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martes, 28 de junio de 2022

Dinero fácil (22)

Patrick había intentado relajarse en su camarote, pero no lo conseguía. Necesitaba saber que lo que estaba haciendo Halwok iba bien, pero no quería molestar. Su ingeniero era de los que preferían trabajar a su manera y se enfadaba seriamente con quien le molestase cuando tenía algo muy importante entre las manos. Sacar la baliza del cuerpo de la niña era de tal gravedad que Patrick entendía que Halwok se irritaría mucho si él se ponía molestarle. Al final, decidió que lo mejor que podía hacer era sustituir a Victor en el puente.

Salió de su camarote, subió por la escala y entró en el puente. Victor parecía entretenido en algo que había en su consola, pero al entrar Patrick la había apagado. 

-    Victor, creo que es buen momento para que te vayas a descansar -indicó Patrick, dejándose caer sobre la silla de mando. 

-   No estoy cansado, capitán -dijo Victor-. Puedo quedarme aquí más tiempo, si así lo deseas. 

-   Estamos aún viajando -señaló Patrick las luces que iluminaban sus rostros, provenientes del exterior de la nave-. Creo que es buena idea que descanses un rato. Te necesitaré en plenas condiciones cuando lleguemos a nuestro destino. 

-   ¿Pero no vamos a ninguna parte, no? -preguntó Victor, como si temiese que le habían mentido con algo. 

-   Unas coordenadas en medio de la nada, sí -afirmó Patrick. 

-   Entonces para ello ya estoy listo, capitán -aseguró Victor. 

-   Sigo pensando que es mejor que descanses -volvió a decir Patrick, pero esta vez con un tono más inflexible.

Victor que se dio cuenta que ya no podía seguir estirando la cordialidad de su capitán, que parecía estar impacientando. Se levantó, se despidió y se marchó del puente. Patrick observó la marcha de Victor, intentando elucubrar el porqué de la reticencia de éste por abandonar el puente. Sabía que hasta hace no mucho le era absolutamente leal. No se hubiera mostrado así, cuestionando la orden de su capitán. Algo había empezado a cambiar en el hombre, algo que le estaba molestando a Patrick. La amistad con Victor venía de muy largo y no quería perderla, pero la actitud de Victor empezaba a molestarle. Tendría que hablar de una vez con él, de hombre a hombre. 

-    Pensaba que debía cambiar a Victor -dijo la voz de Valerie, a la espalda de Patrick-. Es raro verte por aquí, capitán. 

-   ¿Es raro? -repitió la pregunta Patrick-. Hubiera jurado que esta nave era mía. Parece que mis órdenes se pueden criticar o ignorar impunemente. 

-   Claro que es tuya, capitán -afirmó Valerie, sentándose en su asiento habitual, mirando a Patrick-. Aunque con lo mal que la diriges, cualquiera podría pensar que solo eres un bufón. 

-   Que graciosa eres, Valerie -aseguró Patrick, frunciendo el ceño. 

-   Sabes que estoy de broma, capitán -indicó Valerie-. Todos aquí te respetamos como el líder que eres. Siempre te encargas de nuestra seguridad y nuestro porvenir. 

-    Pues cualquiera diría que Victor ya no opina lo mismo que tú -espetó Patrick, no tanto porque estuviera asqueado, sino porque esperaba que Valerie le contase o le asesorase con él. 

-   Dudo que Victor no te tenga lealtad plena, al fin y al cabo te ha seguido a esta vida -comentó Valerie-. Victor es el primero que se te unió, ¿no? No lo hubiese hecho si no creyese en ti. 

-   Puede ser -dudó Patrick. Claramente por antigüedad, Victor llevaba mucho tiempo con él. Fue el primero que se enroló en la Folkung cuando se hizo con ella. Ambos la sacaron del astillero donde la iban a despedazar. Luego llegaron el resto de los tripulantes, en diversas fases de sus vidas. Pero aun así, estaba seguro que algo había cambiado en Victor. Estaba esquivo y con un carácter totalmente distinto al antiguo-. Puede ser, pero hay algo que me hace estar alerta con él. 

-   Si crees que debes estar alerta, sigue así -murmuró Valerie, que pensó que debía actuar más como Patrick y echar un ojo a Victor-. De todas formas te quería decir que Halwok parece haber descubierto la forma de sacar el juguete marcador sin romper el resto. 

-   Ya sabía que venías con buenas noticias -Valerie observó como la cara de preocupación de Patrick se difuminaba, incluso casi desapareciendo-. Deberías ir a llevar esa noticia a la madre. 

