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martes, 4 de agosto de 2020

El dilema (36)

Los líderes de los clanes siguieron mirándoles en silencio hasta que Tharka se sentó a la mesa y Alvho justo detrás de él. La silla de Alvho casi había aparecido por arte de magia, para ojos poco entrenados, pero Alvho podía ver con demasiada facilidad a las mujeres vestidas completamente de negro, que estaban colocadas cerca de las paredes, en la penumbra de la sala, ya que las únicas luces estaban en la mesa. Así los líderes creían estar solamente junto a aquellos eran de su mismo nivel, pero Alvho había contado por lo menos diez siervas repartidas por toda la sala.

-   ¿Quien es este hombre, Tharka? -espetó un hombre de unos cuarenta años, que según lo que le había contado Tharka, no podía ser otro que el líder de los Hachas, Gharke y estaba sentado frente a Tharka-. Sabes bien que solo podemos reunirnos los iguales.

-   Es un aliado -se limitó a responder de forma seca Tharka, visiblemente ofendido por las palabras de Gharke.

-   No me gusta coincidir con Gharke -dijo una mujer hermosa, de pelo rojizo, ojos verdosos y penetrantes, que Alvho reconoció como Fhirnne la líder de los Filos Ondulantes-. Pero estas reuniones son de jefes. Nosotros no hemos traído amigos o aliados.

-   Opino lo mismo -asintió la otra mujer, joven y casi todo el cuerpo cubierto por piezas y joyas de oro. Por su belleza, facciones y su ostentación no podía ser otra que la líder de las Dagas Silbantes, Vheyn

-   Tú opinarias lo mismo que aquel que te dé un poco de oro -se burló uno de los hombres de más edad, que estaba a la izquierda de la mesa. Podía ser o Jhurka de los Espadas Curvas o Hertha de los mandobles. La descripción de ambos por parte de Tharka había sido simplemente la de dos hombres mayores. A la derecha, estaba el otro, uno frente al otro, como debía ser con los líderes de dos clanes en guerra perpetua.

-   Mejor que te guardes tus opiniones para ti, viejo Jhurka -advirtió Gharke, con cara de pocos amigos. Lo que quería decir que sin duda protegía o mimaba a Vheyn-. No es la cuestión ahora y nunca lo será, vejestorio. Tharka, mejor que expliques la presencia de este hombre aquí o…

Lo que fuera a decir Gharke se quedó en el interior de su boca, pues lo silenció el zumbido del acero al pasar junto a su cara y clavarse en el respaldo de la silla de Gharke. Todos los ojos, incluso los del hombre, estaban fijos en el pequeño puñal que estaba oscilando en el aire, con la punta clavada en la madera. Casi ninguno de los presentes, ni el mismísimo Tharka habían visto a Alvho lanzarlo contra Gharke, pero ahora todos podían asegurar cuanto de preciso había sido. Tharka permanecía sentado, con la mirada fija en los otros, como retándolos a que alguno quisiera convertirse en una diana para la precisión de Alvho. Aunque no habían llegado a ningún tipo de acuerdo y estaba tan sorprendido como el resto. Pero no iba a permitir que los otros se dieran por enterados.

Alvho, que no quería que las cosas se fueran de las manos, como llevar la reunión a una guerra de bandas, por lo que Tharka posiblemente le matase a él, se puso en pie, buscó algo en una de sus bolsas y depósito sobre la mesa una moneda de plata. Todos los líderes a excepción de Tharka y de Gharke que seguía paralizado por la sorpresa se medio levantaron para ver que había dejado en la mesa. Solo Jhurka y Hertha parecieron reconocer lo que había grabado en la moneda, que Alvho retiró un poco después. Los dos ancianos se volvieron a recostar en sus sillas con los rostros pálidos.

-   ¿Has dicho que es tu aliado, Tharka? -preguntó por fin Hertha-. ¿Cómo te has relacionado con ellos? ¿Todos están contigo?

-   Attay le respalda -dijo Alvho, antes de que Tharka fuera abrir la boca, lo que podía haber provocado que su jugada se desintegrase, ya que estaba actuando sin tener nada negociado con este.

-   En ese caso, nosotros aceptamos tu presencia aquí, fantasma -dijeron tanto Jhurka como Hertha, ante el asombro del resto, ya que los dos hombres raramente se ponían de acuerdo con nada-. Habla, Tharka, que nos quieres proponer, que has pactado con los fantasmas y quieres nuestro apoyo.

-   ¿Qué son los fantasmas? -inquirió Vheyn, claramente perdida.

-   Algo que como tal no deberías preguntar, niña estúpida -afirmó Jhurka-. Si te fijaras en algo más que en el oro y en los penes, sabrías lo que son los fantasmas. ¿Has oído hablar de los arghayns?

Por un momento, Alvho observó un rayo de miedo en los ojos de todos los presentes, a excepción de la joven Vheyn, que no parecía saber mucho de religión o de las historias de antaño. O tal vez no había tenido una infancia como el resto de los presentes, pues las madres siempre advertían a sus retoños lo que les podía pasar durante las noches sin lunas, cuando los siervos de Bheler salían a sus anchas de las sombras y se llevaban las almas de los incautos. Los temibles arghayns, por los que muchos niños se habían despertado por las noches, cubiertos de sudor y respirando con dificultad. Pero lo que Alvho más temía es que Tharka se había dado cuenta quien era en verdad él, uno de los hombres más peligrosos de los señoríos y que por ahora había decidido ayudarle a él y a Ulmay, aunque lo más seguro es que estuviera allí para acabar con el druida.

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