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sábado, 11 de junio de 2022

El reverso de la verdad (82)

Andrei suspiró al ver marchar al que llamaban el niño, que desde su punto de vista no era más que un Markus en miniatura, o más joven. Pero lo bueno es que había acertado su amigo, el niño aún tenía algo que demostrar ante Markus y por eso se marchaba tras sus pasos. Lo que hacía que él quedaba libre para llevar a cabo su venganza. Y aunque se había librado de un contrincante muy peligroso, seguían habiendo demasiados enemigos protegiendo a su presa. Debía ir con cuidado.

Se dio unos minutos más, que sin duda llevarían a los escoltas de Alexander a tranquilizarse, ya que el niño era su última carta en la manga y como tal esperaban que acabasen con sus enemigos. No podían creer que su arma secreta pudiera fallar o peor que persiguiera un orgullo que creían que no poseía. Pero aun así, Andrei sabía que debía estar atento con lo que rodeaba. Lo primero fue revisar su arma, estaba cargada y con el silenciador en su sitio, eso volvería locos a sus enemigos, al no escuchar una detonación sonora. Por lo que siguió ascendiendo por las escaleras, pegado a la pared, intentando simular que era parte de la misma.

Cuando alcanzó el primer piso, vio a dos hombres, que lejos de estar preparados para recibir enemigos, permanecían de pie. Sin duda esperaban que el niño se encargase de quitarles cualquier atacante que se aproximase a ellos, pero en su lugar, su baza se había ido tras Markus, y Andrei dudaba que regresase. Apuntó hacia el más cercano de los dos y lo abatió, el segundo tardó esos segundos precisos para cerciorarse que estaba en un lugar mortal. Cayó bajo un disparo silencioso del subfusil de Andrei.

Y no solo su caída fue necesaria, sino que le indicaron a Andrei donde se escondía Alexander. Una maniobra muy común era rodear a quien protegían, por lo que le estaban indicando donde estaba escondido Alexander. Iba a acercarse a ellos cuando sonó una voz en uno de los cadáveres. 

-   Aquí Gerard, ¿todo ok? -dijo la voz desde el cuerpo. 

-   Puerta protegida -respondió alguien, que pareció pasar el corte, porque nadie habló. 

-   Escaleras de cocina protegida -informó otra voz. 

-   Pasillo listo -otra voz más. 

-   Yo estoy en el pasillo, idiota, te veo perfectamente -intervino la voz del tal Gerard, que sin duda era el jefe de esos pistoleros.

Entonces hubo un espacio en silencio.

-   ¿Escaleras principales? -volvió a ser la voz de Gerard. 

-   Escaleras principales protegidas -contestó Andrei, haciendo su voz más engolada. 

-   ¿Richard? ¿Eres tú? -preguntó Gerard. 

-   Claro -intentó seguir con la pantomima Andrei. 

-   ¿Y quién soy yo? -inquirió Gerard, esperando claramente una confirmación. 

-   Un tonto del culo -respondió Andrei, esperando que funcionase o por lo menos con ganas de mambo. 

-   ¿Quién eres tú? 

-   Tu peor pesadilla -aseguró Andrei que decidió añadir-. A los que estéis escuchando, el niño estará muerto en nada. Si tiráis las armas y huís, podréis salvaros. Pero los que os quedéis con ese cabrón de Alexander, no sobreviviréis a este día. Huid ahora.

Andrei esperaba que la amenaza velada a los matones les obligase a huir si no querían morir. Incluso se había encargado de dar descripciones de la muerte del niño, aunque claro, esto lo tendría que hacer antes de que Alexander intentase huir. Cuanto menos matones estuviesen dispuestos a morir, menos tendría que enfrentarse.

Se escucharon algunos pisotones y carreras, que terminaron en alaridos, quejas y algún problema de salud. 

-   ¿Qué vas a hacer, Gerard? -inquirió Andrei, pero esta vez no hubo desprecio-. Lo mejor que puedes hacer es huir de esta parte de la hacienda.

Lo que hiciera o dejara de hacer Gerard no era nada con lo que ya tenían en la cabeza los matones que les quedaban. Y solo querían sobrevivir. Él ya no podía disuadirles de que se escondiesen. Le matarían para salirse con la suya. Debía permitir que huyesen.

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