Antes
de explicarles el plan, Ofthar desenrolló un pliego de papel, en el
que había dibujado el mapa de la zona. Se distinguía la fortaleza,
la aldea, la cala que hacía de puerto, los brazos cercanos del
pantano y parte de las tierras de los prados colindantes. El que
había dibujado ese mapa se había empleado a fondo, marcando la
mayoría de las zonas más relevantes que había creído que eran
necesarias. Todos lo observaron con detenimiento.
- Como
ya habéis visto, en este recodo del pantano ha fondeado la flota
enemiga -Ofthar puso su dedo en el punto exacto del mapa, donde
aparecía dibujado el perímetro de una aldea-. Me pareció que
llegaron entre cuarenta y cincuenta barcos, todos de mayor largura
que los dos que tenemos en la aldea. Por ello, he calculado que han
llegado entre dos mil a dos mil quinientos guerreros, aunque algunos
pueden ser arqueros solamente -al decir las cifras, los rostros de
todos empalidecieron, a excepción de Orot y Maynn-. Y son
guerreros, hombres de armas libres, no hombres libres llamados a la
guerra. Otros son mercenarios. Son un problema importante para
nosotros. Nuestro ejército tiene ahora mismo más hombres libres
armados que guerreros en sí. Nuestro número es mayor, sí, pero
fallamos en la calidad.
- Pero
lucharán hasta el final -intervino Elthyn, envalentonado.
- Todos
lo haremos, Elthyn, pero no voy a mandar a mis hombres a un matadero
si lo puedo remediar -aseguró Ofthar-. Tenemos que pensar con
cabeza. Si dejo esos barcos ahí, pasado mañana un segundo ejército
habrá desembarcado varias millas al sur y nos está atacando por la
espalda o peor, nos ha cortado las líneas de suministros. No pienso
permitirlo.
- Entonces
hay que quemar los barcos, ¿pero cómo? -concluyó Mhista-. Una
incursión en el otro lado me parece un suicidio. Nos verán
cruzando el puente. Tanto secretismo para impedir que Thabba ha
caído, se irá al traste, así como tu engaño para que vengan a
ayudarnos.
- Eso
sería si fuéramos a ir andando, pero no vamos a ir así -señaló
Ofthar.
- Pero
si no vamos a ir andando, como… -empezó a decir Mhista,
asombrado.
- ¡Los
barcos de la aldea! -exclamó Maynn, cortando a Mhista.
- Los
barcos de la aldea, iremos por las aguas de los pantanos y
quemaremos sus barcos -asintió Ofthar, al ver que alguien había
llegado a su idea-. Mhista y Elther, comandaréis los dos barcos que
tenemos en la aldea. Llevareis dotaciones mínimas y bombas de brea.
Saldréis un par de horas antes del amanecer, cruzaréis el canal y
entrareis en su cala. Debéis lanzar todas las bombas incendiarias
que podáis. a todos los barcos que podáis. Por último, uno de los
barcos lo incendiaréis y lo haréis chocar contra el centro de la
formación de barcos. El segundo lo hundiréis en el centro de su
canal. llevad canoas para regresar a casa.
- ¿Podemos
elegir a nuestros hombres? -preguntó Mhista.
- Podéis,
pero hacerlo sabiendo que no podéis llevar a hombres de familia,
dirigid a jóvenes y fuertes -afirmó Ofthar, que al final añadió
algo-. Maynn, te necesito conmigo en la torre para mañana. Eres mi
asesor en los movimientos de Whaon, al fin y al cabo eres el que
mejor sabe cómo piensa nuestro enemigo. Por lo que no podrás ir a
ayudar a Mhista.
- Intentaré
que mi consejo sea el óptimo -dijo Maynn, sin dar tiempo a que
Mhista se quejase, alegando que necesitaba a un guía local para
cruzar los canales de los pantanos. Sabía que cualquier siervo de
la aldea podía servirle, ya que ellos pescaban también en los
canales y comerciaban con la aldea vecina.
- En
ese caso, todos tenéis trabajo que hacer, podéis ir a preparar
vuestros cometidos -anunció Ofthar-. Podéis marcharos y a trabajar
por la victoria total.
Uno
a uno los hombres se fueron levantando y marchando. El único que se
quedó fue Rhennast, con su cara seria.
- Esa
Maynn está convirtiéndose en un problema -dejó caer Rhennast-.
Tal vez deberías matarla. Mhista se está volviendo presuntuoso y
la tiende a defender. Los hombres ya hablan de su amistad. Pero
pronto hablarán de otra cosa. Mi señor, vuestro senescal no puede
ir comportándose así. Los hombres no siguen a otro que puede
meterse bajo sus mantas, lo sabéis bien. Lo mejor es que se case.
- No
puedo matar a Maynn, le di mi palabra -murmuró Ofthar, removiéndose
en su sillón-. Pero si puedo hablar con Mhista.
- Las
batallas son peligrosas, mi señor, una espada puede matar a un
enemigo o aun amigo -indicó Rhennast.
- Entiendo
lo que dices Rhennast, pero por ahora no será necesario -aseguró
Ofthar-. Dejame solo, necesito pensar.
- Como
ordenes, mi señor.
Rhennast
se puso en pie y se marchó dejando a Ofthar solo. La mente de Ofthar
no se paraba, devanando todos los posibles finales para sus problemas
actuales, tanto los militares, como los que afectaban a su amigo.
Matar a Maynn en combate podía ser lo más apto, pero aun así,
Mhista sospecharía y acabaría convirtiéndose en su enemigo. A la
larga tendría que eliminarlo a él también. Y esa acción era lo
que más miedo y dolor le producía, sería capaz de ordenar la
muerte de su mejor amigo por la paz en sus territorios. Ahora
entendía lo duro que era señor de todos y echaba de menos los
consejos de su padre o del propio señor Nardiok. Ya nada sería como
antes.
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