-   No es la madre, y además… 

-   Qué le vamos a hacer, no todo es perfecto, Valerie -le cortó Patrick-. Ve a descansar o lo que quieras hacer. Yo me quedo de guardia hasta que alcancemos nuestro destino. 

-   Como quieras -Valerie se despidió, levantándose y marchándose.

En el tiempo que aún les quedaba de viaje, Patrick estaba seguro que sacaría la baliza de la niña. Cuando llegasen al destino que habían decidido, la dejarían allí. Los otros cazarrecompensas se encontrarían con nada cuando llegasen allí. Incluso había pensado dejar la baliza dentro de algo con el tamaño suficiente para simular que la niña estaba dentro. Si llegaban varias naves de cazarrecompensas, se atacarían entre ellos para hacerse con el valioso botín. Le hubiera gustado estar allí viendo como unos luchaban contra otros, pero lo más seguro para ellos era dejar la zona antes de que nadie llegase. Por fin la suerte regresaba a la Folkung.

martes, 21 de junio de 2022

Falsas visiones (20)

Cuando el tribuno de guardia alcanzó la almena sobre la puerta, ya no solo estaban allí Lucrio y Lauco, sino que una línea de legionarios se encontraba formando junto a las protecciones exteriores. Habían dejado huecos para que el centurión pudiera ver lo que había hacia el exterior. Lucrio respiró al ver al tribuno, que aunque era mucho más joven que él, ostentaba más mando, podría quitarse de encima la carga que era la alarma que había lanzado. Pero la respiración se le cortó al ver quien iba detrás del tribuno. El prefecto Quinto estaba de guardia. Quinto era más mayor, más serio y más concienzudo. Le conocía demasiado bien, pues ambos habían estado en la Victrix y como Lucrio se había quedado para instruir a los jóvenes reclutas. 

-   ¿Centurión Lucrio, por qué ha llamado a las armas? -preguntó el tribuno. 

-   Dos grupos de jinetes se acercan por el camino norte, señor -informó Lucrio señalando hacía algún lugar al otro lado de la muralla. 

-   Centurión, que lleguen jinetes y carros a Legio no es algo como para poner a toda la guarnición en pie de guerra -habló el prefecto Quinto acercándose a un hueco de la formación para ver esos grupos de jinetes. 

-   Los del primer grupo piden ayuda, mi prefecto -añadió Lucrio, colocándose al otro lado del legionario, que se cuadró los más que pudo, ya que tenía al centurión por un costado y al prefecto por el otro. 

-   ¿Piden ayuda, como es eso, centurión? -inquirió el prefecto Quinto con un ligero tono de guasa. 

-   Uno de los jinetes, que parece un auxiliar de nuestra caballería, sobre un caballo inmenso, hace unos gestos especiales, es un código, señor -dijo Lucrio-. Es antiguo pero lo he reconocido. 

-   ¿Un código? -repitió el prefecto Quinto, sin creerse nada de lo que decía Lucrio.

El prefecto Quinto creía conocer al centurión Lucrio. Era uno de esos hombres que no podía estar viviendo en los periodos de paz. Ya había sido toda una catástrofe el asunto del gobernador Galba y la Victrix, que actualmente estaba retornando a la provincia, pero estaba demasiado lejos. Por las noticias que le habían llegado, el emperador Galba había sido asesinado en Roma, por sus propios pretorianos y ahora su líder, un tal Otón se había hecho con la toga imperial. Pero ya se hablaba que iba a durar poco, pues el gobernador militar de Germania, Vitelio se había proclamado emperador, y junto a tres legiones descendía hacia Roma. Si Otón era inteligente lo mejor que podía hacer era coger sus riquezas y huir de allí. De todas formas, pronto llegaría algún legado imperial que les haría jurar lealtad por uno o por el otro. Ojala no llegase ni el de Otón, ni el de Vitelio. Tal vez Lucrio si tendría su guerra, aunque fuera una civil.

Aun así, Quinto decidió echar un ojo, ya que lo del código, jinetes auxiliares y todo lo demás, era incluso rebuscado para el centurión. Y pronto dió con los dos grupos de jinetes. Estaban cerca de Legio, demasiado y ninguno de los dos parecía querer aflojar la marcha. Los más lejanos parecían ser lugareños, sin duda, los de alguna tribu o aldea cercana. Los que estaban más cerca eran los más curiosos. Una dama, dos auxiliares romanos y cuatro jinetes partos. Lo que hacía de todo ello un poco estrafalario. Se fijó en el auxiliar que le había indicado el centurión. Los movimientos de la lanza que portaba no eran normales, en eso no se equivocaba el centurión y el caballo era inmenso, era único. 

