El hombre siguió sin desenvainar, pues aunque no le quitaba ojo al
palo puntiagudo, no temía un ataque del muchacho. Además tenía mucho tiempo
para reaccionar, ya que el muchacho había aparecido al otro lado del torrente,
que aunque no parecía tener profundidad, siempre ralentizaría al joven. El
hombre levantó su mano izquierda, enseñando su palma desarmada al muchacho.
-
No quiero pelea contigo, había venido para honrar a la mujer que
vivía en esta casa, una muy buena amiga -dijo el hombre.
El muchacho se quedó dónde estaba, como rumiando las palabras del
hombre. Por un momento a este le pareció que tal vez el joven o no le
entendiera o es que fuera algo retrasado. Pero lo que sí podía distinguir era
una buena musculatura a pesar de la apariencia debilucha del muchacho. Si se le
entrenaba y se la daba de comer adecuadamente se podría hacer de él un buen
guerrero. Pero había algo en su cara que le era familiar. Los ojos de Güit, por
lo que podría ser el hijo de su amada. Podría durante todo este tiempo haberle
sustituido por algún lugareño u otro hombre. Eso no podía ser, él se había
mantenido leal, a pesar de las burlas de sus hombres, de las quejas de su
padre, de todo lo que había pasado para poder volver a tenerla entre sus brazos
con seguridad.
Entonces el muchacho se movió, de un salto cruzó el riachuelo,
casi sin mojarse y avanzó a la carrera contra él, con la vara como si fuera una
lanza y el hombre fuera un animal que abatir. El hombre esperó y cuando parecía
que ya no había nada que hacer y el muchacho le iba a golpear, se giró veloz,
hacia un costado, con lo que la punta de la vara le pasó a escasos centímetros.
El giro se mantuvo y cuando el cuerpo del muchacho se puso a su lado descargó
un codo. El joven lanzó un gemido y cayó sobre la hojarasca. El hombre se
arrodilló sobre él y le quitó la vara de un manotazo. Le inmovilizó a pesar de
los movimientos bruscos del joven. El hombre pudo notar los músculos, fuertes y
dinámicos, una buena materia prima para modelar. Acercó su cara a una de las
orejas del muchacho.
-
Esto era innecesario, muchacho, yo era amigo de tu madre -murmuró
el hombre-. Esperaba encontrarla viva. He tardado más de lo que me había
propuesto pero había conseguido el mundo que ambos queríamos para criar a
nuevos niños. A jóvenes como tú.
El muchacho sólo lanzó un gruñido e intentó librarse del peso que
tenía a su espalda.
-
Me podría quitar de tu espalda, pero solo si juras por Ordhin que
no te vas a revolver contra mí -prosiguió hablando el hombre-. Quiero una
conversación contigo. No he venido a luchar ni te voy a hacer nada malo. Así
que jura por el gran Ordhin que no vas a seguir con esta confrontación, que si
no te las veras con los dioses por invalidar tu acuerdo con ellos. ¡Júralo!
-
¡Lo juro! -gritó el muchacho, por primera vez.
El hombre se levantó y le tendió la mano al muchacho para
ayudarle, pero este la rechazó, se alzó de un saltó, recuperó su vara, que por
un momento apuntó al hombre pero la levantó señalando al cielo. El joven señaló
unos tocones madera y el hombre le siguió. Ambos se sentaron.
-
¿De qué conocías a mi madre? -preguntó el joven con una voz grave,
lo que impresionó al hombre, pues no parecía tan mayor.
-
Hablar de esos temas sin saber tu nombre, ni tú el mío, es una muestra
de poca cortesía -dijo el hombre, serio-. Yo me llamo Ofhar, hijo de Ofha, del clan…,
bueno lo del clan da lo mismo un poco ahora, ¿verdad? Ya llegaremos a ello más
tarde. ¿Cómo te llamas?
-
Soy Ofthar, hijo de Güit, desconozco quien era mi padre, nunca lo
conocí. Mi madre estaba segura que un día le conocería. Vendría aquí a
buscarnos y llevarnos con él -se presentó el joven, hablando con ira-. Pero
nadie vino a por nosotros, y mi madre, odiada y despreciada por los de la
aldea, fuimos expulsados de nuestra cabaña, acabamos en esta casucha, fría y
húmeda. Los inviernos acabaron con ella. Siempre esperando, siempre con una
sonrisa cuando recordaba a mi padre.
Ofhar se le quedó observando. Tenía dudas, pero había algo en
Ofthar que le sonaba. Ciertos gestos, las facciones, pero podría ser. La edad
le hacía coincidir. Pero entonces por qué no se lo había dicho ella, jamás la
habría dejado si lo hubiera sabido. Habrían encontrado el modo.
-
¿Cuántos años tienes, Ofthar? -preguntó Ofhar, con la cabeza llena
de pensamientos.
-
Dieciséis, pero casi diecisiete ya -respondió lacónico Ofthar sin
saber a qué venía la pregunta de Ofhar.
Las
fechas podrían coincidir, pensó Ofhar. Lorhk había decidido jugar con él y el
destino nunca dejaba a los hombres moverse con agilidad. Todo estaba previsto
antes de que ellos tomaran sus decisiones. Había perdido a Güit, pero tenía a
Ofthar, ¿su hijo?