Rubeons se había aproximado a un muchacho de unos doce o trece
años, que vestía con una camisola negra y unos calzones cortos grises, ambos
remendados. Sobre un pelo negro y corto llevaba un gorro de lana. Los pies
estaban protegidos por unas botas altas. Los ojos eran oscuros, como su piel,
aunque podría ser que fuera por la suciedad de quien no se lava mucho. La
mirada era dura y sin duda era alguien inteligente. De un cinturón colgaba un
pequeño cuchillo y una serie de bolsas. De una de ellas sacó un papelito que le
entregó a Rubeons. Sin duda el joven era un agente del asesor.
-
¿Es lo que yo pensaba? -preguntó Rubeons, recogiendo la nota.
-
Sí, mi señor -dijo el muchacho con una voz carente de
sentimientos.
-
Vuelve a tu puesto y sigue atento -ordenó Rubeons, mientras guarda
la nota y sacaba un par de monedas de plata-. Sigue sirviéndome así, Iorwist, y
vas a ser un joven muy rico.
El muchacho sonrió, pero al poco señaló algo detrás de Rubeons.
-
Su acompañante ha empujado al rubio prepotente -avisó Iorwist,
mientras Rubeons se daba la vuelta y lanzaba un exabrupto.
-
Vete ya -ordenó Rubeons, sin dejar de mirar a Maichlons.
Iorwist desapareció rápidamente, dejando un espacio vacío, como si
nunca hubiera estado ahí.
Shon de Fritzanark se recuperó de la sorpresa del primer momento y
se dirigió tras los pasos de Maichlons, con una cara seria, la sonrisa que
tenía antes se la había esfumado. El joven rubio puso su mano sobre la hombrera
de acero y lanzó una tosecilla.
-
Amigo, creo que no te has dado cuenta de que me has golpeado -dijo
Shon de Fritzanark, deteniendo a Maichlons en su avance, lo que hizo que se
diera la vuelta despacio.
-
Yo creo que sí, sólo he eliminado a un moscón de mi camino -espetó
Maichlons, sin perder una ligera sonrisa, lo que enfadó más al muchacho.
-
¡No sabes con quien estás hablando, amigo! -gruñó Shon, sin
retirar su mano de la hombrera.
-
Pues claro que no lo sé, porque realmente no me importa mucho que
sucio coño te ha parido -Maichlons se había decidido por el lenguaje del
soldado viejo, para irritar más al niño consentido-. Y si te digo la verdad, me
importa un carajo quien sea tu padre, tu madre o el resto de tu familia. Te voy
a dar un consejo, para que a partir de este momento no la cagues más, no somos
amigos y dudo mucho que vayamos a serlo.
Maichlons retiró la mano de Shon de un golpe de su mano derecha,
como si se librara de un vulgar insecto que le estuviera perturbando.
-
No sé quién te crees que eres soldado, pero mejor es que te
vuelvas a tu cuartel -le advirtió Shon, mientras comprobaba que los dedos de la
mano que había golpeado Maichlons estaban bien-. Te estas metiendo en un
cenagal tú solito, si te pasa algo va a ser por la propia cadena de errores que
te estás creando. Es mejor que emprendas una retirada técnica, no sea que no
puedas volver.
-
Ahora mismo estoy más interesado en un premio mayor -Maichlons
señaló a la dama que les observaba. Aunque no era la única, pues se habían
convertido en una atracción, en el centro de la plaza.
-
Ella es mía, así que ya puedes buscarte una fulana, que son más
dignas de un soldado idiota -dejó caer Shon, sabiendo el efecto que tendría.
-
Acaso quieres morir hoy y aquí mismo -dijo Maichlons, posando su
mano sobre la empuñadura de su espada. Los ojos de Shon habían seguido la
trayectoria de la mano. Había supuesto que le retaría a un duelo, pero no qué
querría hacerlo allí mismo.
-
¿Qué ocurre aquí? ¿Ya estás buscando gresca, Shon? -dijo una voz
profunda a la espalda de Maichlons, que le obligó a volverse.
Dos hombres, vestidos con cota de malla y coraza, con yelmos
emplumados, con unas espadas cortas y una especie de porras de madera colgando
en los costados de unos calzones oscuros, resguardados bajo cota de malla y
unas botas altas.
-
Para nada, capitán Mullens, ya nos íbamos de aquí -contestó Shon,
que se acercó a Maichlons y añadió en voz baja-. Te han salvado, pero ya
arreglaremos cuentas, soldado.
Shon de Fritzanark regresó junto a sus amigos y se marcharon de
allí, internándose en el parque.
-
Bueno, ¿y tú quién eres? -quiso saber el capitán Mullens, con su
voz profunda, que no dejaba de observar a Maichlons-. Nadie en esta ciudad
suele ir directamente a por ese bastardo, con lo que o eres un suicida o ha
llegado otro listo a mi ciudad. Lo cual no me gusta.
Maichlons
observó al capitán y se sonrió, pensando en lo divertido que sería golpear a
esos dos juguetes, esos dos hombrecitos vestidos de soldados, pero en verdad no
eran más que miembros de la guardia de la ciudad, y por lo que se veía, del
grupo que se encargaba de mantener el orden público.
No hay comentarios:
Publicar un comentario