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sábado, 4 de junio de 2022

El reverso de la verdad (81)

Markus se movía por el piso inferior con mucho cuidado, atentó hasta el aleteó de una mosca. Sabía que el niño había mordido el anzuelo y había empezado a depredarle. Aunque lo que no se había percatado era que él era el verdadero cazador y no su contrincante. Solo debía hacerle seguir unas pistas simples para llevarle a su terreno. Y este no era ese edificio. Así que lo llevaría a los establos. Dejó las suficientes pistas y huellas para que el niño le siguiese como un sabueso. De vez en cuando el muchacho le hablaba, intentos para que se dejase ver y así matarlo, pero Markus había conocido a muchos soldados que intentaban esas argucias y ya no funcionaban con él.

El tramo más peligroso era el exterior, la zona sin nada que tenía para cruzar hasta el otro edificio. Sabía que allí le atacaría el niño. Cuando estaba por la mitad resonaron los disparos. Gracias a la lejanía y que no llevaba un fusil de precisión, sino unas simples pistolas, erró bastante los tiros. 

-   Ya no sabes disparar con precisión, ¿eh? -se burló Markus, desapareciendo tras una esquina del siguiente edificio.

Markus solo escuchó un gruñido de enfado como respuesta. El niño podía ser muy peligroso, pero carecía de paciencia y de templanza. Hacía las cosas por estímulos y normalmente a los que se enfrentaba, habían oído sobre él y ya estaban muertos de miedo como para atinar. Pero ante él, la cosa era otra y el niño pronto se daría cuenta. Llegó al establo y se metió en el interior. Los caballos de Alexander empezaron a pifiar y relinchar. Markus debía buscar un lugar para adaptarse a ese ambiente antes de que su presa llegase hasta allí. No tuvo mucho tiempo, ya que el niño debió aproximarse a la carrera. 

-   Las alimañas se meten en sus nidos, donde no pueden escapar de su depredador, Alfonse, has elegido un mal lugar para esconderte -gritó el niño, lo que hizo que los caballos se pusieran más nerviosos-. Estás muerto.

El niño lanzó una potente carcajada, que se sumó a los ruidos de los caballos, que se movían histéricos en sus cubiles, pateando. El muchacho se giraba con cada golpe que se escuchaba, mirando de un lado a otro, pero sin ver por ningún lado a Alfonse. El suelo era de gravilla y madera vieja, por lo que cada paso que daba, emitía un nuevo ruido. Todo estaba empezando a molestar y a crispar los nervios del niño. Su templanza parecía hacer aguas, aunque él no se había percatado del todo.

Un nuevo golpe, que le pareció el de un disparo, resonó a su espalda, se volvió y abrió fuego. Lo que vio fue a uno de los caballos encabritados, relinchando de dolor, ya que tenía un agujero oscuro, sangrante, en la parte superior de una pata. El caballo, bajo el dolor del disparo del niño, golpeaba con sus cascos la portezuela de su cubículo. Se alejó de allí, girando en todo momento, hacia todos los lados, buscando a su enemigo, pero no lo encontraba. Su paciencia se había esfumado y unos nervios habían empezado a florecer en su mente. No quería volver a disparar, ya que había herido a uno de los caballos de Alexander, uno de sus preciosos tesoros, lo que le valdría un importante castigo, pues sabía bien que esos animales valían mucho más que él.

Siguió atravesando el establo, en dirección a la puerta principal, que actualmente estaba cerrada. Se movía intentando ser silencioso, pero la gravilla no ayudaba. Cuando llegó al último cubículo, escuchó una detonación, a su derecha, donde le había parecido ver una forma oscura, pero que había pensado que era un saco, ya que allí se guardaban los sacos de pienso y los fardos de paja. La detonación siguió a un dolor horroroso en sus dos piernas, como si algo las hubiera cercenado de cuajo. No le dio tiempo a mirarlas, pues cayó al suelo de espaldas. Volvió a observar la forma oscura, que resultó ser un saco, pero que se levantaba y aparecía un hombre con ropas oscuras de combate. Intentó moverse, girarse para apuntar con el arma, pero su cuerpo no le respondía.

Markus se acercó y le metió una patada en la mano que tenía la pistola. El arma salió volando y los dedos se quebraron por la fuerza. el niño no lanzó ni un solo lamentó o grito de dolor. 

-   Parece que el depredador ha sido cazado -dijo Markus, mientras se agachaba y le quitaba todas las armas que llevaba el niño encima, desde pistolas a cuchillos-. Vaya arsenal que llevas. 

-   Te mataré -amenazó el niño. 

-   ¿Me matarás? Eso está muy bien. Lo reconozco, eres un loco muy loco. Estás tirado en el suelo, desarmado, con las piernas destrozadas. Te he disparado con una escopeta a quemarropa, hasta los huesos están rotos -empezó a hablar Markus, que se separó de el niño y abrió el portón del establo-. Y aun así me vas a matar, claro. 

-   Aun en este estado puedo acabar contigo -volvió a amenazar el niño, lo que sonó más como una pataleta que como algo serio. 

-   Vale lo que tu digas, niño -asintió Markus, que empezó a volver por el pasillo, abriendo los cubículos donde estaban los caballos, mientras alzaba la voz-. Cuando te conocí me enseñaste tus experimentos, lo que probabas con los animales. Aun me acuerdo lo que le hiciste a ese pobre perro abandonado. Me hablaron de los gatitos. Por eso decidí que un día ellos se vengarían.

Markus abrió los dos últimos cubículos y disparó su pistola. Los caballos que habían estado muy nerviosos hasta ese momento, a causa de los disparos, abandonaron como locos los cubículos, lanzándose hacia la única salida posible, hacía la luz que entraba por el portón abierto. Markus siguió a los últimos y se acercó al niño, estaba vivo, pero los caballos le habían pisado con fuerza. Su cuerpo se agitaba. Su rostro había perdido la humanidad, era un revoltijo de piel, sangre, huesos, vísceras, todo en un grado que haría vomitar al más pintado. Markus no había tenido piedad y tampoco iba a tener compasión, que sufriera hasta la muerte. Se marchó para ver si Andrei había terminado con todo.

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