Maichlons se quedó mirando al espacio de la puerta vacío, con la
misiva del gobernador de Ghantar en la mano. Rubeons no tuvo ningún problema en
quitárselo de las manos. Con un cuchillito que sacó de una de las bolsas de su
cinturón, quitó el lacre y desplegó la misiva. Empezó a leerla, mientras
Maichlons pareció que iba regresando a la normalidad, dándose cuenta de que ya
no tenía la carta del gobernador en la mano.
-
Esa carta se la tenía que entregar al Heraldo en mano, no a ti -se
quejó Maichlons.
-
Urdibash trabaja para mí -comentó Rubeons, sin quitar el ojo a la
carta-. A la larga soy como el Heraldo in facto. Tu padre sigue teniendo el
título pero yo hago casi todo excepto hablar directamente al rey. Pero eso
cambiará dentro de poco. ¡Vaya! Esto está muy bien, es un buen botín para las
arcas del rey, seis mil soberanos y mil florines. Espera aquí un momento. debo
conseguirte una buena recompensa por esto.
-
Yo ya tengo lo que necesito y no creo que...
Las palabras se quedaron allí mismo, pues Rubeons se marchó con
rapidez. Tardó un buen rato en volver, por lo que Maichlons se tuvo que
entretener con nada en ese despacho, donde no había nada excepto material de
trabajo y tampoco tenía ganas que Rubeons le pillara fisgoneando en los papeles
sobre la mesa de su padre. Estuvo meditando las palabras de Rubeons y el título
de Heraldo.
Le había parecido que Rubeons daba por seguro que pronto se
convertiría en Heraldo, lo que quería decir esperaba que su padre dejara el
puesto. Pero hasta la fecha, tanto en el tiempo antiguo, en la época de los
Mars y tras la liberación, el puesto era hasta el fallecimiento del poseedor
del título. Lo cual quería decir que Rubeons esperaba, o sabía que Galvar
estaba a punto de fallecer. Y eso solo podía ser así por dos situaciones, o
sabía que su padre estaba enfermo o por otro lado estaba preparando la muerte
de Galvar, lo que era más preocupante.
Estaba aún cavilando en esta cuestión cuando apareció Rubeons, con
una ligera sonrisa, que aumentó al mirar a Maichlons.
-
Bueno, el rey me ha ordenado decirte que mañana a las diez tienes
una reunión con él, durante el consejo real -dijo Rubeons sin perder la
sonrisa, lo que hizo que Maichlons se pusiera nervioso al ver los dientes
blancos del consejero.
-
¿El consejo real? -consiguió repetir Maichlons.
-
No es nada, solo una audiencia semanal de prohombres de la ciudad
-quito hierro Rubeons-. También me ha pedido que te enseñe los barrios, por
encima, claro. ¿Hay alguno que te interese más? Tengo un carruaje esperando.
Maichlons se le quedó mirando sin saber qué responder. Por lo que
Rubeons se encogió de hombros y le hizo una seña para que le siguiera.
Realizaron el trayecto que habían hecho para llegar hasta el despacho, hasta
alcanzar el patio de armas, ante las puertas del castillo. Allí, ante la
escalinata esperaba un carruaje, tirado por cuatro caballos bayos. Dentro había
dos bancadas antepuestas, de madera oscura acolchada con cojines amplios
rellenos de plumas de pato. Un criado mantenía la portezuela abierta, mientras
que el conductor permanecía sobre el pescante, con las riendas bien agarradas y
el látigo preparado para usar.
Los dos hombres entraron en la cabina y el siervo cerró la puerta,
tras lo que ascendió hasta donde estaba su compañero. Maichlons se sentó con
cuidado, mientras que Rubeons se dejó caer. Se escuchó el chasquido del látigo
al restallar en el aire, sobre los caballos, que se pusieron en marcha raudos,
haciendo que toda la estructura temblara. El carruaje traqueteó sobre las losas
del patio de armas, para pasar a las calles adoquinadas de la ciudadela y del
barrio alto.
Rubeons había recogido las cortinas de los ventanucos y la
portezuela, de esta forma podía ir mostrándole las nuevas obras, como la
inmensa mole que era la Academia, que parecía ser su gran obra. Por lo visto,
un buen número de pensadores, visionarios y estudiosos habían pedido ayuda al
rey para crear un centro para reunirse, realizar investigaciones y hacer
avanzar a la ciencia. El monarca y sus asesores habían accedido a la petición.
Actualmente habían habilitado un viejo cuartel del barrio alto en desuso,
dándole una nueva función. Entre las mejoras que habían logrado, estaba un
compendio médico, que era importante para los galenos del reino y los propios
del rey. Pero seguían investigando en diversas materias. Solo había un
problema, un sector de la Iglesia de Bhall se quejaba por ir contra los
mandatos de Bhall.
En su periplo pasaron por el barrio militar y el de los artesanos,
terminando en el de los comerciantes. La Cresta no la tocaron. Maichlons
prefirió no preguntar demasiado por ello. El carruaje se detuvo ante una
inmensa explanada arbolada, con especies diferentes, las había frondosas,
verdes, otros de hojas rojizas, parterres llenos de flores de bellos colores,
jardines, fuentes, y algunas construcciones. Maichlons se dijo que había una
gran cantidad de personas paseando por los caminos, la mayoría mujeres, con
niños, ancianos, algunos grupos de jóvenes y algún hombre.
-
Estamos en el parque del Rey Jesleopold -anunció Rubeons-. Se ha
construido para el disfrute de los ciudadanos de la ciudad, ocupa cuatro
manzanas y le rodean tres teatros, un buen número de posadas, y algunos
establecimientos para hombres.
-
¿Cuándo?
-
Hace unos años, supongo que ya no estabas aquí -respondió
Rubeons-. La mayoría de los que vienen por aquí son nobles o burgueses, pero aun
así siempre hay vidilla. Más de una pareja se han conocido aquí. Yo mismo
encontré aquí a mi actual esposa.
-
Así que mi padre te ha mandado que me ayudes a encontrar esposa
-se quejó Maichlons, ligeramente enfadado.
-
Más bien todo lo contrario, tu padre quería que vieras todo lo que
había avanzado la ciudad con su labor como Heraldo, para que vieras como la
pluma crea, ante la destrucción de la espada -rebatió Rubeons, sonriente-. Aquí
hay de todo, desde jóvenes hermosas hasta los burdeles y las salas de juego
donde perder fortunas enteras.
Maichlons le observó detenidamente, pues no sabía si estaba de
broma o en verdad le hablaba en serio. Claramente no podía estar siguiendo las
órdenes de su padre. De todas formas le probaría. Maichlons se apeó de la
cabina, sin esperar a que el criado abriera la portezuela, por lo que puso mala
cara. Rubeons bajó tras él y le hizo un gesto al siervo para que no descendiera
del pescante.
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