-   Tribuno Craso que abran de inmediato las puertas y que dos centurias formen a ambos lados del camino -ordenó el prefecto Quinto, para sorpresa de todos-. Quiero a los arqueros aquí, listos para abatir a los perseguidores si intentan acercarse a nuestro castro. Me vuelvo al cuartel general. Tribuno, una vez que los del primer grupo estén dentro de la fortificación, que las cohortes regresen a la seguridad y que los recién llegados sean escoltados al cuartel, les guste o no. ¿Entendido, tribuno? 

-   Sí, prefecto -asintió el tribuno Craso con cara de miedo. 

-   Centurión Lucrio, bien visto, se ve que sigue estando en las mejores condiciones, mi enhorabuena -indicó Quinto, que se dio la vuelta para regresar por donde había venido, pero escuchó los golpes de las botas del centurión a su espalda-. ¿Quiere algo más, centurión? 

-   No, yo, la verdad… -Lucrio no sabía qué decir. 

-   Supongo que creía que no me iba a convencer con lo del código y que le iba a meter un castigo, ¿no? -inquirió el prefecto Quinto, que le hizo un gesto para dejar sitio a los que estaban dando órdenes. 

-   Yo… 

-   Bueno, pues solo le puedo decir que ya había visto ese código antes y también el caballo del jinete -añadió el prefecto Quinto, marchándose.

El centurión le observó, sin caer en la cuenta sobre lo que le había hablado el prefecto. ël debía volver a su posición, para ayudar al tribuno y al resto de los centuriones, en lo que fuera necesario para ello. Las puertas se abrieron y los legionarios salieron a la carrera formando a ambos lados de la calzada, con los escudos y las puntas de sus pilum por delante, para impedir que nadie se aproximara. Arriba los arqueros se extendieron tras los legionarios de la primera línea. Ya solo quedaba ver lo que pasaría con los grupos de los jinetes. El primero no parecía flaquear, pero el segundo sí que se había percatado de que los romanos les esperaban.

Dinero fácil (21)

Patrick se quedó durante unos segundos frente a la compuerta del camarote de Halwok, intentando decidir cuál debía ser la estrategia con Eleanor, como hacer que le contase la verdad, ya que era una buena embaucadora. Al final, pulsó en la consola y cuando la compuerta se abrió entró. Eleanor seguía tumbada en la litera, maniatada. 

-   ¿Cuando me vais a desatar? -dijo Eleanor según vio a Patrick, con un tono bastante subido-. Me habéis desarmado y ya no me puedo defender, creo que esto es demasiado para mi situación actual. 

-   Creo recordar que me has amenazado con esa arma que tenías -rememoró Patrick. 

-   Yo solo te apuntaba, tú me has disparado -se quejó Eleanor. 

-   Solo estaba en aturdir, no te quejes tanto -quitó hierro Patrick-. Aunque visto ahora en retrospectiva igual si debería haberte disparado. 

-   Hemos saltado al hiperespacio, ¿verdad? -cambió de tema Eleanor-. No les habrás entregado a la niña a esos cazarrecompensas, ¿verdad? Porque como así haya sido te juro que… 

-   No estás en posición de jurar nada, Eleanor -le cortó Patrick-. Pero no te preocupes, no le hemos entregado nada. Bueno, sí, algo, sí. Cuando nos hemos esfumado de la base les hemos encasquetado un buen número de androides de batalla imperiales locos. Y de paso a unas cuantas naves de guerra Kynerios. Lady Khlagga habrá salido con el rabo entre las piernas. Aun me rió por ello, se lo merecía. Pero ahora nos toca que hablemos de tu verdadera identidad y que es la niña.

Eleanor se lo quedó mirando por unos segundos, pero pareció que prefería quedarse callada. 

-   A esto yo también sé jugar -le advirtió Patrick-. No quieres hablar, entonces tampoco quieres comer, beber o mear. Veremos quién de los dos se aburre antes. Igual si vengo dentro de una hora o dos, estés más abierta a hablar.

Patrick se movió en dirección a la compuerta, pero Eleanor debió comprender que Patrick no estaba faroleando, porque decidió hablar. 

-   Mi nombre ya lo sabes y como he dicho antes soy periodista. La niña es el juguete, asistente y asesino de uno de los jefes mafiosos de esta parte del espacio de la República. En su memoria tiene grabados cientos de actos criminales que servirían para mandarle a la cárcel, a él y a muchos de sus compinches. 

-   Así que no existe un padre maltratador y borracho, y yo que me lo había creído -dijo ironico Patrick. 

-   Tal vez el padre del dueño de la niña lo fuese, no lo dudo -indicó Eleanor-. Necesitaba salir del sistema, pero las rutas habituales las tiene vigiladas. Necesitaba a un… 

-   Primo -cortó Patrick-. Y ahí estaba la Folkung. 

