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martes, 24 de mayo de 2022

Falsas visiones (17)

Los hombres de Spartex trabajaban duro, habían colocado los carros por donde debería haber estado el terraplén del antiguo baluarte. Habían descargado la mercancía. Los sacos los habían puesto también como defensas y los barriles en el interior. Los animales los habían soltado por los prados cercanos, pues sabían que eran una carga para la defensa. Solo se quedarían los de los partos y un par más, el de Spartex y el de Lutenia.

Rufo y Varo no se habían desmontado y permanecían mirando los esfuerzos de los hombres de Spartex. Rufo quería esperar a que oscureciese algo más para desaparecer. 

-   ¿Así que nuestra alianza se ha terminado, eh? -Spartex apareció de la nada, acercándose por la espalda de ambos jinetes-. No hace falta que me intentes mentir, muchacho. Los dioses han decidido ser caprichosos con nosotros. No esperaba este problema. 

-   Aún estás a tiempo de tomar los caballos y desaparecer en la oscuridad -indicó Rufo. 

-   No voy a dejar mi mercancía aquí, para que caiga en las manos de esos insidiosos cántabros, muertos de hambre -negó Spartex-. Mis hombres no serán legionarios, pero venderán cara su piel. Tengo orgullo, romano, aunque no lo creas. No es una cosa propia únicamente de los ciudadanos de Roma. Aunque…

La voz de Spartex se moduló, para acabar desapareciendo. 

-   ¿Aunque? -inquirió Rufo, sabiendo que Spartex lo había hecho a propósito para que él cayese en la provocación. 

-   Solo pensaba que podríais iros y traer a los famosos legionarios de la Victrix -contestó Spartex-. Los cántabros son pocos y se desmoralizarán al ver a las águilas. 

-   Haré lo que esté en mis manos para ello -aseguró Rufo. 

-   Estoy seguro que sí porque Lutenia y los partos irán con vosotros -indicó Spartex. 

-   Cuantos más seamos, más atraeremos a los cántabros -se quejó Rufo, pero sabía que Spartex ya había decidido qué hacer-. Está bien, que vengan con nosotros, pero las órdenes las doy yo. 

-   Claro, claro… -Spartex se marchó rápido.

Lo siguiente que Rufo observó fue que los hombres de Spartex fueron encendiendo hogueras fuera de los carros y cuando la luz empezó a escasear, llegaron los partos con Lutenia. Spartax andaba junto a ellos. 

-   Debemos irnos ya -indicó Rufo, no podemos esperar más. 

-   Esta niña tonta no quería irse sin su padre, me quiere, la pobre -se rio Spartex-. Los partos harán todo lo que les mande Lutenia. 

-   Ese no era el trato -espetó Rufo. 

-   Tampoco nos íbamos a separar hasta Legio, muchacho -recordó Spartex-. Los partos son mejores soldados que tú y tu amigo. Tienen años de experiencia. No van a aceptar las órdenes de un don nadie. Mata y conviértete en un guerrero y ellos te respetaran. Lutenia es mi hija y a ella la tienen respeto. Ella les dará las órdenes. 

-   Está bien, nos vamos -dijo Rufo, que miró a Lutenia-. ¿Esta lista, su excelencia? 

-   Esta lista y os vais ya -fue Spartex quien respondió por la muchacha-. Que los dioses os protegan. Nos veremos pronto. 

-   Que te cuiden también a ti -le deseó Rufo, aunque no se sabía bien si porque así lo sentía o porque se quería ir de allí ya.

Rufo giró su montura y se puso al trote. Varo le siguió, tras ellos Lutenia y los jinetes partos. Cualquiera que los viera, pensaría en un noble con seis escoltas. Spartex esperaba que los cántabros decidieran quedarse con ellos y no siguieran a los otros. Aunque también esperaba que no se hubieran percatado de la marcha de los siete, ya que la luz de las fogatas deberían cegar sus ojos y evitar que vieran nada más.

El grupo que huía pronto descendió del altozano y tomaron rumbo sur, en dirección a Legio, que estaba cada vez más cerca. Y allí esperaba su tío, a quien debía entregar el mensaje sí o sí.

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