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miércoles, 9 de agosto de 2017

El tesoro de Maichlons (12)



Rubeons abrió la puerta y entró. Maichlons se quedó paralizado, como si le diera miedo dar los pasos necesarios para entrar en ese lugar. No se percató de la ligera sonrisa en el rostro de su acompañante que le esperaba al otro lado del arco, sosteniendo la puerta. Maichlons no había temido nunca ir contra una formación erizada por las lanzas o saltar de una borda a otra con un buen alfanje en la mano y una cuerda en la otra. No con el arma en la boca como cantaban los juglares sobre los combates en los barcos. Hacer semejante estupidez le habría provocado una muerte muy dolorosa.

Pero entrar en el despacho de su padre, eso ya era harina de otro costal. Cogió aire, respiró pausadamente y se movió hacia delante. Según estuvo dentro, Rubeons cerró la puerta. La habitación era mediana, con una ventana alta y estrecha, una saetera modificada. Contra las paredes había estanterías llenas de pergaminos, pliegos y algún que otro libro. La decoración era escasa, excepto por un maniquí con una vieja armadura de placas. En uno de los lados había una gran mesa, rodeada de sillas. En la más alejada había un hombre sentado, que leía un pergamino con especial dedicación, mientras mantenía una pluma en la mano derecha. Parecía listo para escribir algo.

Maichlons no tuvo que esforzarse para reconocer a su padre, la misma cara seria, tal vez más arrugada y vieja. Los ojos oscuros, cansados pero aun siendo el reflejo de una mente lúcida. El pelo había encanecido totalmente, dejando atrás su negrura. Lo llevaba cortado parecido a su hijo, la forma militar. Al fijarse bien en las manos y la cara, Maichlons apreció una delgadez en el cuerpo de su padre, los estragos del paso del tiempo.

Rubeons tosió un poco y Galvar dejó caer el pergamino sobre la mesa, metió la punta de la pluma en un tintero y escribió algo en la parte baja del documento. Tras lo que colocó la pluma en el lugar donde reposaba junto al tintero y el pergamino lo dejó que se secara a un lado de la mesa. Galvar miró a su hijo y sonrió, aunque esto no se perpetuó demasiado.

-          Veo que por fin has tenido a bien gastar un poco de tu tiempo para visitar a tu padre -espetó Galvar, con su voz potente, pero que ahora tenía un deje ronco.

-          No es cosa mía que ayer no estuvieras en casa y no se supiera cuando ibas a regresar -rebatió Maichlons ligeramente enfadado por la forma de hablarle su padre. Aunque esta era la habitual.

-          Podías haberte quedado en casa a esperarme, pero no. El señorito prefirió irse a emborracharse o a jugar, o a meterte en la cama de la primera fulana con la que tus pasos se habrían cruzado -Galvar recordaba la vida de su hijo antes de marcharse a guerrear.

Maichlons iba a contestarle, pero decidió callarse. En el pasado la moralidad de su padre y su escaso deseo a una carrera militar para su hijo, había sido lo que les había ido distanciando hasta la marcha de Maichlons. Galvar había sido y suponía que seguía siendo una persona dura, fría y chapada a la antigua. Solo tenía recuerdos de peleas, de castigos, de poco amor, por parte de su padre y sobre todo desde la muerte de su madre, cuando él era muy pequeño. Mhilon alguna vez le había dicho que Galvar nunca se había recuperado de la muerte de su esposa, lo que había provocado que pagase parte de su dolor con su único hijo, a quien no sabía educar como era debido.

-          Bueno a lo hecho ya no se le puede remendar -murmuró Galvar, cambiando de humor, o por lo menos lo estaba intentando-. Quería verte, ya han pasado mucho tiempo desde tu marcha y te echaba de menos.

Maichlons se quedó de piedra, era la primera vez que su padre mostraba sus sentimientos o algo que se le parecía.

-          Sé que en el pasado no lleve bien mi relación contigo -se disculpó Galvar-. Pero me gustaría que eso cambiase, me gustaría crear algo nuevo. Por ello, me creo que…

-          Galvar necesito tu ayuda -dijo una voz desde la puerta, que la habían abierto sin que se dieran cuenta.

Los tres se volvieron hacia la puerta y vieron a un hombre de mediana edad, barba poblada, negra con canas entremezcladas. De cuerpo robusto, pero no muy alto. Vestía con casaca y calzones, de color verde, con cordones y filigranas doradas. Una espada con la vaina y la empuñadura cubierta de oro y piedras preciosas colgaba de su costado izquierdo. Rubeons y Galvar hicieron una ligera reverencia de cabeza.

-          Ahora mismo, majestad -respondió Galvar al momento, que señaló a Maichlons-. este es mi hijo, majestad, acaba de regresar a casa tras comandar la flota en la campaña contra los piratas.

-          Estaba deseando conocer a tu vástago, Galvar, las cosas que he oído de él, ya sea por los informes de sus superiores, como de vuestra boca, siempre me han dado ganas de tenerle ante mi persona -dijo el rey con amabilidad. Maichlons no supo qué responder, a lo que suplió con una reverencia hacia su monarca-. Siento tener que robarte a tu padre, pero las cuestiones del reino pasan por sus siempre leales y sabias manos.

-          Ahora voy, majestad -acató Galvar, como si no hubiera escuchado los halagos del rey. Salió de detrás de la mesa y se dirigió hasta donde estaba Maichlons-. Espero poder verte más tarde, tal vez en casa, hijo mío. Rubeons porque no le enseñas la ciudad.

-          Padre, tengo un mensaje del gobernador Urdibash, para ti -reaccionó por fin Maichlons.

-          Dáselo a Rubeons, supongo que le interesará más a él que a mí.

El rey se marchó y Galvar salió tras él. Maichlons pudo escuchar cómo ambos hombres se marchaban por el pasillo, mientras sus voces se iban haciendo cada vez más lejanas.

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