-   No es así, había leído de ti en los documentos de nuestro hombre, indicaba que era alguien de fiar -negó Eleanor-. No sabía que la niña tuviese armas ocultas. 

-   Contramedidas para evitar que la separen de su verdadero padre, sí -afirmó Patrick-. Pero no te preocupes, Halwok las va a quitar. Por lo menos la sonda. 

-    No destrozeis a la niña, por favor -rogó Eleanor. 

-   Halwok es como un cirujano de las máquinas -aseguró Patrick-. La niña está en las mejores manos. Le quitará el tumor y la niña seguirá viviendo. Porque si te digo la verdad, nos viene mejor que la niña siga de una pieza a que pierda lo que la hace importante. Claramente, tanto tú como ella, sois nuestras invitadas o más bien, nuestras prisioneras. No quiero más jugarretas por tu parte. Vivirás si nos ayudas. Como intentes traicionarnos, no tendré piedad. Los miembros de esta tripulación son mi familia y tú los has puesto en peligro. Por ahora te quedarás en el camarote.

Patrick no esperó que Eleanor respondiera, la desató y se marchó. La compuerta se cerró y él se quedó esperando en el pasillo, rezando porque hubiera decidido hacer lo que le había advertido. Estuvo unos largos minutos y la compuerta no se abrió. Entonces se marchó a su camarote.

martes, 14 de junio de 2022

Falsas visiones (19)

Un legionario joven, casi sin vello en el rostro, con los ojos semicerrados por el frío mañanero, pateaba las losas de la muralla. Vestía con su armadura y llevaba un pilum. La capa le rodeaba y no quería alejarse demasiado del brasero donde aún las últimas ascuas emitían un tono rojizo en los trozos de madera consumidos durante la noche. 

-   Maldito tonto, estás de guardia, alejate de aquí o te doy con la vara -gritó un hombre más mayor, que justo salía de la torre de guardia, con la armadura impecable y el rango de centurión-. Si te pilló otra vez aquí te ganas trabajo en letrinas. Haz tu ronda y mira hacia fuera, que es donde está el enemigo.

El legionario se alejó dando saltitos y mirando de reojo, esperando que el centurión se marchase. Pero apareció otro legionario, uno de mayor antigüedad que él. 

-   Estoy harto de estos reclutas -se quejó el centurión-. Son niños queriendo ser soldados. Debería haber seguido en la Victrix. 

-   Vamos centurión, todos fuimos una vez como él -dijo el legionario mayor. 

-   Yo no Lauco, yo no -negó el centurión, que intentó calentarse las manos con el calor residual del brasero. 

-   Vamos, Lucrio, una vez también fuiste joven -aseguró Lauco-. Además esta provincia está conquistada desde hace mucho. Las tribus se han romanizado. 

-   Lauco, los habitantes de esta región son perfectamente peligrosos, sobre todo los de las montañas del norte -contraatacó Lucrio-. En tiempos de Claudio la liaron parda y… 

-   ¿Qué es eso de allí, centurión? -le cortó Lauco, que en parte no quería escuchar una nueva retahíla de conocimientos de historia del centurión y por otro, había algo que se aproximaba al castro. 

-   ¿Qué? ¿Qué? -inquirió Lucrio, mirando hacia donde señalaba Lauco.

El centurión tuvo que entrecerrar los ojos para distinguir lo que Lauco le había advertido. Al principio se quedó sorprendido, pues le parecía estar viendo caballería parta. Pero eso era imposible, pues los partos moraban más allá de la frontera este del imperio. Y ellos se encontraban en el oeste del mismo. Así que se fijó en los que iban delante. Parecían o dos auxiliares de caballería o tribunos con armadura ligera. Junto a ellos, una mujer, vestida de forma curiosa y montando como un varón. Igual era un hombre de cabello largo. 

-   Centurión, no te parece que hacen algo con las lanzas -indicó Lauco, que al ser más joven que el centurión parecía tener algo mejor de visión que él.

Lauco tenía razón, uno de los auxiliares movía demasiado la lanza que portaba. Subía y bajaba, pero no era un movimiento natural. Lo hacía a propósito. Entonces se dio cuenta, era un código antiguo, ya no se usaba en las legiones, pero lo recordaba de cuando había sido joven. Era una advertencia, creía. Pero de que les advertían. Tenía que hacer memoria. Era importante. Era el enemigo. 

-   ¿Lauco, hay algo detrás de esos jinetes? -inquirió Lucrio. 

-   ¿Algo? -Lauco estaba extrañado, pero al ver la cara de preocupación de su centurión buscó en la lejanía-. Más caballos, detrás del primer grupo. Parecen guerreros de alguna tribu. ¿Esos les habrán molestado a alguna aldea? 

