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miércoles, 16 de agosto de 2017

El tesoro de Maichlons (13)



Maichlons se quedó mirando al espacio de la puerta vacío, con la misiva del gobernador de Ghantar en la mano. Rubeons no tuvo ningún problema en quitárselo de las manos. Con un cuchillito que sacó de una de las bolsas de su cinturón, quitó el lacre y desplegó la misiva. Empezó a leerla, mientras Maichlons pareció que iba regresando a la normalidad, dándose cuenta de que ya no tenía la carta del gobernador en la mano.

-          Esa carta se la tenía que entregar al Heraldo en mano, no a ti -se quejó Maichlons.

-          Urdibash trabaja para mí -comentó Rubeons, sin quitar el ojo a la carta-. A la larga soy como el Heraldo in facto. Tu padre sigue teniendo el título pero yo hago casi todo excepto hablar directamente al rey. Pero eso cambiará dentro de poco. ¡Vaya! Esto está muy bien, es un buen botín para las arcas del rey, seis mil soberanos y mil florines. Espera aquí un momento. debo conseguirte una buena recompensa por esto.

-          Yo ya tengo lo que necesito y no creo que...

Las palabras se quedaron allí mismo, pues Rubeons se marchó con rapidez. Tardó un buen rato en volver, por lo que Maichlons se tuvo que entretener con nada en ese despacho, donde no había nada excepto material de trabajo y tampoco tenía ganas que Rubeons le pillara fisgoneando en los papeles sobre la mesa de su padre. Estuvo meditando las palabras de Rubeons y el título de Heraldo.

Le había parecido que Rubeons daba por seguro que pronto se convertiría en Heraldo, lo que quería decir esperaba que su padre dejara el puesto. Pero hasta la fecha, tanto en el tiempo antiguo, en la época de los Mars y tras la liberación, el puesto era hasta el fallecimiento del poseedor del título. Lo cual quería decir que Rubeons esperaba, o sabía que Galvar estaba a punto de fallecer. Y eso solo podía ser así por dos situaciones, o sabía que su padre estaba enfermo o por otro lado estaba preparando la muerte de Galvar, lo que era más preocupante.

Estaba aún cavilando en esta cuestión cuando apareció Rubeons, con una ligera sonrisa, que aumentó al mirar a Maichlons.

-          Bueno, el rey me ha ordenado decirte que mañana a las diez tienes una reunión con él, durante el consejo real -dijo Rubeons sin perder la sonrisa, lo que hizo que Maichlons se pusiera nervioso al ver los dientes blancos del consejero.

-          ¿El consejo real? -consiguió repetir Maichlons.

-          No es nada, solo una audiencia semanal de prohombres de la ciudad -quito hierro Rubeons-. También me ha pedido que te enseñe los barrios, por encima, claro. ¿Hay alguno que te interese más? Tengo un carruaje esperando.

Maichlons se le quedó mirando sin saber qué responder. Por lo que Rubeons se encogió de hombros y le hizo una seña para que le siguiera. Realizaron el trayecto que habían hecho para llegar hasta el despacho, hasta alcanzar el patio de armas, ante las puertas del castillo. Allí, ante la escalinata esperaba un carruaje, tirado por cuatro caballos bayos. Dentro había dos bancadas antepuestas, de madera oscura acolchada con cojines amplios rellenos de plumas de pato. Un criado mantenía la portezuela abierta, mientras que el conductor permanecía sobre el pescante, con las riendas bien agarradas y el látigo preparado para usar.

Los dos hombres entraron en la cabina y el siervo cerró la puerta, tras lo que ascendió hasta donde estaba su compañero. Maichlons se sentó con cuidado, mientras que Rubeons se dejó caer. Se escuchó el chasquido del látigo al restallar en el aire, sobre los caballos, que se pusieron en marcha raudos, haciendo que toda la estructura temblara. El carruaje traqueteó sobre las losas del patio de armas, para pasar a las calles adoquinadas de la ciudadela y del barrio alto.

Rubeons había recogido las cortinas de los ventanucos y la portezuela, de esta forma podía ir mostrándole las nuevas obras, como la inmensa mole que era la Academia, que parecía ser su gran obra. Por lo visto, un buen número de pensadores, visionarios y estudiosos habían pedido ayuda al rey para crear un centro para reunirse, realizar investigaciones y hacer avanzar a la ciencia. El monarca y sus asesores habían accedido a la petición. Actualmente habían habilitado un viejo cuartel del barrio alto en desuso, dándole una nueva función. Entre las mejoras que habían logrado, estaba un compendio médico, que era importante para los galenos del reino y los propios del rey. Pero seguían investigando en diversas materias. Solo había un problema, un sector de la Iglesia de Bhall se quejaba por ir contra los mandatos de Bhall.

En su periplo pasaron por el barrio militar y el de los artesanos, terminando en el de los comerciantes. La Cresta no la tocaron. Maichlons prefirió no preguntar demasiado por ello. El carruaje se detuvo ante una inmensa explanada arbolada, con especies diferentes, las había frondosas, verdes, otros de hojas rojizas, parterres llenos de flores de bellos colores, jardines, fuentes, y algunas construcciones. Maichlons se dijo que había una gran cantidad de personas paseando por los caminos, la mayoría mujeres, con niños, ancianos, algunos grupos de jóvenes y algún hombre.

-          Estamos en el parque del Rey Jesleopold -anunció Rubeons-. Se ha construido para el disfrute de los ciudadanos de la ciudad, ocupa cuatro manzanas y le rodean tres teatros, un buen número de posadas, y algunos establecimientos para hombres.

-          ¿Cuándo?

-          Hace unos años, supongo que ya no estabas aquí -respondió Rubeons-. La mayoría de los que vienen por aquí son nobles o burgueses, pero aun así siempre hay vidilla. Más de una pareja se han conocido aquí. Yo mismo encontré aquí a mi actual esposa.

-          Así que mi padre te ha mandado que me ayudes a encontrar esposa -se quejó Maichlons, ligeramente enfadado.

-          Más bien todo lo contrario, tu padre quería que vieras todo lo que había avanzado la ciudad con su labor como Heraldo, para que vieras como la pluma crea, ante la destrucción de la espada -rebatió Rubeons, sonriente-. Aquí hay de todo, desde jóvenes hermosas hasta los burdeles y las salas de juego donde perder fortunas enteras.

Maichlons le observó detenidamente, pues no sabía si estaba de broma o en verdad le hablaba en serio. Claramente no podía estar siguiendo las órdenes de su padre. De todas formas le probaría. Maichlons se apeó de la cabina, sin esperar a que el criado abriera la portezuela, por lo que puso mala cara. Rubeons bajó tras él y le hizo un gesto al siervo para que no descendiera del pescante.

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