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sábado, 22 de agosto de 2020

El conde de Lhimoner (64)

Beldek y el hombre se miraban a los ojos cada poco rato, estudiándose con cada gesto. Beldek suspiró y desenvainó su espada, apuntando con ella al hombre.

-   Supongo que tendrás un nombre real, no el que le diste a Yhurino, que sin duda, como él pensaba tenía que ser falso -indicó Beldek-. Supongo que ahora ya no te importara revelarlo, ¿verdad?
-   Me llamo… bueno me llamaba Haltahl de Theahl -dudó en presentarse el hombre-. Como supongo en ese tiempo era un buen sacerdote, que seguía los dogmas de un gran sumo sacerdote, pero que el miserable Oljhal eliminó de forma vil. Como siempre fue Oljhal, un bobo.
-   Bueno Haltahl, eso no te da derecho a matar a gente inocente porque sí -regañó Beldek-. Ahora solo queda que sueltes tu juguetito y te dejes detener por mis hombres. Me gustaría que hablases con los cadíes. Es hora de que el miedo y la frustración que has provocado con tus acciones se los lleve el viento.
-   ¿Qué me pasará?
-   Pues lo que les pasa a las personas como tú, Haltahl, unos días de cárcel y después tu cabeza será exhibida ante la plebe, para que todos consideren que se ha hecho justicia y ha vuelto la paz -respondió con ironía Beldek-. Así que se bueno y deja ya de molestar.
-   ¿Y si no quiero?
-   Sabes bien que esa opción no es posible -señaló Beldek, sonriente.
-   Siempre hay opciones en la vida -aseguró Haltahl, dejando caer el pequeño arma que llevaba en la mano y quitándose la capa. Bajo esta tenía una espada que rápidamente desenvainó.

Los siguientes segundos parecieron pasar a cámara lenta. Ahlssei, también desenvainaba su espada y se aproximaba a donde estaba Beldek, para protegerlo, pues pensaba que el objetivo del criminal era Beldek. Pero este cambió de improviso de rumbo, dirigiéndose hacía donde estaba Oljhal. Ahlssei y los guardias se lanzaron contra él, mientras Beldek gritaba que lo quería vivo. Debía presentarse ante los cadíes.

Haltahl lanzaba estocadas con su arma para evitar que los guardias le pudiesen detener antes de acabara con su obra. Beldek pudo ver cómo hería a algunos de sus hombres, pero al final, un soldado le puso la zancadilla y Haltahl se cayó de bruces con estrépito. Fhahl le desarmó y otros soldados le ataron de pies y manos. Beldek se acercó y comprobó que estaba bien atado. Se acercó a su oído.

-   Ha sido un enemigo formidable, pero la justicia la defiendo yo, y no se hace con violencia -murmuró Beldek, tras lo que se puso de pie-. Llevaos a este hombre, encadenadle y exhibidle como por lo que es, un miserable asesino. Llevadle primero ante el general y luego al palacio de los cadíes, pues nuestra ley le permite defender su persona.
-   Mi señor, mi señor -le llamó Fhahl, mientras los soldados se llevaron en volandas a Haltahl.

Al acercarse a donde estaba Fhahl descubrió el cuerpo de Shiahl, sobre un charco de sangre, con el cuello rajado. Una de las estocadas al azar de Haltahl había sido letal. El azar era siempre imposible de predecir y esta vez se había reído por última vez de Beldek. La muerte de Shiahl era algo que no había podido prever y le había dolido con ganas, ya que el sargento era uno de sus mejores hombres. Se le iba a echar de menos.

-   Encargate de que sea llevado a la ciudadela con todos los honores, Fhahl -ordenó Beldek con seriedad.
-   Siento lo del sargento Shiahl era un gran soldado -indicó Ahlssei.
-   Debería haber previsto que intentaría atacar a Oljhal -dijo Beldek, observando como Fhahl y otros hombres levantaban con cuidado el cuerpo de Shiahl y se lo llevaban. Oljhal aún estaba allí donde se había situado, pero tenía la cabeza agachada, mientras murmuraba unos rezos.
-   Supongo que me tengo que ir a informar a Thimort y al emperador que vuestro plan ha salido como te esperabas -comentó Ahlssei.
-   Creo que sí, yo en cambio ya es hora que me deje caer por mi casa, estoy cansado.

Ahlssei y Beldek se marcharon de allí, bajó la mirada de triste de Oljhal, que a Beldek realmente le importaba poco lo que le pasase en adelante. Se separó de Ahlssei cuando este tomó el camino hacía el palacio. Cuando le observó alejarse estuvo seguro que ya no le volvería a ver más. Thimort tendría un nuevo trabajo para ese joven, posiblemente lejos de la capital.

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