-   Lauco toca la alarma, rápido -ordenó Lucrio.

Al principio pareció que el legionario se resistía a acatar la orden, pero al ver que Lucrio le apremiaba, se acercó a la campana de bronce y empezó a golpearla con un mazo. Los tañidos se comenzaron a escuchar por la zona. Los puestos de guardia en otras partes de la muralla empezaron a golpear sus propias campanas, hasta que todo el campamento estaba totalmente avisado.

Por dentro, los legionarios, auxiliares y todo tipo de hombres, empezaron a salir de sus barracones, pertrechados para la defensa o el combate. Del cuartel, que se encontraba en el centro del castro, en lo que antiguamente fue el foro del primer campamento, partieron varios caballos. Sin duda el legado habría mandado a algún tribuno a enterarse de que es lo que ocurría, de que cinturón había decidido molestar su sueño.

Lucrio estaba seguro de que había actuado bien, pero los oficiales podían no pensar lo mismo, ya que al igual que Lauco, todos allí pensaban que la provincia estaba lo suficientemente romanizada.

Dinero fácil (20)

Con los sensores afectados por los asteroides, Patrick tenía que volar con los ojos, lo que en el día actual era como a ciegas. Sin duda era un piloto habilidoso y la Folkung se movía con especial ligereza. Aun así Patrick debía estar muy atento. No quería hacerle nuevas cicatrices a su nave. Ya tenía demasiadas. Como buen capitán le gustaba tener la Folkung perfecta o lo que podía definirse como perfecta. 

-   ¡Recuperamos sensores! -gritó Victor. 

-   ¿Qué ha pasado con la Glory Rose y las naves imperiales? -inquirió Patrick. 

-   Parece que la Glory Rose ha escapado de la trampa, pero está huyendo de las naves imperiales, hacia el sector más alejado del nuestro -indicó Victor-. Pronto nos detectarán a nosotros también. 

-   Que nos detecten -murmuró con un deje de osadía Patrick-. Pronto habremos saltado del sistema. Para cuando dejen de perseguir a la Glory Rose nosotros ya no estaremos.

Patrick estaba seguro de su premonición, ya que era capaz de ver cada vez más especio negro entre las rocas que los rodeaban. Estaban saliendo del campo de asteroides. Ahora solo faltaba saber si estaban listos para irse. 

-   ¡Halwok! -gritó Patrick tras pulsar un botón-. ¿Estamos listos para largarnos de aquí? 

-   Los motores cargados y listos, capitán -aseguró Halwok. 

-   ¿Y lo otro? 

-   Me pongo a ello según pasemos a hipervelocidad -informó Halwok. 

-   Entonces bien -asintió Patrick, que dejó de presionar el botón de la consola y se volvió hacia Valerie-. ¿Coordenadas listas? 

-   El ordenador de abordo ya ha hecho los cálculos del viaje, capitán -contestó Valerie-. Listos para marcharnos. 

-   OK

La nave siguió moviéndose entre los últimos asteroides hasta quedar totalmente libre de las masas rocosas. Era el momento de marcharse. Justo había comenzado a sonar la alarma de naves enemigas. Lo que quería decir que los imperiales los habían detectado, pero como había vaticinado Patrick, les sirvió de poco. Patrick activó la hipervelocidad y la Folkung desapareció de allí. Si los imperiales habían decidido mandar alguna nave contra ellos, hubiera sido una tontería. Era mejor cazar a la Glory Rose.

Patrick se recostó en su sillón por unos segundos, intentando liberarse de la carga que había tenido sobre sus hombros hasta ese momento. Cuando se vio más relajado, se puso de pie. 

-   Victor te quedas al cargo, luego vendremos a sustituirte, Valerie conmigo -ordenó Patrick. 

-   Dejas el puente en buenas manos -aseguró Victor.

Valerie y Patrick se marcharon y se dirigieron a la sala de máquinas. Halwok no puso mala cara porque los dos oficiales accedieran a su reino. Estaba muy ocupado observando las interioridades de la niña. Halwok no solo le había retirado la ropa, sino que había quitado importantes piezas de su carcasa externa, que era sumamente realista. 

-    He encontrado la causa de nuestra avería -informó Halwok según llegaron-. Este monstruito llevaba una contramedida de un único uso, y menos mal. Se activa a distancia. Una bomba de protones que nos ha dejado fritos literalmente todos los sistemas principales. Sin duda el dueño de este juguete no lo quiere perder. 

-   ¿Has encontrado la sonda? -inquirió Patrick, apuntándose lo de la contramedida, para su próxima charla con Eleanor. 

