo un gesto a Victor para que abriese comunicación con Lady Khlagga. Victor asintió y en la pantalla integrada en el ventanal apareció el rostro de la tharkaniana. Se podían ver las cicatrices de sus tiempos como esclava y otras que se había ganado en la batalla. 

-   Lady Khlagga siempre es un placer poder hablar contigo -empezó a decir Patrick, lo más humilde y neutro que pudo-. ¿En qué podemos ay… 

-   Déjate de las palabras llenas de zalamería que usas siempre, Dark -espetó Lady Khlagga con sus formas habituales-. Puede ser que sirvan para cautivar a las putas que sueles usar sin pagar. Pero yo no soy una de ellas. 

-   Hombre, Khlagga, no hay que ponerse así, ¿no somos amigos? 

-   Yo nunca me haría amigo de un hombre cobarde como tú -aseguró Lady Khlagga-. Y no estoy aquí para que me engatuses con una conversación mundana de las tuyas. Vamos al grano. 

-   Como gustes. 

-   Entregame esa carga especial que tienes y no pasará nada de nada -ordenó Lady Khlagga. 

-   Creo, Lady Khlagga que hay un malentendido -indicó Patrick, que no estaba seguro que carga quería. No creo que supiera que había cazado a Dhalzo. Además de ser un fugitivo de segundo orden, no iba a sacar mucho por él. Y de su otra “carga” nadie podía saber nada, ni Lady Khlagga. 

-   Has abandonado el sistema Belerock con dos fugitivas -explicó Lady Khlagga-. O más bien con una ladrona y con el juguete de un hombre poderoso. Ese hombre ha puesto una buena recompensa por ellas. Cincuenta mil créditos por ambas. Como solo piensas con lo que tienes entre las piernas, no has revisado a la ladrona, ¿verdad? Eres tan asquerosamente predecible. Si me las entregas, le diré al hombre que te he eliminado, pero os dejaré con vida. 

-   Sigo sin saber de qué hablas -repitió Patrick haciendose el tonto. 

-   No me tomes por idiota, Dark -advirtió Lady Khlagga-. El juguete está marcado y emite con una fuerza importante. No te vas a poder escapar. Sé que está contigo. Mira, te voy a dar una hora para que te lo pienses, hablalo con tu tripulación. Decidid con cuidado y entregadmelas. 

-   ¿Y si no las tengo? 

-   Si las tienes, Dark, pero para que comprendas la realidad de tu situación, yo he sido la primera en llegar -dijo Lady Khlagga-. El dueño de lo robado, ha movilizado a todos los cazarrecompensas de los sectores salvajes. Incluso dicen que tiene militares en nómina. Ellos te destruirán sin miramientos. Yo, como aun tengo algo de honor, te ofrezco una salida honrosa. Mi cliente desconoce quienes han ayudado a escapar a la ladrona. Pero cuando se entere, tendrás una diana muy poderosa en tu espalda. 

-   ¿Una hora? -inquirió Patrick. 

-   Solo una hora -aseguró Lady Khlagga.

Patrick hizo un gesto y Victor cortó la llamada. Los tres se quedaron mirando la pantalla vacía. 

-   ¿Puedes arreglar la nave en una hora? -preguntó Patrick. 

-   Puedo conseguir que hagamos un par de saltos, pero no arreglarla para llegar a Erbock. Necesito un astillero -negó Halwok. 

-   No tenemos el sistema de camuflaje, no podremos acercarnos a ningún astillero en territorio de la República sin tener que dar explicaciones -indicó Patrick, que estaba pensando en su cabeza que es lo que podrían hacer-. Y los puertos especiales están descartados, si encima estamos emitiendo. 

-   Hay que librarse de la señal -aseveró Victor. 

-   Podríamos ir a un astillero civil, conozco un sistema, tendremos que hacernos pasar por militares, pero se podría conseguir -comentó Halwok-. Pero primero hay que hacer lo que dice Victor. 

-   Está bien, primero, Victor, que Valerie y el resto regresen a la nave -enumeró Patrick-. Recupera las sondas a excepción de la que ha encontrado el ordenador central de esta base. Hackealo para poder manejarlo desde el puente. Luego recuperas la sonda. Creo que si jugamos bien las cartas que tenemos podemos quitarnos de encima a Lady Khlagga y devolverle lo de Lharko. Halwok, vamos a ver a nuestras pasajeras. Parece que Durinn tiene que explicarnos alguna cosilla.

Halwok y Victor asintieron. Patrick y Halwok se dirigieron a la escala de descenso. Mientras que Victor se encargaba de avisar a Valerie, así como de manejar sus sondas. La mente de Victor rememoraba el asunto Lharko, un trabajo que habían ido a realizar con Lady Khlagga y que esta se había encargado de fastidiar de forma terrible. Tras ello, Patrick había jurado que un día se vengaría de la tharkaniana y le haría pagar por lo que les costó a ellos, sudor y lágrimas. La muy sibilina les había usado como carnaza para hacerse con un peligroso maleante, pero sin que ella y sus hombres salieran heridos, no como Dark y los suyos. No recibieron créditos y sí juego sucio.