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sábado, 29 de agosto de 2020

El conde de Lhimoner (65, final)

Tal y como había pronosticado Beldek en unos días la población había vuelto a su dinámica habitual. Haltahl pasó ante los cadíes que en un par de días le declararon culpable de los asesinatos rituales, de la conspiración y de la muerte de Shiahl durante su captura. Lo ejecutaron y pusieron su cabeza ante la multitud para que toda la población supiera de lo que se hacía con los asesinos que intentaban acabar con la paz y la tranquilidad de la capital.

Tal como había discurrido Beldek, tampoco volvió a ver al capitán Ahlssei, si ese era su verdadero nombre. No llegó a preguntar a Thimort cuando fue llamado por el emperador a entregar un informe detallado de sus pesquisas, así como recibir sus nuevas órdenes que le obligaban a olvidar todo lo referido a la muerte del sumo sacerdote Jhiven. Tampoco le pareció nada raro cuando le llegaron las noticias de los fallecimientos del abad Aahl de Dheren y el padre Thyun de Ghannar. Se explicaron que fueron por causas naturales. Nadie investigó nada sobre ello. De esta forma la elección de un nuevo sumo sacerdote se quedó sin sus dos principales candidatos. Al final y tras muchos días de oración se eligió a un sorprendido padre Ghahl, que se creía ya mayor y sin posibilidades para asumir el cargo de cabeza de la Iglesia de Bhall.

Debido a lo mucho que había estado sobre el caso, el emperador ordenó al general Shernahl que le diera al coronel unas semanas de descanso, algo que el general aprobó con una rapidez y alegría que rayaba en lo ofensivo. Parecía que el general disfrutaba cuando le ordenó que se fuera a casa por unas semanas. Cuando regresase, tendría que preparar a un nuevo sargento, pues Fhahl no podía encargarse de todo solo. Pero ahora Shernahl había sido sustituido por un oficial de más peso al que Beldek no podía desobedecer, a su esposa Ghanali.



Muchos meses tras la ejecución de Haltahl, la lluvia caía con fuerza en un pequeño burgo en las comarcas del sur. Unos jinetes embozados en unas pesadas capas de viaje, llenas de agua y del barro del camino, cruzaron el portal de la empalizada antes de que se cerrasen las puertas debido a que llegaba la noche. Aunque las nubes negras y la lluvia no parecían indicar que ningún momento había sido de día. Los jinetes llevaron sus monturas hasta el establo que había en la única posada del burgo. Los habitantes, con caras serias, observaban de soslayo a los recién llegados. Siempre podía traer mala suerte unos extranjeros que llegaban a última hora de la tarde. Pero el frío y el agua, hizo preferir a los lugareños esconderse en sus cálidas casas que aventurarse por las calles llenas de barro, por lo que quedaron libres para que los recién llegados deambularan un poco como si estuviesen perdidos.

Pero esa no era la realidad, pues sabían muy bien a dónde se dirigían. Se dirigían a una casa de cierto tamaño, situada dentro de un muro de dos metros de altura. Los lugareños sabían que hacía unos meses la había comprado un hombre, alguien con dinero, pero que no se solía dejar ver demasiado. Todos suponían que huía de alguien y había elegido su pequeño burgo para desaparecer.

Cuando llegaron a una verja, un hombre que vestía como ellos, la abrió, permitiendo que los dos jinetes entrasen. El primero de ellos preguntó algo, que el ruido de las gotas de agua silencio. El hombre que les esperaba señaló la casa y cerró la verja con cuidado cuando los otros dos se dirigieron hacia el palacete. El de la verja se escondió entre las sombras, pues su cometido era impedir que nadie les molestase. Aunque allí nadie vendría a quejarse de ruidos raros, ni acudirían a saber que hacían.

El calor del interior de la casa les golpeó a los dos hombres cuando la puerta principal se abrió. La luz del interior les cegó momentáneamente. Dentro se despojaron de las capas mojadas. Ambos vestían con armaduras del ejército regular, pero eran algo diferentes, las habían oscurecido y casi no chirriaban las juntas. Estaban hechas para moverse con el máximo silencio. El primero de ellos se acercó a la sala donde provenía la luz y el calor. Dentro había cuatro hombres más vestidos como él, Estaban tumbados en sofás y divanes. Pero cuando entró, la mayoría se pusieron rígidos.

-   ¿Dónde está? -preguntó el hombre en un tono seco, sin ningún rasgo de sentimientos o camaradería.
-   Abajo, capitán -murmuró el que parecía de más edad de los hombres.
-   Llévame con él -ordenó el recién llegado.
-   Sí, ahora mismo.

El hombre se puso en marcha y el recién llegado fue tras sus pasos. Pero justo había un espejo y se miró. Su rostro parecía cambiado, cansado, había perdido la alegría o el color de cuando había trabajado al aire. Pero su labor era normalmente moverse en las sombras, en la oscuridad del imperio. Bien lo había indicado el coronel Beldek, así eran los lobos del emperador y su forma de caza, aunque Ahlssei echaba de menos la forma en que había llevado a cabo la investigación con el conde de Lhimoner. Bien sabía que eso no volvería a ocurrir de nuevo. Ahora le esperaba en un sucio sótano un huido de la justicia del emperador.

