Y eran verdaderamente una época de oscuridad. El viejo reino había
sucumbido, el gran rey, el señor de las cascadas, había muerto, y con él su
gran reino. Sus hijos y nietos se lo habían repartido tras una sucesión de
guerras, encarnizadas, llenas de odio y sangre. De lo que una vez fuera un gran
reino ahora había una multitud de señoríos inferiores, unos más ricos que
otros, pero casi todos igualmente débiles. En la ribera del gran río del norte
habían aparecido seis, el de los ríos, el de las llanuras, el de los pantanos,
el de las marismas, el de los mares y el de Bheler, pero este último era un
grupo de extremistas de Bheler, sanguinarios y beligerantes. Pronto acabarían
con ellos. En el interior se encontraban los de las montañas, las estepas, los
torrentes, las nieves, las praderas, los cielos, y en el sur el de los hielos.
Pero se decía que aún había más o se intentaban crear y eran destruidos por los
otros. La situación era tan caótica, que hacía tiempo que había temido que el
vecino reino del norte, el reino de los Mars, les fuera invadir y les acabara
conquistando. Pero no había pasado tal cosa, parecía que había algo que les
estaba entreteniendo por el norte, por lo que aún tenían tiempo para prepararse
y fortalecerse.
La aldea que había dejado atrás era una pequeña población en la
frontera suroeste del señorío de los mares. Cercana a la frontera con el de las
estepas y el de los cielos. Esperaba que su presencia pasara desapercibida,
pues podría ser un verdadero problema si le cazaran allí, pero estaba siguiendo
el rastro de Güit, y no lo iba a perder.
No había recorrido ni dos millas cuando el bosque le envolvió por
completo, pero él siguió la ruta que el sacerdote le había indicado. Al final,
y tras haber montado sobre su montura para que no se le hiciera de noche aún
por el trayecto, fue distinguiendo como el bosque se iba abriendo, ya que
aumentaba la cantidad de luz. Pero había algo raro, algo sospechoso. Hacía un
buen rato que los pájaros habían dejado de piar, que los sonidos de la
naturaleza prácticamente habían desaparecido. El hombre no lo dudó y desmontó.
Guió a su montura por las riendas y posó su mano derecha sobre el pomo de su
espada, listo para defenderse. Estaba seguro que alguien le vigilaba, algo se movía
a su alrededor.
El claro se fue abriendo y pronto distinguió la cabaña. No era muy
diferente de las de la aldea, pero estaba mejor cuidada y eso que Güit había
fallecido hacía dos años. El hombre aspiró y notó los olores característicos de
que allí vivía alguien. El olor de algo que había ardido recientemente, algo
que se había cocinado, de brea recién utilizada para impermeabilizar,
preparándose para el siguiente invierno.
El hombre se dirigió hacia la cabaña, en un tronco cercano ató las
riendas de su caballo. Con cuidado se acercó a la puerta de la edificación, que
estaba cerrada. No probó cuánto, sino que volvió sobre sus pasos, observando el
linde del bosque, buscando un movimiento de hojas, un arbusto que se mecía,
pero aunque su subconsciente notaba que había algo raro, quien fuera o lo que
fuera era muy cauto. Tal vez fuera obra de un animal que se quería acercar al
torrente a beber. No, no podía ser porque en ese caso su caballo estaría
asustado, no era un animal el que le observaba.
-
¡Sal de una vez! -gritó el hombre a pleno pulmón-. ¡Sé que estás
ahí! ¡Sal, no quiero hacerte nada malo!
Un
guerrero en la batalla no debía delatar su posición, pero la verdad es que él
ahora no estaba en la guerra, y además era a él a quién le estaban emboscando.
Al principio no ocurrió nada, parecía que le había gritado al bosque. Pero
entonces se escucharon los ruidos de roturas de ramitas. De entre la maleza
apareció un muchacho, un joven de unos quince o dieciséis años, vestido con
unos andrajos, una camisola de lana muy remendada que claramente le quedaba
corta y unos calzones cortos, mucho más dañados. Entre las manos llevaba un
palo de madera, cuyo extremo superior había sido cortado en punta. El pelo del
joven caía sobre la cara y los hombros de forma desordenada, era rubio, pero
estaba lleno de hojas, tierra y todo tipo de suciedad.
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