-   La tengo localizada, sí -asintió Halwok. 

-   ¿La puedes deshabilitar? 

-   Puedo pero podría destrozar gran parte de lo que mueve a la niña -afirmó Halwok-. Posiblemente este juguete quedaría inservible. 

-   Durinn asegura que la niña guarda toda su investigación sobre su dueño, todo su trabajo. ¿Hay alguna forma de sacarla sin dañar mucho la unidad? -preguntó Patrick. 

-   Puedo intentar sacarla, pero creo que no la apagaríamos -comentó Halwok. 

-   Intenta salvaguardar lo que más puedas de la niña -dijo Patrick-. Tal vez en el futuro nos sirva como moneda de cambio si las cosas se ponen demasiado peligrosas para nosotros. Me voy a hablar con Eleanor. Valerie, quedate a ayudar a Halwok, al final dos manos más le vendrán bien. 

-   Siempre me ayuda mucho Valerie, no como tú capitán -se despidió Halwok.

Valerie se quedó con Halwok y Patrick se marchó para volver a encararse con Eleanor. Esa mujer le había prometido algo sencillo, cuando en verdad había enfadado a alguien demasiado peligroso. Alguien que había movilizado a todos los cazarrecompensas del sector.

sábado, 11 de junio de 2022

El reverso de la verdad (82)

Andrei suspiró al ver marchar al que llamaban el niño, que desde su punto de vista no era más que un Markus en miniatura, o más joven. Pero lo bueno es que había acertado su amigo, el niño aún tenía algo que demostrar ante Markus y por eso se marchaba tras sus pasos. Lo que hacía que él quedaba libre para llevar a cabo su venganza. Y aunque se había librado de un contrincante muy peligroso, seguían habiendo demasiados enemigos protegiendo a su presa. Debía ir con cuidado.

Se dio unos minutos más, que sin duda llevarían a los escoltas de Alexander a tranquilizarse, ya que el niño era su última carta en la manga y como tal esperaban que acabasen con sus enemigos. No podían creer que su arma secreta pudiera fallar o peor que persiguiera un orgullo que creían que no poseía. Pero aun así, Andrei sabía que debía estar atento con lo que rodeaba. Lo primero fue revisar su arma, estaba cargada y con el silenciador en su sitio, eso volvería locos a sus enemigos, al no escuchar una detonación sonora. Por lo que siguió ascendiendo por las escaleras, pegado a la pared, intentando simular que era parte de la misma.

Cuando alcanzó el primer piso, vio a dos hombres, que lejos de estar preparados para recibir enemigos, permanecían de pie. Sin duda esperaban que el niño se encargase de quitarles cualquier atacante que se aproximase a ellos, pero en su lugar, su baza se había ido tras Markus, y Andrei dudaba que regresase. Apuntó hacia el más cercano de los dos y lo abatió, el segundo tardó esos segundos precisos para cerciorarse que estaba en un lugar mortal. Cayó bajo un disparo silencioso del subfusil de Andrei.

Y no solo su caída fue necesaria, sino que le indicaron a Andrei donde se escondía Alexander. Una maniobra muy común era rodear a quien protegían, por lo que le estaban indicando donde estaba escondido Alexander. Iba a acercarse a ellos cuando sonó una voz en uno de los cadáveres. 

-   Aquí Gerard, ¿todo ok? -dijo la voz desde el cuerpo. 

-   Puerta protegida -respondió alguien, que pareció pasar el corte, porque nadie habló. 

-   Escaleras de cocina protegida -informó otra voz. 

-   Pasillo listo -otra voz más. 

-   Yo estoy en el pasillo, idiota, te veo perfectamente -intervino la voz del tal Gerard, que sin duda era el jefe de esos pistoleros.

Entonces hubo un espacio en silencio.

-   ¿Escaleras principales? -volvió a ser la voz de Gerard. 

-   Escaleras principales protegidas -contestó Andrei, haciendo su voz más engolada. 

-   ¿Richard? ¿Eres tú? -preguntó Gerard. 

-   Claro -intentó seguir con la pantomima Andrei. 

-   ¿Y quién soy yo? -inquirió Gerard, esperando claramente una confirmación. 

-   Un tonto del culo -respondió Andrei, esperando que funcionase o por lo menos con ganas de mambo. 

-   ¿Quién eres tú? 

-   Tu peor pesadilla -aseguró Andrei que decidió añadir-. A los que estéis escuchando, el niño estará muerto en nada. Si tiráis las armas y huís, podréis salvaros. Pero los que os quedéis con ese cabrón de Alexander, no sobreviviréis a este día. Huid ahora.