Ascenso (42)

A su llegada a la sala que usaba para recibir a las visitas y preparar los planes, los siervos de la torre, se apresuraron a subir desde las cocinas algo de cerdo caliente y cerveza. Los criados sabían bien cuando un señor necesitaba algo que llevarse a la boca, solo con ver sus caras. Y en este caso, este señor llegaba con una cara muy seria. Ofthar dio las gracias, algo que los siervos no se esperaron, se cortó un par de lonchas de la pieza de cerdo humeante y se las comió. Tomó una copa y la llenó de la espumosa cerveza. Al probarla notó que era de la última cosecha, por lo que estaba buena. Se dejó caer en el sillón y esperó.

No tuvo que hacerlo por demasiado tiempo. Pronto se escucharon unos golpes y apareció la cara de uno de sus guardias. Le dijo que Maynn acudía a su llamada. Ofthar le dijo que le permitiera pasar. La cabeza desapareció y por el hueco entró Maynn, cerrando la puerta tras su paso.

-   Me has hecho llamar, ¿en qué te puedo ayudar, mi señor? -preguntó cordial Maynn.
-   Sígueme -dijo Ofthar, en voz baja, levantándose de la silla y dirigiéndose a una puerta que estaba al otro lado de la habitación.

La puerta llevaba a un segundo cuarto, más pequeño y en el que había una cama sencilla y un pequeño despacho. Originalmente, esa sala tenía otro uso, pero Ofthar la había elegido como su alcoba ya que la de Thabba era inservible para nadie. Sabía que allí nadie les oiría hablar y lo prefería la verdad.

-   Vaya, vaya, no sé que te has creído que soy… -comenzó a decir risueña, Maynn
-   ¡La que no está valorando su posición! -bramó Ofthar, volviéndose y dando un puñetazo a la pared, con unos ojos que refulgían de ira.
-   Lo siento, yo…
-   ¡Tú! ¡Tú! Siempre tú -dijo enfadado Ofthar-. Eres un problema, eso es lo que eres, mi problema. Ahora callate por un momento y deja tus bromitas. No sé si eres consciente de lo que pasa en la fortaleza, pero ya te lo voy a explicar yo. Los hombres empiezan a murmurar, a hablar en susurros y a mirar mal. Pronto el rumor se convertirá en clamor y ni yo podré hacer nada para acallarlos, sino que tendré que poner orden. ¿Sabes de lo que hablo?
-   De mi relación con Mhista -contestó con seriedad Maynn, que señaló la cama-. ¿Me puedo sentar?
-   Haz lo que quieras -espetó Ofthar que le importaba poco la comodidad de la mujer-. ¿Has pensado que hacer para arreglar esto? He intentado razonar con Mhista, pero el corazón lo ciega y casi hace algo que le podría haber costado caro si hubiéramos estado en público.
-   No entiendo que es lo que le importa a los guerreros que Mhista se acueste conmigo o con otra -indicó Maynn, lo que hizo que Ofthar resoplase.
-   ¡Para los hombres eres un muchacho joven, por Ordhin! -recordó Ofthar-. ¡O esperas que les comunique que eres una mujer y llevo ocultándoselo desde hace tiempo! ¿No eres capaz de ver tu precaria situación? ¿Prefieres que Mhista caiga en desgracia?
-   No, no, para mí Mhista es lo más importante -aseguró Maynn.
-   ¿Lo más importante? -repitió Ofthar, sorprendido, por lo que añadió-. ¿Por estar con él dejarías atrás tu idea de ser el canciller del próximo señor de los Pantanos?

La pregunta de Ofthar llevó a un extraño silencio que él ya conocía demasiado bien. Ahora en la mente de Maynn entrechocaban dos ideas o un sueño y una pretensión. Que pesaba más en ella, el amor por Mhista o su ambición para el futuro. Si elegía a Mhista, tendría que volver a una vida de mujer, con las cosas que ello conllevaba. En cambio, como hombre y canciller, tenía una libertad que no tendría como una mujer normal, ni como la mujer de un senescal.

-   Elijas lo que elijas, preferiría que seáis más comedidos en vuestras relaciones, los hombres no deben seguir hablando a las espaldas de mi senescal y malmetiendo -indicó Ofthar-. No quiero que vayas a molestarlo esta noche, Mhista tiene una misión muy importante mañana y debe estar despierto para ello.
-   ¿Respetarás el pacto que hiciste conmigo, elija lo que elija? -inquirió Maynn, pensativa.
-   Te di mi palabra y eso es lo que importa, yo siempre la cumplo, soy un Bhalonov -contestó enfadado Ofthar, pensando en que ya era la segunda persona que le hacía la misma pregunta sobre el pacto de las narices-. El hijo de Whaon gobernará tras él y yo renunciaré a mis derechos como el último Irnt vivo. Creo que fui muy claro en ello.
-   Las palabras de los hombres se las lleva el viento -murmuró Maynn.
-   No todas -espetó Ofthar-. Tienes cosas que hacer y mañana debes estar conmigo en las almenas. No te entretengo más.

