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martes, 25 de agosto de 2020

El mercenario (40)

Según entró por la rampa, activó el cierre que había abajo. Le hizo un gesto a Diane para que subiera con él a la cabina de navegación. Una vez que se sentó en su sillón, los motores se pusieron a media potencia, levitando en el aire. Con los mandos giró la lanzadera para ponerla mirando a la entrada principal y esperó a que los soldados del LSH hicieran su entrada en la zona de aterrizaje.

Por fin se vio una nube de humo en uno de los lados del garaje y Jörhk pulsó un botón. Frente a la lanzadera, la compuerta de entrada saltó por los aires. Jörhk tiró de los mandos hacia delante y la lanzadera se movió a toda velocidad hacia el frente, saliendo del almacén a toda la velocidad y empezó a ascender según estuvo fuera.

Los miembros de la milicia y los del LSH fueron pillados por sorpresa y no se esperaron ver la lanzadera, que pasó a toda velocidad ante ellos. Los oficiales comenzaron a llamar a los comandos que habían mandado dentro cuando todo se convirtió en un caos. Una inmensa nube de fuego y cascotes lo envolvió todo. Las radios se llenaron de aullidos de dolor y caos. Además la explosión del almacén, no solo dejaba muertos, sino que pronto llamaría la atención de la policía y sobre todo de la prensa. Ambos eran dos sectores que el LSH aún no tenían bien controlados, sobre todo el segundo.

Las naves del LSH, recuperados de la sorpresa, se pusieron en marcha, tenían que cazar a la lanzadera que huía hacia la atmósfera y seguramente del planeta. Sus naves eran rápidas y estaban seguros de que les alcanzarían. De todas formas, Bartholome pidió que la milicia mandase cazas para interceptar a la lanzadera. Pero por primera vez en las últimas ocasiones, el enlace con el que se comunicaba negó esa ayuda. Si salían del planeta, la milicia tendría muchas dificultades para explicarlo a la armada. Ya que ellos solo se podían encargar de la defensa de Marte, no del espacio. Bartholome le insultó y hasta le amenazó, pero el enlace siguió en sus trece. Si quería pillarle, lo tendría que hacer el solo. La milicia no podía.

El oficial de enlace, estaba en su transporte, cuando vio alejarse a las naves del LSH, tres lanzaderas interplanetarias modificadas. Se marchaban rápido. Ahora ellos debían retirar a sus heridos y sus muertos, antes de que las autoridades civiles empezasen a llegar y hacer preguntas. La policía podía hacer preguntas peligrosas y sus jefes no iban a estar demasiado contentos, pero ese era su problema, por aceptar las órdenes de los locos del LSH. Mientras veía como retiraban a sus muertos, el oficial empezó a pensar que igual iba siendo hora de trasladarse a los puestos fronterizos, donde él y su familia podrían vivir con más paz que en Marte, donde las cosas se estaban poniendo francamente mal.

En la lanzadera de Jörhk, las cosas no estaban más tranquilas. Mientras la pequeña shirat y el profesor Trebellor estaban sentadas y amarradas a sus asientos, Ulvinnar se había levantado, había ascendido por la escala y se estaba quejando.

-   ¡Eso ha sido una explosión! ¡Han destruido tú almacén! -gritó Ulvinnar-. ¿Qué tipo de armas usan? Menos mal que hemos conseguido salir. No deberías haber tardado tanto.
-   La explosión la he detonado yo -afirmó Jörhk bastante satisfecho de ello-. Eso les habrá hecho pensarse lo de ir por nosotros. Que pena que no pueda ver la cara de Bartholome. Debe haber perdido más de sus amigos. O igual alguno de sus aliados de la milicia. Pobre tonto.
-   ¿Por qué brilla esa luz roja grande? -preguntó Diane, señalando una bombilla bastante gran de la consola.
-   ¿Cual? ¡Mierda! -inquirió Jörhk, hasta dar con la luz a la que se refería Diane. Estuvo tocando nuevos botones y mirando la pantalla principal de su cuadro de mandos-. Parece que nos siguen tres lanzaderas. Por los datos que lanza el ordenador deben ser del LSH. La milicia ya debe tener suficiente con nosotros. Voy a subir los escudos. Diane, ve a la torreta inferior. No dispares hasta que yo te lo diga. No debemos abrir fuego en el planeta. Luego se van a enterar.
-   ¿No vas a disparar? -intervino Ulvinnar, incrédula-. Vas a hacer que nos maten. En el espacio no hay ningún lugar para esconderse.
-   Y aquí abajo tampoco -espetó Jörhk-. Ahora quiero que te calles, no me dejas concentrarme en el manejo de la nave. Te puedes sentar donde esta Diane o vuelves abajo con tu hermana. Pero si te quedas, te callas y no tocas nada. ¿Entendido?

Ulvinnar asintió con la cabeza y se sentó en el asiento donde había estado Diane. Era mucho más cómodo que los de la bodega. Jörhk suspiró y comenzó a acelerar, internándose entre las naves, mucho más grandes que la suya. Eran los transportes que llevaban mercancías a las radas orbitales, donde los grandes transportes y cargueros llenaban sus bodegas. Según sus sensores las tres naves, antiguas lanzaderas interplanetarias, se aproximaban a toda velocidad contra él. Pero sus naves eran más grandes y pesadas, por lo que les costaba más esquivar el tráfico.

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