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sábado, 14 de mayo de 2022

Aguas patrias (88)

Tras estar un tiempo que a Eugenio le había parecido excesivo, que había terminado con una comida ligera para los tres hombres, don Rafael había llevado a Eugenio hasta la catedral, donde se habían encontrado con don Bartolomé y el obispo. Aquí es donde Eugenio había descubierto que el padre de la novia tampoco tenía permiso para tratar o decidir nada sobre el enlace de su única hija. Con llevarla hasta el altar bastaba. Cuando por fin habían salido de la catedral, Eugenio había vuelto a quedar en manos de don Rafael que se lo llevó a que le ayudase a hacer una serie de recados y al final, le había rogado para que le acompañase a una taberna muy frecuentada por caballeros, y por miembros de la Armada. Allí, Eugenio había descubierto con gran sorpresa que don Rafael había reunido a casi todos los oficiales de marina del puerto, a excepción del capitán de la Osa. Todos se habían reunido para desearle feliz próximo matrimonio.

La velada había sido muy alegre, se habían presentado vinos buenos y algo que picar. Los oficiales se habían ido poco a poco alegrando con el alcohol y al final, cuando todos se habían tenido que marchar, los cánticos resonaron por las calles de la ciudad, provocando el malestar de los vecinos que ya dormían. Esa noche ningún capitán durmió en sus naves, a excepción del capitán de la Osa, que no había sido invitado y que para nadie a excepción de Eugenio, le había parecido que pudiese provocar una ofensa.

El día siguiente había llegado incluso más rápido que otros y para las diez todos los presentes en la fiesta del día anterior estaban en la catedral. Los uniformes de la marina y sobre todo su color era el predominante. Aunque también se podían distinguir los de la milicia, con el capitán Menendez a la cabeza. La mayoría de los oficiales de los soldados eran los que habían regresado de la operación de Antigua, aunque se podían ver caras nuevas. Ya que algunos habían sido heridos en la operación y otros muertos en el combate del Vera Cruz.

Como en muchas bodas, la novia se hizo de rogar, pero ni Eugenio ni nadie habían llegado a pensar que se había echado atrás. Solo el obispo parecía harto de esperar y cuando por fin Teresa llegó hubo que ir a buscarlo, ya que se había retirado a descansar. Así que al final, el último retraso lo provocó el obispo y no ninguno de los novios. Y esta curiosidad se habló por un tiempo en la ciudad, lo que no le debía sentir bien al obispo, pero eso es algo que Eugenio jamás llegó a saber, pues él ya estuvo lejos cuando el obispo les echó la bronca a los fieles desde el púlpito, harto de ser el blanco de sus burlas.

La ceremonia fue algo recordado durante unas semanas en la ciudad. Don Rafael se había esmerado en adecentar el interior de la catedral, limpiando, poniendo flores e incluso dorando algunas partes. Se dice que se dejó una buena cantidad de oro para ello. Pero eso como muchas otras cosas, Eugenio no llegó a enterarse y Teresa no les prestó mucho interés a escucharlas, ya que don Rafael siempre la mimaba desde niña.

Terminada la ceremonia por el obispo, siendo ya Eugenio y Teresa, marido y mujer, los recién casados y el resto de invitados se desplazaron de la catedral, donde las campanas empezaron a sonar, ensordeciendo cualquier otro sonido o charla, al palacio del gobernador, donde los salones ya estaba listos para el banquete, el baile y la buena música. Con tanto ojo que estaba observando al gobernador y a don Rafael, ya que para casi todos estaban enemistados, ambos tuvieron que parecer los mejores actores, para que nadie se diera cuenta que la realidad era otra. Y tampoco que ambos hombres habían pagado a medias todo lo que les ofrecieron. Los invitados al marcharse de allí, al final de la boda, creían que todo era obra de don Bartolomé y de su nuevo hijo.

Teresa y Eugenio disfrutaron como el resto, pues se lo merecían, era su día. Comieron, hablaron, agradecieron, bailaron y rieron. Pero como todos los demás, cuando ya no quedó nada más por hacer y estuvieron lo suficientemente cansados, se retiraron, pues les esperaba lo que tal vez ambos habían esperado con cierto miedo, su primera noche juntos y sería en la casa de Teresa.

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