Maynn se levantó de la cama, hizo una reverencia y se marchó. Ofthar estaba harto, más que ello de las palabras de esa mujer. Rhennast tenía buenas razones para desconfiar de ella. Ofthar no conseguía desentrañar todas las respuestas que parecía esconder, pero creía que ya había elegido lo que quería para el futuro y Ofthar temía que Mhista no estaba en él. Lo sentía por su amigo, pero tal vez así fuera mejor para todos.

martes, 25 de agosto de 2020

El dilema (39)

Un dedo recorriendo la espalda de Alvho es lo que le despertó. Se dio la vuelta en la cama, blanda, con un colchón relleno de plumas de ganso, no como el jergón de su habitación. Ante sus ojos apareció el rostro sonriente de Lhianne. Poco a poco los últimos pesos del sueño se fueron de su cabeza, dejando paso a lo que había ocurrido la noche anterior.

La cerveza le había sentado muy bien, pero no se fijó que pegaba más fuerte de lo que parecía y cuando su turno terminó, estaba demasiado contento. Había estado tan absorto en su trabajo de bardo que no se había percatado cuando Tharka y los suyos se habían marchado. Y eso le apenó considerablemente, no porque hubiera deseado despedirse del grandullón, sino porque en su forma de vida, no había que dejar que los posibles cabos sueltos o engranajes de una trama se escabulleran sin que él lo supiese.

Al final, cuando las bailarinas empezaron el espectáculo final con sus sinuosas posturas, Alvho se había ido a visitar a Lhianne, como había decidido por la tarde y aunque no lo había buscado con mucha insistencia, la mujer le había convencido para que se quedase allí, entre sus sábanas, en su habitación, seguramente más cálida que la de Alvho en la que no habían arreglado aun la ventana. También era verdad que en la de Lhianne había un señor hogar y no la estufita de la habitación de la posada.

-   ¿Qué vas a hacer hoy? -preguntó Lhianne como si no hubiese pasado nada y ella no estuviera desnuda debajo de las sábanas, deseosa de entrelazarse de nuevo con el cuerpo de Alvho.

-   No lo sé -respondió Alvho acariciando la piel de la frente de la mujer con las puntas de sus dedos-. Creo que debo esperar noticias de Ulmay y Tharka.

-   En ese caso tal vez podrías seguir con la historia que me empezaste a contar anoche, sobre la sirvienta y la gran amazona, era interesante -indicó Lhianne que besó la mejilla de Alvho.

Alvho se quedó un momento callado, intentar recordar la fábula que le estaba recitando a Lhianne, mientras su otra mano se introdujo entre las sábanas, para encontrar el cuerpo de Lhianne. En ese momento se escucharon golpes en la puerta de la habitación, como de puñetazos.

-   Lhianne, si esta contigo ese bardo lujurioso, va a ser buena idea que vaya saliendo de aquí -se escuchó perfectamente la voz de Selvho-. Las cosas están en movimiento, aunque no sé si es lo que buscaba él y sus amigos. Si salís os explico lo que pasa.

-   Entendido Selvho -respondió Lhianne.

Tras esperar unos segundos, que Lhianne y Alvho siguieron en silencio, para dar a Selvho el tiempo justo para que se marchase, por fin la mujer habló.

-   Parece que mamá ha venido para aguarnos la fiesta -se burló Lhianne de la situación-. Menos mal que no ha sido papá, porque te habría sacado a palos de mi lecho.
-   Aún como mamá, sigue siendo un pelmazo y nos ha fastidiado el despertar -se quejó Alvho simulando un enfado que no tenía-. Supongo que no habrá que hacerle esperar demasiado, porque entonces igual si se convierte en papá.
-   Tienes razón, vamos.

Alvho y Lhianne se levantaron, se asearon como pudieron con el agua que tenía en un cubo Lhianne y se vistieron. Lhianne parecía azorada porque Alvho la viera desnuda preparándose, aunque no lo había parecido cuando se metían en la cama. Era una cosa curiosa que Alvho había visto en muchas mujeres con las que había estado, no tenían reparos para desnudarse, pero cuando era a la contra, no gustaban de que los ojos de un hombre las viera prepararse. Cuando ambos estuvieron listos, salieron de la habitación y se dirigieron a la taberna para hablar con Selvho, pero lo encontraron ante un tablón de madera que había junto a las escaleras por las que se subía a las habitaciones de huéspedes. En ese tablón siempre había peticiones de trabajo y otros papeles. Ahora Selvho observaba un pliego de grandes dimensiones que llenaba todo el tablón.

-   ¿Qué es eso que miras con cara triste, Selvho? -se interesó Lhianne.

-   Es lo peor que podría pasar, un llamamiento -respondió compungido Selvho-. El señor Dharkme llama a todos los hombres libres de Thymok y los alrededores para una expedición ordenada por el gran Ordhin. Deberán ir con armadura y espada, listos para la guerra. ¿Es lo que buscabais?

-   Sin duda las palabras de Ulmay han hecho el efecto que este había predicho -aseguró Alvho, mirando el pergamino-. pero el señor Dharkme ha sido más diligente de lo que yo había pensado. Los nobles estarán que trinan, pero me temo que no podrán negarse a esta orden. No crees.

