Los grupos de personas que se habían reunido en las proximidades de la puerta del barrio alto se estaban empezando a marchar. Esto se había conseguido gracias al plan de Beldek, que ya estaba en marcha. La primera parte era que se airearan una serie de rumores, la mayoría contrarios, unos a otros. Los primeros eran amenazantes. Se indicaba que el emperador no iba a tolerar las algaradas y que si a cierta hora del día la población no se había marchado, la milicia y la guardia imperial aplicarían la ley marcial, aplastando a los que se quedasen allí. La aparición de nuevas unidades de la milicia, enviadas por el general Shernahl. La gente se puso más nerviosa y algo más violenta. Los siguientes rumores fueron más conciliadores. El primero que el emperador había llamado a consultas al sumo sacerdote al palacio.
Lo siguientes rumores ya hablaban de que primero el emperador había obligado a Oljhal que renunciase a su cargo de sumo sacerdote y el segundo, el más importante según su creador, Beldek, indicaba que el sumo sacerdote iba a rezar durante lo que quedaba de día en el gran templo, solo, para rogar a Bhall que le perdonase por sus malas acciones. Al día siguiente abandonaría la ciudad rumbo a un monasterio lejano para vivir el tiempo que le quedaba en oración y estudio de las escrituras sagradas.
Al llegar ese rumor a donde estaba la población, esta se empezó a dispersar, pues creían que habían conseguido lo que se habían pedido que sucediese. Con la marcha de los manifestantes, la milicia también se fue retirando, a excepción de algunos piquetes de seguridad. Pero solo estaban para encargarse de los rescoldos de la violencia, pero estos también se habían apagado.
Convencer a Oljhal de que debía ser el cebo no le había costado demasiado a Beldek. Todo había sido gracias a Thimort y a Fherenun. Ambos dijeron que cuando todo terminase, a Oljhal se le obligaría a abandonar su cargo, pero se le permitiría seguir en la capital, siempre que él lo quisiera. No se le eliminaría en la oscuridad y el silencio. No como iba a ocurrir posiblemente con Aahl y Thyun. Beldek había observado a Thimort hablando con Ahlssei sobre ello. Los lobos saldrían a cazar nuevas presas. Ahora Oljhal se había despedido de sus siervos y como decía el último rumor, estaba en el gran templo, arrodillado ante la gran piedra del gran altar, orando. Pero no estaba solo, sino rodeado por hombres de la milicia, esperando a un asesino.
Beldek y Ahlssei se habían vestido como un par de siervos, Shiahl y Fhahl esperaban fuera, escondidos. En la capilla, cerca del gran altar no había muchas más personas. Pronto se marcharon dos sacerdotes menores y durante una hora no ocurrió nada hasta que se abrió una puerta, escuchándose unos pasos que se acercaban. Desde los escondites donde estaban Beldek y Ahlssei pudieron ver una figura que escondía su rostro con una capa oscura. Se acercó por la espalda de Oljhal que permanecía arrodillado, ajeno a todo. Algo brillaba en la mano de la persona. Como Beldek, esperaba, que Oljhal perdiera su estatus no terminaría con la línea de venganza de ese hombre. Quería a Oljhal muerto. Beldek le hizo una seña a Ahlssei y salieron de sus escondites. El hombre se acercó en silencio a Oljhal, hasta estar a escasos centímetros, atacando el cuello desprotegido Oljhal. Sonó un ruido fuerte, pero que no parecía el de golpear la piel humana.
Los sargentos Shiahl y Fhahl junto con sus hombres se habían distribuido alrededor del gran altar. Además también había algunos guardias del templo y soldados de la guardia imperial. No había forma alguna de escapar por su pie de allí. Miró con una mueca de asco y odio al coronel, que le había impedido llevar a cabo su venganza final. No quería ni podía morir antes de que la sangre de Oljhal estuviese en sus manos. Entre los guardias del templo le pareció ver una figura embozada en un manto de sacerdote menor, pero los ojos los reconoció de inmediato, Oljhal. Aún estaba a su alcance, pero debía ser listo. Parecía que el oficial quería hablar. Le daría la charla que quería.
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