Andrei esperaba que la amenaza velada a los matones les obligase a huir si no querían morir. Incluso se había encargado de dar descripciones de la muerte del niño, aunque claro, esto lo tendría que hacer antes de que Alexander intentase huir. Cuanto menos matones estuviesen dispuestos a morir, menos tendría que enfrentarse.

Se escucharon algunos pisotones y carreras, que terminaron en alaridos, quejas y algún problema de salud. 

-   ¿Qué vas a hacer, Gerard? -inquirió Andrei, pero esta vez no hubo desprecio-. Lo mejor que puedes hacer es huir de esta parte de la hacienda.

Lo que hiciera o dejara de hacer Gerard no era nada con lo que ya tenían en la cabeza los matones que les quedaban. Y solo querían sobrevivir. Él ya no podía disuadirles de que se escondiesen. Le matarían para salirse con la suya. Debía permitir que huyesen.

Aguas patrias (92)

Eugenio desde el alcázar observaba como la fragata del capitán de la Osa intentaba recolocarse tras su estela, en el hueco dejado por las dos corbetas. Pero parecía que a la tripulación de la fragata le costaba usar su propia fuerza del viento para realizar una tarea tan fácil como recolocarse en su posición. Mariano podía observar las miradas que lanzaba Eugenio de preocupación. Como capitán al cargo, Mariano no podía indicarle a Eugenio que es lo que debía hacer y solo podía volver a transmitir las órdenes de su capitán a su tripulación y a todos aquellos que estuvieran observando las señales de las banderas.

Lo único que podía hacer era ver las caras que ponía Eugenio y de vez en cuando, daba sus opiniones, esperando que Eugenio usará alguna para mejorar la situación ante la que se encontraban. 

-   ¡Maldito de la Osa! -espetaba cada poco Eugenio. Cada vez que el capitán de la otra fragata hacía un movimiento que le parecía demasiado malo para un capitán de la armada. 

-   Parece que hace lo que puede -intentó mediar Mariano, pero parecía que Eugenio no estaba para bromas. 

-   Como encalle en el canalizo, aquí se queda -Eugenio no tenía ganas de esperar al capitán de Nuestra Señora de Begoña.

Contra todo pronóstico, la fragata del capitán de la Osa consiguió ocupar su posición en la línea y salir de la bahía, realizando las bordadas para evitar los bancos de arena que había alrededor del canalizo sin que esta sufriera daños. Cuando se alejaban del último pasadizo, Eugenio observó su estela y pudo ver a la proa de la otra fragata y a su pesar respiró con un poco de más tranquilidad de lo que había hecho hasta ese momento. 

-   Señor Romones, acérquenos a Puerto Real y enséñenos que hay dentro -ordenó Eugenio, que esperaba que Mariano se encargase de dar las órdenes necesarias para mantener la singladura que él esperaba por ahora. 

-   Como ordene, capitán -respondió Mariano, que era lo único que podía hacer en ese momento.

Desde su posición en el alcázar, Eugenio podía escuchar una a una las órdenes de Mariano. Ni una sola vez le intentó contradecir ni a una sola de las cosas que fueron saliendo de la boca de Mariano. Quería que se viera que confiaba plenamente de él. De esa forma el resto de oficiales sabían que Mariano contaba con toda o casi toda la estima de su capitán.

Durante las siguientes horas fueron rumbo sur, para hacer que por una parte el enemigo se diera cuenta de su presencia. De esa forma sabían que en esta guerra, su enemigo podía acercarse sin impunidad a sus costas y por otro lado, porque quería saber donde estaba exactamente la flota del almirante Vernon. Desgraciadamente, por lo que pudieron observar desde las cofas de la fragata, en Puerto Real a excepción de algunos mercantes no había nada ,ás. Eugenio se planteo asaltar el puerto de la isla, pero Eugenio lo deshecho debido a que la guarnición se había atrincherado demasiado bien. Lo que indicaba que esteraban que sus barcos de defensa tardase nen regresar. 

-   Parece que la teoría de que toda la flota está en Cartagena es cierta -murmuró Eugenio. 

-   Sin duda la rada está libre de naves interesantes -aseguró Mariano. 

-   Seguiremos por este lado de la costa, hasta que nos acerquemos a La Española, entonces seguiremos por la costa de esta. Encárguese de todo, Mariano. 

-   Como diga -afirmó Mariano. 

-   Estaré en mi camarote -indicó Eugenio, marchándose del alcázar.