-   Su odio hacia Ulmay estará por las nubes. Os estáis ganando peligrosos enemigos -asintió Selvho-. Por cierto, ¿a donde va a ser la expedición? Porque no creo que se os haya ocurrido empezar una guerra con otro señorío, ¿no?

-   Eso hubiera sido algo más fácil que lo que Ulmay tiene en mente -suspiró Alvho-. La expedición se tiene que internar en las llanuras de Phalannor.

Selvho abrió mucho los ojos y se le desencajó la mandíbula debido a la respuesta. Sin duda el viejo guerrero sabía demasiado bien lo que ocultaban las planicies al otro lado del gran río y los peligros que allí residían. Incluso Lhianne se puso más rígida de lo debido. La noticia les había afectado tanto como a él cuando la escuchó de los labios de Ulmay.

El mercenario (40)

Según entró por la rampa, activó el cierre que había abajo. Le hizo un gesto a Diane para que subiera con él a la cabina de navegación. Una vez que se sentó en su sillón, los motores se pusieron a media potencia, levitando en el aire. Con los mandos giró la lanzadera para ponerla mirando a la entrada principal y esperó a que los soldados del LSH hicieran su entrada en la zona de aterrizaje.

Por fin se vio una nube de humo en uno de los lados del garaje y Jörhk pulsó un botón. Frente a la lanzadera, la compuerta de entrada saltó por los aires. Jörhk tiró de los mandos hacia delante y la lanzadera se movió a toda velocidad hacia el frente, saliendo del almacén a toda la velocidad y empezó a ascender según estuvo fuera.

Los miembros de la milicia y los del LSH fueron pillados por sorpresa y no se esperaron ver la lanzadera, que pasó a toda velocidad ante ellos. Los oficiales comenzaron a llamar a los comandos que habían mandado dentro cuando todo se convirtió en un caos. Una inmensa nube de fuego y cascotes lo envolvió todo. Las radios se llenaron de aullidos de dolor y caos. Además la explosión del almacén, no solo dejaba muertos, sino que pronto llamaría la atención de la policía y sobre todo de la prensa. Ambos eran dos sectores que el LSH aún no tenían bien controlados, sobre todo el segundo.

Las naves del LSH, recuperados de la sorpresa, se pusieron en marcha, tenían que cazar a la lanzadera que huía hacia la atmósfera y seguramente del planeta. Sus naves eran rápidas y estaban seguros de que les alcanzarían. De todas formas, Bartholome pidió que la milicia mandase cazas para interceptar a la lanzadera. Pero por primera vez en las últimas ocasiones, el enlace con el que se comunicaba negó esa ayuda. Si salían del planeta, la milicia tendría muchas dificultades para explicarlo a la armada. Ya que ellos solo se podían encargar de la defensa de Marte, no del espacio. Bartholome le insultó y hasta le amenazó, pero el enlace siguió en sus trece. Si quería pillarle, lo tendría que hacer el solo. La milicia no podía.

El oficial de enlace, estaba en su transporte, cuando vio alejarse a las naves del LSH, tres lanzaderas interplanetarias modificadas. Se marchaban rápido. Ahora ellos debían retirar a sus heridos y sus muertos, antes de que las autoridades civiles empezasen a llegar y hacer preguntas. La policía podía hacer preguntas peligrosas y sus jefes no iban a estar demasiado contentos, pero ese era su problema, por aceptar las órdenes de los locos del LSH. Mientras veía como retiraban a sus muertos, el oficial empezó a pensar que igual iba siendo hora de trasladarse a los puestos fronterizos, donde él y su familia podrían vivir con más paz que en Marte, donde las cosas se estaban poniendo francamente mal.

En la lanzadera de Jörhk, las cosas no estaban más tranquilas. Mientras la pequeña shirat y el profesor Trebellor estaban sentadas y amarradas a sus asientos, Ulvinnar se había levantado, había ascendido por la escala y se estaba quejando.

-   ¡Eso ha sido una explosión! ¡Han destruido tú almacén! -gritó Ulvinnar-. ¿Qué tipo de armas usan? Menos mal que hemos conseguido salir. No deberías haber tardado tanto.
-   La explosión la he detonado yo -afirmó Jörhk bastante satisfecho de ello-. Eso les habrá hecho pensarse lo de ir por nosotros. Que pena que no pueda ver la cara de Bartholome. Debe haber perdido más de sus amigos. O igual alguno de sus aliados de la milicia. Pobre tonto.
-   ¿Por qué brilla esa luz roja grande? -preguntó Diane, señalando una bombilla bastante gran de la consola.
-   ¿Cual? ¡Mierda! -inquirió Jörhk, hasta dar con la luz a la que se refería Diane. Estuvo tocando nuevos botones y mirando la pantalla principal de su cuadro de mandos-. Parece que nos siguen tres lanzaderas. Por los datos que lanza el ordenador deben ser del LSH. La milicia ya debe tener suficiente con nosotros. Voy a subir los escudos. Diane, ve a la torreta inferior. No dispares hasta que yo te lo diga. No debemos abrir fuego en el planeta. Luego se van a enterar.
-   ¿No vas a disparar? -intervino Ulvinnar, incrédula-. Vas a hacer que nos maten. En el espacio no hay ningún lugar para esconderse.
-   Y aquí abajo tampoco -espetó Jörhk-. Ahora quiero que te calles, no me dejas concentrarme en el manejo de la nave. Te puedes sentar donde esta Diane o vuelves abajo con tu hermana. Pero si te quedas, te callas y no tocas nada. ¿Entendido?

