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miércoles, 23 de agosto de 2017

Encuentro (2)



Y eran verdaderamente una época de oscuridad. El viejo reino había sucumbido, el gran rey, el señor de las cascadas, había muerto, y con él su gran reino. Sus hijos y nietos se lo habían repartido tras una sucesión de guerras, encarnizadas, llenas de odio y sangre. De lo que una vez fuera un gran reino ahora había una multitud de señoríos inferiores, unos más ricos que otros, pero casi todos igualmente débiles. En la ribera del gran río del norte habían aparecido seis, el de los ríos, el de las llanuras, el de los pantanos, el de las marismas, el de los mares y el de Bheler, pero este último era un grupo de extremistas de Bheler, sanguinarios y beligerantes. Pronto acabarían con ellos. En el interior se encontraban los de las montañas, las estepas, los torrentes, las nieves, las praderas, los cielos, y en el sur el de los hielos. Pero se decía que aún había más o se intentaban crear y eran destruidos por los otros. La situación era tan caótica, que hacía tiempo que había temido que el vecino reino del norte, el reino de los Mars, les fuera invadir y les acabara conquistando. Pero no había pasado tal cosa, parecía que había algo que les estaba entreteniendo por el norte, por lo que aún tenían tiempo para prepararse y fortalecerse.
La aldea que había dejado atrás era una pequeña población en la frontera suroeste del señorío de los mares. Cercana a la frontera con el de las estepas y el de los cielos. Esperaba que su presencia pasara desapercibida, pues podría ser un verdadero problema si le cazaran allí, pero estaba siguiendo el rastro de Güit, y no lo iba a perder.
No había recorrido ni dos millas cuando el bosque le envolvió por completo, pero él siguió la ruta que el sacerdote le había indicado. Al final, y tras haber montado sobre su montura para que no se le hiciera de noche aún por el trayecto, fue distinguiendo como el bosque se iba abriendo, ya que aumentaba la cantidad de luz. Pero había algo raro, algo sospechoso. Hacía un buen rato que los pájaros habían dejado de piar, que los sonidos de la naturaleza prácticamente habían desaparecido. El hombre no lo dudó y desmontó. Guió a su montura por las riendas y posó su mano derecha sobre el pomo de su espada, listo para defenderse. Estaba seguro que alguien le vigilaba, algo se movía a su alrededor.
El claro se fue abriendo y pronto distinguió la cabaña. No era muy diferente de las de la aldea, pero estaba mejor cuidada y eso que Güit había fallecido hacía dos años. El hombre aspiró y notó los olores característicos de que allí vivía alguien. El olor de algo que había ardido recientemente, algo que se había cocinado, de brea recién utilizada para impermeabilizar, preparándose para el siguiente invierno.
El hombre se dirigió hacia la cabaña, en un tronco cercano ató las riendas de su caballo. Con cuidado se acercó a la puerta de la edificación, que estaba cerrada. No probó cuánto, sino que volvió sobre sus pasos, observando el linde del bosque, buscando un movimiento de hojas, un arbusto que se mecía, pero aunque su subconsciente notaba que había algo raro, quien fuera o lo que fuera era muy cauto. Tal vez fuera obra de un animal que se quería acercar al torrente a beber. No, no podía ser porque en ese caso su caballo estaría asustado, no era un animal el que le observaba.
-       ¡Sal de una vez! -gritó el hombre a pleno pulmón-. ¡Sé que estás ahí! ¡Sal, no quiero hacerte nada malo!

Un guerrero en la batalla no debía delatar su posición, pero la verdad es que él ahora no estaba en la guerra, y además era a él a quién le estaban emboscando. Al principio no ocurrió nada, parecía que le había gritado al bosque. Pero entonces se escucharon los ruidos de roturas de ramitas. De entre la maleza apareció un muchacho, un joven de unos quince o dieciséis años, vestido con unos andrajos, una camisola de lana muy remendada que claramente le quedaba corta y unos calzones cortos, mucho más dañados. Entre las manos llevaba un palo de madera, cuyo extremo superior había sido cortado en punta. El pelo del joven caía sobre la cara y los hombros de forma desordenada, era rubio, pero estaba lleno de hojas, tierra y todo tipo de suciedad.

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