Eugenio decidió que era mejor bajar a su camarote y dejar que Mariano se encargase de todo, al fin y al cabo era un oficial competente.

martes, 7 de junio de 2022

Falsas visiones (18)

Rufo no quiso mirar ni una sola vez hacia la colina donde se había quedado Spartex y sus curiosos hombres. Él y Varo eran los que abrían la cabalgada. Lutenia iba tras ellos y los cuatro partos cerraban el grupo. Lutenia azuzó su caballo, que se introdujo entre los de los muchachos y los de reserva. Rufo la miró con pocas ganas. 

-   ¿Qué pasa? -preguntó arisco Rufo. 

-   Mi padre -contestó escueta Lutenia. 

-   ¿Qué le pasa a tu padre? 

-   Le has abandonado -acusó Lutenia a Rufo. 

-   Yo no he abandonado a nadie -negó Rufo, moviendo la mano libre como intentando espantar una mosca-. Tengo una misión que cumplir y lo haré. 

-   ¿Y mi padre? 

-   Según alertemos a la Victrix, ellos se encargarán de salvar a tu padre y al resto -aseguró Rufo, pero por la cara que puso la muchacha no parecía demasiado convencida-. Instaré a mi tío que mande refuerzos según alcancemos Legio.

En ese momento notó que una sombra se acercaba por su izquierda. Rufo intentó usar la lanza para protegerse, pero en último momento se dio cuenta que era uno de los partos, que ahora cabalgaban haciendo una línea tras los tres jóvenes. 

-   Mi señora -dijo el parto con su acento inconfundible-. No nos siguen. Pero mejor no cantar victoria todavía. Debemos darnos prisa. 

-   Es un consejo que bien nos podríamos aplicar -añadió Rufo, que no se mostró ofendido porque los partos no le informasen a él, sino a Lutenia.

Lutenia asintió con la cabeza al parto, que se colocó en su posición. Pero ella siguió en la posición en la que estaba. 

-   Cabalgaré junto a vosotros -sentenció Lutenia. 

-   Está bien, Varo que no se descuelgue -ordenó Rufo.

Rufo prefería tener a los partos de su lado, por lo que podía permitir que la muchacha cabalgase entre ellos. Los cántabros aún podían darse cuenta de que no se encontraban con Spartex y si les habían seguido hasta allí, lo harían hasta las murallas de Legio.

Habían tenido suerte que cuando se habían marchado de la colina, las nubes tapaban el cielo, lo que había sumido el camino en oscuridad. Pero ahora que se habían alejado lo suficiente, las nubes se habían abierto y la luna les ayudaba a localizar las posibles trampas en el camino. Es verdad que los gobernadores mantenían las calzadas lo mejor posible, las inclemencias y el paso del tiempo siempre deterioraban las piedras, el lodo se metía entre las mismas o levantaban el cemento. Un caballo se podía quedar cojo si metía un casco en un agujero y esa cojera le hacía inservible, así como una carga para el resto de los miembros del grupo.

La calzada seguía una ruta cercana al río que habían cruzado con anterioridad, tal y como le había indicado Spartex. En esa parte, los bosques se quedarían pronto atrás, hacia las colinas del oeste. Tenían por delante terrenos de cultivos hasta el castro. Por un lado eso era bueno, ya que era más fácil cabalgar entre campos, pero había un problema, se quedaban sin cobertura, en el caso de que alguien les persiguiera. Pero Rufo sabía que no debía parar y siguieron toda la noche, hasta que los primeros rayos del amanecer les permitieron ver a lo lejos las murallas de Legio. 

-   Detrás -gritó un parto, lo que obligó a todos a mirar a sus espaldas.

Un grupo de jinetes les seguía. Estaban lejos, pero sin duda no eran romanos, ni partos, eran cántabros. La jugada de Spartex había fallado y parecía que se habían dado cuenta de su huida. 

-   Al galope, a Legio -ordenó Rufo, espoleando su cabalgadura.

Varo le imitó y le siguió a cierta distancia. Lutenia y los partos parecían que estaban indecisos. 

-   Date prisa Lutenia, o no tendrán piedad contigo -bramó Rufo, que dejó de mirar hacia atrás para volver su visión y su mente al camino que tenía por delante. No le importaba mucho lo que fuera hacer la muchacha.

Si Lutenia y los partos volvían grupas y se lanzaban sobre los cántabros, buscando una venganza por Spartex y el resto, le darían a él y a Varo un tiempo precioso. Aunque hacer eso era un verdadero suicidio. Los cántabros los destrozarían y Lutenia acabaría siendo esclava de los cántabros. Al poco escuchó los cascos de los caballos de Lutenia y los partos. Sonrió para sus adentros, ya que la muchacha se había decidido por sobrevivir para otro combate, uno en el que ellos tuvieran más posibilidades de ganar. Ya veían las murallas de Legio, ahora había que acercarse para que ellos les viesen a ellos, y su padre le había dado algo para ello.