Ulvinnar asintió con la cabeza y se sentó en el asiento donde había estado Diane. Era mucho más cómodo que los de la bodega. Jörhk suspiró y comenzó a acelerar, internándose entre las naves, mucho más grandes que la suya. Eran los transportes que llevaban mercancías a las radas orbitales, donde los grandes transportes y cargueros llenaban sus bodegas. Según sus sensores las tres naves, antiguas lanzaderas interplanetarias, se aproximaban a toda velocidad contra él. Pero sus naves eran más grandes y pesadas, por lo que les costaba más esquivar el tráfico.

sábado, 22 de agosto de 2020

El conde de Lhimoner (64)

Beldek y el hombre se miraban a los ojos cada poco rato, estudiándose con cada gesto. Beldek suspiró y desenvainó su espada, apuntando con ella al hombre.

-   Supongo que tendrás un nombre real, no el que le diste a Yhurino, que sin duda, como él pensaba tenía que ser falso -indicó Beldek-. Supongo que ahora ya no te importara revelarlo, ¿verdad?
-   Me llamo… bueno me llamaba Haltahl de Theahl -dudó en presentarse el hombre-. Como supongo en ese tiempo era un buen sacerdote, que seguía los dogmas de un gran sumo sacerdote, pero que el miserable Oljhal eliminó de forma vil. Como siempre fue Oljhal, un bobo.
-   Bueno Haltahl, eso no te da derecho a matar a gente inocente porque sí -regañó Beldek-. Ahora solo queda que sueltes tu juguetito y te dejes detener por mis hombres. Me gustaría que hablases con los cadíes. Es hora de que el miedo y la frustración que has provocado con tus acciones se los lleve el viento.
-   ¿Qué me pasará?
-   Pues lo que les pasa a las personas como tú, Haltahl, unos días de cárcel y después tu cabeza será exhibida ante la plebe, para que todos consideren que se ha hecho justicia y ha vuelto la paz -respondió con ironía Beldek-. Así que se bueno y deja ya de molestar.
-   ¿Y si no quiero?
-   Sabes bien que esa opción no es posible -señaló Beldek, sonriente.
-   Siempre hay opciones en la vida -aseguró Haltahl, dejando caer el pequeño arma que llevaba en la mano y quitándose la capa. Bajo esta tenía una espada que rápidamente desenvainó.

Los siguientes segundos parecieron pasar a cámara lenta. Ahlssei, también desenvainaba su espada y se aproximaba a donde estaba Beldek, para protegerlo, pues pensaba que el objetivo del criminal era Beldek. Pero este cambió de improviso de rumbo, dirigiéndose hacía donde estaba Oljhal. Ahlssei y los guardias se lanzaron contra él, mientras Beldek gritaba que lo quería vivo. Debía presentarse ante los cadíes.

Haltahl lanzaba estocadas con su arma para evitar que los guardias le pudiesen detener antes de acabara con su obra. Beldek pudo ver cómo hería a algunos de sus hombres, pero al final, un soldado le puso la zancadilla y Haltahl se cayó de bruces con estrépito. Fhahl le desarmó y otros soldados le ataron de pies y manos. Beldek se acercó y comprobó que estaba bien atado. Se acercó a su oído.

-   Ha sido un enemigo formidable, pero la justicia la defiendo yo, y no se hace con violencia -murmuró Beldek, tras lo que se puso de pie-. Llevaos a este hombre, encadenadle y exhibidle como por lo que es, un miserable asesino. Llevadle primero ante el general y luego al palacio de los cadíes, pues nuestra ley le permite defender su persona.
-   Mi señor, mi señor -le llamó Fhahl, mientras los soldados se llevaron en volandas a Haltahl.

Al acercarse a donde estaba Fhahl descubrió el cuerpo de Shiahl, sobre un charco de sangre, con el cuello rajado. Una de las estocadas al azar de Haltahl había sido letal. El azar era siempre imposible de predecir y esta vez se había reído por última vez de Beldek. La muerte de Shiahl era algo que no había podido prever y le había dolido con ganas, ya que el sargento era uno de sus mejores hombres. Se le iba a echar de menos.

-   Encargate de que sea llevado a la ciudadela con todos los honores, Fhahl -ordenó Beldek con seriedad.
-   Siento lo del sargento Shiahl era un gran soldado -indicó Ahlssei.
-   Debería haber previsto que intentaría atacar a Oljhal -dijo Beldek, observando como Fhahl y otros hombres levantaban con cuidado el cuerpo de Shiahl y se lo llevaban. Oljhal aún estaba allí donde se había situado, pero tenía la cabeza agachada, mientras murmuraba unos rezos.
-   Supongo que me tengo que ir a informar a Thimort y al emperador que vuestro plan ha salido como te esperabas -comentó Ahlssei.
-   Creo que sí, yo en cambio ya es hora que me deje caer por mi casa, estoy cansado.

