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domingo, 6 de agosto de 2017

El juego cortesano (7)



Jha’al iba a acercarse a un puesto cercano, cuando un hombre, vestido con una túnica oscura y sobre ella un manto marrón se aproximó a Bharazar, por lo que Jha’al se puso en guardia y estuvo a punto de desenvainar.
-       Es mejor que no saquéis vuestra espada en la calle -advirtió el hombre, levantando las manos en señal de ir en paz.
-       No des ni un paso más, amigo -dijo Jha’al sin soltar el pomo de su espada-. ¿Quién eres?
-       Me llamo Dhiver, y soy un siervo del señor Shennur -se presentó el hombre, sin bajar las manos-. Todos los días espero ante las puertas. Desde que mi señor me lo ordenó para recibir a un viejo amigo, un general fronterizo, de unos treinta y cinco años, cuyos rasgos son muy parecidos a los tuyos -Dhiver señaló a Bharazar-. Una vez que lo haya encontrado, debo guiarlo hasta su residencia. Os llevo siguiendo desde las puertas para ver si erais el mensajero por el que te has hecho pasar o no.
-       ¿Cómo podemos saber que trabajáis para el canciller Shennur? -quiso saber Bharazar, rompiendo su silencio.
-       Por favor mi general, bajad la voz y no nombréis a mi señor con su cargo, hasta las estatuas tienen oídos en esta ciudad -pidió Dhiver, intranquilo, que miró hacia todos los lados-. Los tiempos son peligrosos, hasta para los poderosos. Por Rhetahl, debéis seguirme. Las cosas están cambiando y no para bien.
-       No has respondido a su pregunta -le recordó Jha’al, acercándose a Dhiver, con cara de pocos amigos.
-       Si queréis me puedo cortar un dedo como prueba de que no miento, ¿con eso os tranquilizaréis? -inquirió Dhiver, retirando su manto y dejando ver un puñal en el cinto que rodeaba a la túnica.
-       ¡Basta! -ordenó Bharazar-. Guíanos hasta la residencia de tu señor, pero si nos mientes y nos llevas a una trampa, ten por seguro que serás el primero en reunirte con Rhetahl. Tenlo por seguro.
Dhiver asintió con la cabeza, esperó a que Bharazar y Jha’al se montaran en sus caballos, les dijo que le siguieran a una pequeña distancia, se alejó y luego los caballeros comenzaron a perseguirle.
El siervo les fue llevando de una avenida a otra, recorriendo la ciudad, pasando ante el gran coliseo, donde la mayoría de los habitantes podían pagar para ver los combates de gladiadores, representaciones teatrales, y todo lo que se le ocurriera al maestro de festivales. Había cientos de edificios, de todo tipo, desde templos, hasta bibliotecas, pasando por termas, residencias, edificios administrativos, cuarteles, mercados, etc. Entre zonas llenas de construcciones se levantaban pequeños jardines, zonas arboladas y parterres de flores.
Pero poco a poco una muralla se fue haciendo más grande, ya que se iban acercando a ella. Bharazar pronto reconoció esa defensa, no era otra que la separaba la ciudad alta, donde residían los nobles, la escasa aristocracia que aún moraba en la ciudad, allí también se encontraba el palacio imperial, el gran templo de Rhetahl, la fortaleza de Thiberun, y la gran torre del saber. Al final quedó claro que Dhiver les llevaba hacia la zona alta. Cuanto más cerca estuvieron del acceso a esta zona, el siervo dejo que la distancia entre él y los catafractos se hiciera casi inexistente.
Sólo cuando estuvieron a punto de llegar a donde les observaban los centinelas, Dhiver salió corriendo y se aproximó a los guardias, empezando a hablar con ellos a cuchicheos. Jha’al supuso que el siervo les iba a traicionar, pero ante su sorpresa los centinelas se retiraron dejándoles paso libre. Dhiver les hizo gestos para que le siguieran, cosa que ellos acataron.
Tras callejear por la zona alta, Dhiver les llevó hasta una hacienda que estaba rodeada por una pequeña muralla, sobre la cual se veían hombres armados con lanzas y escudos, paseándose. Esos mismos hombres les recibieron en la puerta, pero al ver a Dhiver no hicieron ningún intento por detenerlos. Una vez pasada la muralla accedieron a una zona arbolada, con césped y flores. Tomaron un camino de grava que al recorrerlo les llevó hasta una casa de dos alturas con balcones y ventanas ojivales. Una nube de criados apareció a los gritos de Dhiver y comenzaron a hacerse cargo de los caballos y de los guerreros.
Cuando Bharazar y Jha’al se apearon de sus monturas apareció una mujer de unos veintisiete años, de altura media, algo regordita, de cara redonda y pelo negro, recogido en un moño. Con paso firme se dirigió directa a Bharazar y cuando estuvo a un par de pasos, hizo una reverencia.
-       Sed bienvenido a la casa de mi esposo, Shennur de Thier -dijo la mujer-. Es para mí un orgullo poder cobijar en mi hogar a su majestad, príncipe Bharazar.
-       Es un privilegio que tanto vos como vuestro marido me reciban en su hogar -contestó al cumplido de la mujer, mientras tomaba las manos de ella, como signo de aprecio.
-       No os quedéis aquí, por favor, entrad -pidió la mujer, haciendose a un lado y señalando una pequeña escalinata que terminaba en una plataforma y una puerta.

Bharazar asintió con la cabeza y se dirigió hacia el interior de la vivienda, mientras se sacudía la armadura del polvo del camino. La mujer esperó a que pasara y le siguió. Jha’al cerró la marcha, mientras los guerreros iban tras sus monturas.

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