Una vez que entraron en la casa, se encontraron con una serie de
estancias y pasillos, todos de paredes pintadas en tonos ocres y naranjas
pálidos, los suelos eran de mármol claro. Las ventanas estaban cubiertas por
gruesas cortinas, opacas a la luz, que en ocasiones eran normales, pero en
otras había cristales de colores engarzados en los marcos de madera oscura. A
parte de divanes, sillas con respaldos, mesas de todos los tamaños, estanterías
llenas de libros, vitrinas con piezas de artesanía muy dispar, había una gran
multitud de piezas de decoración, como pieles colgando de las paredes, cabezas
de presas de cacerías, plantas exuberantes, jarrones de diversas dimensiones,
con flores o vacíos, armaduras pulimentadas con esmero sobre maniquís de caoba,
y otras que ni siquiera se podrían imaginar lo que eran.
La mujer les llevó hasta una estancia amplia, donde había mesas
bajas, sofás, divanes, una gran cantidad de cojines, y en un extremo una serie
de juguetes, figuras de madera que representaban animales y otros de plomo, que
eran soldados imperiales. Por las ventanas se podía observar un jardín cuidado
al otro lado, con palmeras y árboles floreados. Había bancos, fuentes y algún
que otro estanque. Bharazar se acercó a ver el exterior, para descubrir una
figura, una mujer vestida completamente de negro, incluso con un velo de igual
color, que deambulaba sola cerca de uno de los estanques.
-
Señora de la casa, ¿cómo os llamáis? Pues no os habéis presentado
-quiso saber Bharazar sin darse la vuelta.
-
Qué fallo, buen príncipe, soy Jhamir -respondió la mujer haciendo una
reverencia-. Sentíos como en vuestra propia morada. Mi esposo está en el
palacio, pero vendrá a comer. Por lo que me retirare para preparar el banquete
en vuestro honor. Sois libre de deambular por donde queráis, pero no abandonéis
la hacienda.
Jhamir se iba a marchar cuando dos niños, entraron como locos en
la estancia, y se acercaron a donde estaba Jhamir.
-
¡Madre, madre! ¡Han llegado catafractos a nuestros establos!
-gritaron los dos niños al unísono, demostrando estar maravillados por el
descubrimiento.
-
¡Limer! ¡Mhalik! -bramó Jhamir haciéndose la enfadada-. ¡Qué
modales son estos! ¿Esta es forma de entrar en una habitación donde hay
invitados? ¡Venid los dos aquí ahora mismo!
Los dos niños, que se parecían bastante entre sí, y algo a Jhamir,
eran morenos, de ojos oscuros, delgados y Limer ligeramente más alto que
Mhalik. Ambos se acercaron a Jhamir, que puso su mano sobre sus cabezas,
alborotando sus cabellos.
-
Limer, Mhalik, estos son nuestros invitados, el general Bharazar y
el…, el… -presentó a los dos militares.
-
El capitán de catafractos Jha’al -terminó Bharazar, consiguiendo
lo que se había propuesto, los ojos de los niños se abrieron y empezaron a
lanzar chispas de gozo.
-
Eso, el capitán Jha’al -repitió Jhamir aprendiéndose el nombre y
rango-. Estos son los hijos de mi esposo, Limer de seis y Mhalik de cuatro,
general.
-
Se ve que son unos niños muy inteligentes y vivarachos -comentó
Bharazar intentando acertar con el elogio sin parecer un adulador.
-
Gracias, general. Ahora les dejaremos solos -aseguró Jhamir y
empezó a empujar a los niños, pero estos pusieron mala cara, así que Bharazar
intervino.
-
Estoy seguro que estos dos jóvenes querrán escuchar a un
catafracto del emperador. Al capitán Jha’al le encanta contar historias y se le
dan muy bien los niños, es un gran mentor -el aludido puso la sonrisa más
beatífica que pudo, mientras miraba fijamente a Bharazar dando a entender que
se iba a acordar de esta jugada.
Jhamir se marchó no muy convencida, pero quién era ella para
negarse a que sus hijos fueran cuidados por un miembro de la casa imperial. Los
dos niños se agarraron de las manos de Jha’al y le guiaron hasta la esquina
donde estaban los soldados de plomo, mientras el viejo capitán se quejaba de
que era un cordero derecho al matadero. Bharazar observaba como su buen amigo y
gran guerrero se dejaba manejar como un muñeco de trapo por un par de
mozalbetes. Esa reacción no se la hubiera esperado, de él, que ni caía bajo el
influjo de las mujeres, como les había pasado a muchos soldados.
Jha’al comenzó a responderles a sus preguntas y con los soldados
de plomo a contarles escaramuzas y batallas vividas. Bharazar se acercó para
añadir alguna cosa, pero al ver que los niños solo tenían oídos para Jha’al,
que para un general, se separó de ellos y se dirigió hacia las ventanas y sobre
todo hacia la puerta que daba al jardín. La mujer de negro seguía allí.
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