Ahlssei y Beldek se marcharon de allí, bajó la mirada de triste de Oljhal, que a Beldek realmente le importaba poco lo que le pasase en adelante. Se separó de Ahlssei cuando este tomó el camino hacía el palacio. Cuando le observó alejarse estuvo seguro que ya no le volvería a ver más. Thimort tendría un nuevo trabajo para ese joven, posiblemente lejos de la capital.

Ascenso (41)

Ofthar había comido algo ligero y ahora se paseaba por la fortaleza. Todos los hombres estaban trabajando a contrarreloj. Unos preparaban sus equipos, otros hacían instrucción. Los arqueros mejoraban su puntería contra unas dianas que habían creado con los petos de los hombres de los mares, donde se veía su estandarte. Orot dirigía la instrucción de un grupo de guerreros, mientras que otros de sus amigos hacían lo mismo con arqueros y otros soldados. Rhennast los había puesto a mandar secciones, para hacer más eficiente la defensa.

De las forjas llegaban los sonidos del golpear del acero, así como los chirridos de la fricción de las piedras de afilar al hacer su trabajo. Había siervos moviendo haces de flechas, llevándolas a las murallas, para que los arqueros las tuvieran listas. Otros trasladaban suministros, agua y trozos de cuero, para todas las necesidades que pudiera tener una fortaleza bajo ataque.

Sus pasos le llevaron de la fortaleza a la aldea, donde los siervos estaban preparando las casuchas para la defensa. Cerca del muelle descubrió a Elther con un buen número de hombres preparando tarros de cerámica, en la que echaban la brea, le colocaban una mecha y lo tapaban con una tela agujereada. Una vez terminadas las iban llevando a los barcos, que habían vaciado de las cosas innecesarias. Un par de siervos iban mostrando a los timoneles cuales eran los pasos mejores, en un mapa.

Ofthar buscaba a Mhista, pero no parecía estar por ahí cerca. Siguió su paseo entre las casas de la aldea, cuando de una de ellas vio salir a Maynn. No llevaba nada en las manos, por lo que no sabía que había estado haciendo en la casa. Iba a llamarla, cuando se lo pensó mejor y algo le hizo quedarse allí parado. Supuso que era una corazonada y las suyas siempre se cumplían. No había pasado ni media hora cuando apareció Mhista. Ofthar blasfemó en sus adentros.

-   ¡Mhista! -gritó Ofthar saliendo de las sombras del callejón donde había estado-. Tengo que hablar contigo.
-   Yo también -dijo huraño Mhista, lo que molestó a Ofthar.
-   Esto no puede seguir así, amigo -comenzó a decir Ofthar-. Los hombres empiezan a hablar de tu relación con Maynn. Sabes de lo que habló. Tú mismo lo has hecho en el pasado. Y eres mi senescal, mi campeón.
-   De eso quiero hablarte, quiero dejar el cargo -murmuró Mhista, temeroso de la reacción de Ofthar, y parecía haber acertado-. Ya no creo que sea el idóneo para este puesto y…
-   ¡Has perdido el juicio! -bramó Ofthar, fuera de sí-. No ves la realidad, si te quito ahora de senescal los hombres pensaran que es por lo que ellos ya creen. Que te acuestas con muchachos jóvenes. O prefieres que se sepa que Maynn es una mujer y tú un sacrílego. Estas encoñado con esa mujer, pero no ves que te lleva a un final desastroso. No lo voy a permitir. He esperado en vano, pero ya es hora de que te cases. Cuando regresemos a Bhlonnor vas a casarte.
-   ¡No! -gritó a su vez Mhista, como notariado por las palabras de Ofthar-. ¡Yo la amo! Tú no eres quien para imponer tus designios. No te creas que voy a permitirlo…
-   ¿Te estás enfrentando a mi, a tu señor? -preguntó incrédulo Ofthar, que no se esperaba la reacción de Mhista.
-   Yo, yo… No, no quiero enfrentarme a ti -reflexionó Mhista, pero Ofthar veía que había mucha confusión en su rostro. Estaba seguro que su mente estaba haciendo comparaciones sobre que era el mejor camino seguir. Se quedaba con Ofthar o se iba con Maynn.
-   No decidas aún nada, espera a que terminemos esta guerra y ya podremos llegar a algo satisfactorio -pidió Ofthar intentando apaciguar las aguas-. Tú tienes una incursión mañana a primera hora. Para que ganemos necesito que neutralices esa flota. Si consiguen sacar algún barco de allí, podrían hacer cambiar el curso de esta guerra. Te necesito descansado y mentalizado. Por favor, no más reuniones secretas con Maynn. Hasta las casuchas tienen oídos.
-   Está bien -claudicó Mhista, visiblemente más calmado.

Ofthar se quedó viendo cómo se dirigía hacia el muelle. Cuando desapareció en una esquina, él regresó hacia la fortaleza. En las puertas, llamó a uno de los hombres. Le ordenó que buscarán a Maynn y que lo enviaran ante su presencia, en su sala de audiencias. Tenía que ultimar una serie de asuntos para llevar a cabo su trampa. Siguió su camino a la torre, pensativo, sin hacer mucho caso a los hombres que le saludaban o se le acercaban para enseñarle alguna cosa que habían encontrado o perfeccionado. Ofthar les devolvía un saludo simple y vacío, pues su mente no estaba para ellos. Si alguno intuyó algo de descortesía en sus gestos, no se lo tuvieron en cuenta, pues al final, él debía mantenerlos con vida y se lo tomaba muy en serio.

martes, 18 de agosto de 2020

El dilema (38)

La reunión había durado más de lo que Alvho había predicho que iba a hacerlo, pero por fin él, Tharka y su escolta pudieron abandonar el subsuelo y regresar hacia su territorio. La tregua estaba firmada y pronto todos emprenderían la expedición.

