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martes, 10 de mayo de 2022

Falsas visiones (15)

La velada con Rargix y Spartex se fue haciendo más inocua a lo largo de las horas, ya que el anfitrión se dedicó más a contar cosas de su pasado militar, incluyendo al padre de Rufo y a otros soldados, que tanto Rufo como Varo conocían demasiado bien, pero que no se lo comunicaron a Rargix. Spartex escuchaba ávido, pues la temática le gustaba demasiado. Incluso Lutenia parecía interesada en las narraciones de Rargix. De esa forma cenaron entre los pasajes de las acciones militares de Rargix, muchas de ellas simples escaramuzas. Cuando se retiraron a las habitaciones preparadas por los siervos de la posada, Rufo tenía la cabeza como un bombo, pero la tripa llena.

Rargix, para que no se olvidasen de su vida en el campamento, tal y como se lo había indicado, había colocado a Rufo y Varo juntos en la misma y estrecha habitación. Solo faltaban las literas para que fuera como los barracones, se había reído Rargix, bajo una buena cantidad de alcohol. Para Rufo, al estar en la misma habitación, tenía controlado a Varo, que claramente le había echado el ojo a alguna de las siervas de Rargix. Este se había con Rufo echando pestes del anfitrión, pero solo las dijo en alto cuando estuvieron solos. 

-   Maldito Rargix, me ha asignado contigo -se quejó Varo. 

-   Mejor así, soldado -se rió Rufo, que se daba cuenta que había bebido de más, aunque no tanto como su anfitrión-. A dormir, amigo. 

-   Este lecho estará frío, a mi me gustan los calientes. 

-   Aguantate, soldado, estamos bajo las águilas, no en una hacienda solariega -se volvió a burlar Rufo, dejando la alforja sobre el colchón, posiblemente de paja seca. 

-   ¡Callate! -Varo se dejó caer en la cama, se tapó con la manta y se giró hacia el lado contrario a donde estaba Rufo. 

-   Buenas noches -le deseo Rufo, a lo que Varo lanzó un gruñido.

Al poco, sus ronquidos se hicieron dueños de la habitación, por los que Rufo se sonrió. Rufo se sentó en la cama, apagó la vela y se tumbó, tapándose con la manta. Cerrando los ojos.

Un crujido de la madera le hizo a Rufo abrir los ojos. Por un momento pensó que era Varo escapándose, pero un ronquido de este, le hizo darse cuenta de que su amigo seguía dormido. Con cuidado, movió la mano hasta alcanzar la daga que tenía bajo la almohada. La desenvainó lo más silencioso que pudo, al tiempo que acompasaba su respiración. Aguzó el oído y consiguió detectar a la tercera persona que estaba con ellos. Si sus sentidos no estaban mal, lo tenía sobre él y parecía más interesado en alcanzar la alforja que estaba junto a él, debajo de la manta. Ya había empezado a quitar la misma, para hacerse con la pieza de cuero. Sin duda, estaba manteniendo el equilibrio, para no caerse sobre él y despertarlo. Rufo estaba esperando el momento propicio y llegó cuando la persona se estiró un poco más. Rufo se movió con velocidad. La persona poco pudo hacer para que el brazo de Rufo la rodease el cuerpo y la tirase contra él y la cama. La daga apareció de la nada, para quedarse a unos centímetros del cuello de la persona. 

-   Spartex no debería haberte mandado, Lutenia -susurró Rufo al oído de la muchacha, que usaba ropas oscurecidas-. Lo que hay en la alforja no es de la incumbencia de tu padre. ¿Qué debería hacer ahora contigo? 

-   Mi padre te ha sobrestimado -se limitó a decir Lutenia, que tras un ligero silencio-. ¿Qué me ha delatado? ¿Cómo sabes que soy yo? 

-   Te has oscurecido la ropa y te has ennegrecido la cara -indicó Rufo, sin soltar a su presa-. Pero no te has quitado el perfume a flores que usas por el día. Sin duda le debe gustar mucho a Spartex, para que no lo hayas hecho. Y eso te ha delatado. Pero esto no responde a mi pregunta, ¿qué hago ahora? 

-   Lo mejor que puedes hacer es dejarme volver con Spartex -contestó Lutenia. 

-   Y no ha pasado nada, ¿verdad? 

-   No ha pasado y no pasará -anunció Lutenia-. Mi padre hará como que no ha pasado y no intentará nada nuevo. Estate seguro. 

-   ¿Y cómo puedo estar tan seguro de ello? 

-   Porque te deberé mi vida desde este momento, la daga me pincha en el cuello, si quieres me puedes matar -aseguró Lutenia-. Aunque me lo mande, no lo haré y no tiene a nadie tan hábil como yo en sus filas. 

-   En ese caso, tenemos un trato, Lutenia -afirmó Rufo, que soltó a la muchacha. Los ojos de Lutenia se cruzaron con los suyos, durante unos segundos se quedaron fijos y después desaparecieron.

Pero no solo los ojos, sino toda Lutenia se marchó. De una forma muy liviana se alzó, sin hacer ruido, incluso sin crujidos. Por lo que Rufo pensó que tal vez la muchacha quería que la cazase. Sin tenerlo claro, el sueño pudo con él y se durmió.

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