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miércoles, 23 de agosto de 2017

El tesoro de Maichlons (14)



Rubeons le dio una palmada en la espalda cuando le adelantó y se introdujo en el parque por el acceso más próximo. Era una abertura en forma de arco en el muro de piedra con lanzas de acero unidas por unas cuerdas de hierro a diversas alturas. Los árboles y la vegetación se podían ver tras la valla. A ambos lados del arco había unas puertas de enrejado, que indicaban que el acceso se cerraba a alguna hora.
Maichlons se maravilló por la belleza del parque y por el número de personas que se movían por su interior. A esas horas había más mujeres y niños, pero también algún hombre. Se fueron acercando hacia una plaza redonda en cuyo centro había una fuente de la que manaba una infinidad de chorros de agua de diversos grosores. Sobre un pedestal había una gran estatua de bronce, de un hombre vestido con una armadura que mantenía pegado a su costado izquierdo un gran tomo, mientras que en la mano derecha, levantada al aire, una espada. No tuvo problemas en distinguir al difunto rey Jesleopold I, el libertador. El libro era el nuevo código legal que había escrito tras librarse de las pesadas normas imperiales.
Rodeando la fuente había una serie de bancos de piedra curvos, ocupados por niños y damas jóvenes. Por el centro paseaban o se reunían grupos de muchachos, damas y algunos hombres. En los extremos curvos de la plaza circular, había más bancos, pero esta vez de madera, ocupados por hombres de cierta edad. Una parte de ellos estaban al sol y estaban más libres que los que recibían la sombra de los árboles.
Maichlons se quedó mirando a un grupo de caballeros, jóvenes de diecisiete a veinte años. Había uno que parecía el líder, tenía una melena rubia que emitía reflejos con el Sol. Vestía con una casaca y calzón de colores llamativos, con lazos y cordones dorados. El resto vestía parecido, aunque tal vez más comedidos.
-          Si no queréis ser retado a un duelo, no deberíais mirar con tanta dedicación a ese muchacho, es un poco irascible -murmuró Rubeons, colocándose entre Maichlons y el grupo de jóvenes.
-          ¿Quién se supone que es? -preguntó Maichlons, intrigado.
-          ¿Habéis oído hablar del señor del norte? -Rubeons era muy dado a responder con preguntas.
-          El gobernador del norte -repitió mecánicamente Maichlons.
-          Eso es, veo que habéis oído hablar de Shon de Kharnash, pues este joven es Shon de Fritzanark -indicó Rubeons, pero al ver la cara neutra de Maichlons, decidió precisar un poco más-. Es un hijo bastardo del señor del norte. Por lo visto su actual esposa no lo quiere dando vueltas por Galdhamas y el buen duque lo ha enviado a la capital para que aprenda civismo. Pero desde que está aquí se dedica a cortejar mujeres, si están casadas bien, si no han sido desfloradas ya se encarga él, no tiene problemas en despachar a maridos y padres enfadados. Gasta oro sin cesar, por ello va siempre tan bien rodeado. Es raro que el duque de Galdhamas no le haya llamado ya para meterle en vereda.
-          Supongo que solo necesita a alguien que le dé un buen soplamocos -terció Maichlons.
-          Tal vez. Por ahora habrá que esperar, se codea con nuestro buen príncipe Ivort -le advirtió Rubeons-. Los amigos del príncipe son unos intocables.
Maichlons se fijó que el bastardo del señor del norte había empezado a señalar a un grupo de tres damas, dos de mediana edad y una más joven, bella, de facciones delicadas, piel clara, aunque ligeramente tostada, con unos finos lunares, vestía con un vestido doble, formado por un corpiño apretado, luciendo un escote, firme y elevado, y una falda larga, que solo permitía distinguir los blancos tobillos y unos zapatitos planos de tono oscuro. Tanto la falda como el corpiño eran de un beige muy claro. En el cuello llevaba una cadena de plata que terminaba en una piedra semipreciosa engastada en plata. El pelo era castaño y lo llevaba recogido con ayuda de unos lazos azul celeste. Las manos las llevaba enguantadas, una de las cuales sujetaba un fino abanico, que utilizaba para aliviar el calor. Las otras damas vestían con prendas más austeras, por lo que Maichlons supuso que eran damas de compañía.
-          ¿Quién es la dama en quien está interesado el bastardo? -inquirió Maichlons, por lo que Rubeons tuvo que darse la vuelta para ver a la muchacha.
-          Y yo que voy a saber, una incauta supongo -espetó Rubeons.
-          ¿Pero no es tu trabajo estar atento y saber sobre todos nosotros? -se burló Maichlons, aunque sin querer parecer demasiado malvado.
-          No está en mi cometido saber todo sobre toda la población de Stey -se quejó Rubeons-. Será la hija de un mercader hacendado, o alguien que viva en el barrio alto. Estoy seguro que no es de la ciudadela, y claro está, no creo que sea de La Cresta, las mujeres tan lindas en ese barrio solo se encuentran en burdeles. Pero si es el nuevo capricho de Shon de Fritzanark, búscate otra que no sea tan peligrosa.

Los ojos de Rubeons se fijaron en otra cosa y le pidió disculpas mientras se alejaba de Maichlons. El coronel al quedarse solo, se sonrió y comenzó a avanzar hacia donde estaba la muchacha casi a la vez que lo hacía Shon de Fritzanark. Literalmente, Maichlons chocó con el joven, que dio un paso atrás cuando Maichlons empleó su brazo izquierdo para apartarlo de su camino, lanzando una silenciosa disculpa. El joven se quedó en silencio debido a la sorpresa, mirando la espalda del hombre que lo había empujado y se dirigía hacia la muchacha.

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