-   Bueno todo ha ido como Ulmay quería, viento en popa -dijo Alvho para romper el silencio que había. Tharka no había dicho nada desde que se habían marchado de la reunión.

-   ¡Hum! -respondió Tharka.

-   Vamos Tharka, no somos niños, si hay algo que no te ha gustado, será mejor que lo sueltes -se quejó Alvho, ante la actitud del hombretón.

-   Supongo que sigo asombrado por lo que eres -indicó por fin Tharka-. Sabía que eras un asesino, pero no que pertenecieras a los oscuros. Cuando has lanzado la moneda con vuestro emblema se me ha helado la sangre y cuando has dicho que tu grupo está aliado con nuestra causa casi me muero. Ulmay no me había dicho nada sobre esa alianza.

-   Bueno, eso es porque no la hay -se rió Alvho, pero se puso serio al ver la cara de asombro de Tharka, parece que eran demasiadas confidencias en poco tiempo-. Sabes lo bueno de esta mentirijilla, que ninguno de los otros líderes intentará saber si era una farol o no. Nadie sabe dónde está su sede y nadie sabe quien es Attay, aun así tampoco se puede concertar cita de esa forma. Los moradores de las sombras o oscuros como tú los llamas no tienen un lugar real donde se reúnen. Lo hacemos de uno en uno en tabernas que suelen cambiar en cada ocasión.

-   ¿Y entonces porque les has dicho que estamos aliados? -quiso saber Tharka.

-   Por el miedo que les ha entrado, bueno a todos menos esa tonta de Vheyn -reconoció Alvho-. Además de dar peso a nuestra causa. Ahora solo falta saber si el señor Dharkme habrá aceptado o no la propuesta de Ulmay.

-   No lo dudo, porque Ulmay al igual que tú habrá usado el miedo para movilizar al hombre -aseguró Tharka, recuperando un poco su compostura y su buena cara-. Vamos a la taberna de Selvho y nos tomamos algo. Luego volveré junto a Ulmay. Pronto te haremos llegar un mensaje con las buenas noticias.

El resto del camino fue algo más animado, pero a Alvho no se le escapó que Tharka hablaba con más preocupación y temor que antes. Temía decir algo que no fuera necesario y por tanto que Alvho recibiese más información de la debida. El asunto de los oscuros seguía dando vueltas en la cabeza del hombretón, lo que le hacía ser precavido.

Cuando llegaron a la taberna, la encontraron más vacía y a Selvho algo más triste, pero al ver entrar a Alvho, su cara se iluminó. Fue hacia él a grandes pasos y si Tharka no fuera quien era lo hubiera apartado de malas formas, como si quitase a un moscón de en medio.

-   No vas a poder invitarme a nada -le dijo Alvho a Tharka cuando una de las manos de Selvho se puso sobre su hombro-. El deber me llama.

-   Mi buen Alvho, tal vez podrías amenizar esta triste taberna con un poco de diversión -rogó Selvho, aunque su tono parecía más una orden que otra cosa.

-   Eso, eso, animanos con alguna gesta de los héroes del pasado -pidió Tharka, al tiempo que pasaba su pesado brazo derecho caía sobre los hombros de Selvho y lo arrastraba hacia delante, librando la presa sobre Alvho-. Creo que tienes una buena cerveza escondida entre el aguachirre que sirves a los incautos como Alvho. Vamos se un buen tabernero y sacame una jarra.

-   Sí, sí -asentía Selvho dejándose llevar hacia la barra por Tharka y alejándolo de Alvho, que ya se dirigía a la peana donde hacía su espectáculo y donde ya le esperaba su instrumento, que Selvho seguro había tomado de su habitación.

Alvho se burló por dentro del tabernero y su curiosa suerte, tras lo que se dirigió hacia su instrumento. antes de empezar pidió un par de veces algo con lo que mojar la lengua, pues sin duda se secaría con un par de canciones. Mientras comprobaba que su instrumento estaba bien afinado, uno de los hombres de Tharka le trajo una jarra y una copa de madera. La primera llena del espumoso brebaje. Al probarlo esperaba una cerveza de ínfima calidad, pero no. Miró a la barra y allí le saludo Tharka con su copa alzada, lo que quería decir que había sido él quien le invitaba. Por lo que decidió empezar su espectáculo con uno de los cantares sobre el general Ordhalon, uno de los grandes héroes del pasado, en los tiempos de los señoríos unificados. El cantar fue bien recibido por los clientes y como era largo, podría rellenar mucho tiempo.

Mientras trabajaba se pudo dar cuenta de que Lhianne no estaba trabajando, por lo que Alvho decidió que cuando las bailarinas le sustituyesen, él podía ir a ver como estaba, y tal vez compartir algo más, como el lecho, ya que su habitación estaría fría como el hielo.

El mercenario (39)

Jörhk se sentó en su sillón de mando y comenzó a preparar la nave para despejar lo antes posible. Observó que tanto las shirats cómo el profesor y Diane estaban ocupadas con los trabajos que les había dado. Le complació ver que Trebellor estaba desmantelando con rapidez el sistema de camuflaje. Tal vez en un futuro se lo tendría que poner a esta lanzadera. Pero ahora tenía que contactar con sus jefes. Encendió el sistema de comunicaciones y llamó al número que le habían dado. No activo el sistema de hologramas, ya que sabía que era mejor el anonimato.

-   ¿Sí? -dijo una voz distorsionada por los altavoces de la cabina.
-   Tengo su paquete -informó Jörhk-. Pero no creo que lo pueda llevar al lugar donde me contrataron. Podría tener invitados no deseados.
-   ¡Hum! Se nos aseguró que erais un hombre de recursos y que haríais las cosas con mucho disimulo -indicó la voz-. Pero parece que no ha sido así.
-   Su paquete estaba escondido en un lugar raro y difícil -comentó Jörhk-. Hubo una serie de complicaciones y se podría decir que pise un avispero. Pero esta completo y listo para entregar.
-   ¿Un avispero? -repitió la voz, pero se silenció durante unos segundos, hasta que volvió a hablar-. Este en las siguientes coordenadas en tres horas y nosotros le recogeremos.

Jörhk metió las coordenadas que aparecieron en el holograma que se activó por unos segundos en el ordenador de la navegación de la nave. Según este, el punto donde habían quedado era cerca de Titán, el satélite de Saturno, donde no había nada, ni una estación orbital ni nada parecido. Una vez que la llamada con sus jefes se había terminado, marcó el número de Jane. aquí si usó los hologramas. Pronto apareció la cara de su vieja amiga.

-   Dime sargento -dijo cómo saludó Jane.
-   Hay un cambio de planes, vieja amiga -anunció Jörhk-. El trabajo se ha vuelto más peligroso. Marte es un avispero para mí. Creo que me voy a ir lejos, tal vez inicie una nueva vida. Por lo que he visto en este trabajo, la vida en Marte se va a volver peligrosa para todos. Tal vez tú y Olghat deberíais marcharos.
-   ¿A dónde irás?
-   Dicen que se necesitan hombres con arrestos en las nuevas colonias -indicó Jörhk-. Tal vez haya uno a mi medida.
-   ¡Oh, mi sargento! -se hizo la sorprendida Jane-. Quieres formar una familia.
-   Mi familia sois vosotros, mis soldados -recordó Jörhk-. No creo que pueda tener otra. Solo te llamaba para avisarte de que no me vas a ver más durante mucho tiempo. Por otro lado, puedes hacer lo que quieras con mi piso.
-   ¿Y el almacén?
-   Ese no lo vas a poder usar, lo siento -negó Jörhk-. Ni lo que hay dentro.
-   ¿Así están las cosas?
-   Así han terminado, sí -asintió Jörhk, pues Jane sabía lo que iba a hacer, se conocían demasiado bien, gracias a los campos de batalla. Adiós mi vieja amiga.
-   Adiós, sargento.

La comunicación se terminó y la cara de Jane desapareció. Jörhk se puso de pie y descendió por una escala interior a la bodega de carga. Allí estaban Ulvinnar y su hermana, junto a todas las cajas que les había pedido traer. Jörhk las empezó a mover a los sitios que tenía reservadas para ellas.

-   Podéis sentaros en los asientos de los lados -indicó Jörhk-. Pero cuidado con esa trampilla, pues os podéis hacer daño. Es una torreta defensiva. Además está operativa así que podríais disparar los cañones, lo que sería muy peligroso.
-   Tendremos cuidado -aseguró Ulvinnar, llevando a su hermana hasta los asientos, sentándola en uno de ellos. No eran muy cómodos, pero tampoco esperaban grandes lujos tras una vida tan aciaga.
-   Bien, nos pondremos en marcha enseguida, nos esperan en órbita -dijo Jörhk, mientras aseguraba las cajas y el resto de la carga.

Salió de la lanzadera por la rampa y se encontró con Trebellor y Diane, cargados con las piezas del sistema de camuflaje y las herramientas. Jörhk les sonrió y les hizo gestos para que entrasen en la lanzadera. Les indicó que se tendrían que marchar en breve. Se alejó de ellos a paso rápido. Primero se dirigió a la zona de seguridad del almacén. Por la consola pudo ver que las cámaras ocultas que tenía en el exterior estaban grabando a varias naves de la milicia y otras lanzaderas modificadas. Jörhk había oído sobre lanzaderas privadas con armamento militar. Las usaban los gansters que se repartían los bajos fondos y por lo que podía ver, también el LSH tenía las suyas, pues podía ver a Bartholome dirigiendo una.

Estaban preparando un grupo para irrumpir en el almacén por varios puntos. Por ello, Jörhk bloqueó todas las entradas y activó las trampas que hacía años había instalado, así como la bomba que tenía por si su escondite caía en manos enemigas. Una vez que dejó listos los preparativos para los milicianos y el LSH, regresó a la lanzadera.