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martes, 21 de junio de 2022

Falsas visiones (20)

Cuando el tribuno de guardia alcanzó la almena sobre la puerta, ya no solo estaban allí Lucrio y Lauco, sino que una línea de legionarios se encontraba formando junto a las protecciones exteriores. Habían dejado huecos para que el centurión pudiera ver lo que había hacia el exterior. Lucrio respiró al ver al tribuno, que aunque era mucho más joven que él, ostentaba más mando, podría quitarse de encima la carga que era la alarma que había lanzado. Pero la respiración se le cortó al ver quien iba detrás del tribuno. El prefecto Quinto estaba de guardia. Quinto era más mayor, más serio y más concienzudo. Le conocía demasiado bien, pues ambos habían estado en la Victrix y como Lucrio se había quedado para instruir a los jóvenes reclutas. 

-   ¿Centurión Lucrio, por qué ha llamado a las armas? -preguntó el tribuno. 

-   Dos grupos de jinetes se acercan por el camino norte, señor -informó Lucrio señalando hacía algún lugar al otro lado de la muralla. 

-   Centurión, que lleguen jinetes y carros a Legio no es algo como para poner a toda la guarnición en pie de guerra -habló el prefecto Quinto acercándose a un hueco de la formación para ver esos grupos de jinetes. 

-   Los del primer grupo piden ayuda, mi prefecto -añadió Lucrio, colocándose al otro lado del legionario, que se cuadró los más que pudo, ya que tenía al centurión por un costado y al prefecto por el otro. 

-   ¿Piden ayuda, como es eso, centurión? -inquirió el prefecto Quinto con un ligero tono de guasa. 

-   Uno de los jinetes, que parece un auxiliar de nuestra caballería, sobre un caballo inmenso, hace unos gestos especiales, es un código, señor -dijo Lucrio-. Es antiguo pero lo he reconocido. 

-   ¿Un código? -repitió el prefecto Quinto, sin creerse nada de lo que decía Lucrio.

El prefecto Quinto creía conocer al centurión Lucrio. Era uno de esos hombres que no podía estar viviendo en los periodos de paz. Ya había sido toda una catástrofe el asunto del gobernador Galba y la Victrix, que actualmente estaba retornando a la provincia, pero estaba demasiado lejos. Por las noticias que le habían llegado, el emperador Galba había sido asesinado en Roma, por sus propios pretorianos y ahora su líder, un tal Otón se había hecho con la toga imperial. Pero ya se hablaba que iba a durar poco, pues el gobernador militar de Germania, Vitelio se había proclamado emperador, y junto a tres legiones descendía hacia Roma. Si Otón era inteligente lo mejor que podía hacer era coger sus riquezas y huir de allí. De todas formas, pronto llegaría algún legado imperial que les haría jurar lealtad por uno o por el otro. Ojala no llegase ni el de Otón, ni el de Vitelio. Tal vez Lucrio si tendría su guerra, aunque fuera una civil.

Aun así, Quinto decidió echar un ojo, ya que lo del código, jinetes auxiliares y todo lo demás, era incluso rebuscado para el centurión. Y pronto dió con los dos grupos de jinetes. Estaban cerca de Legio, demasiado y ninguno de los dos parecía querer aflojar la marcha. Los más lejanos parecían ser lugareños, sin duda, los de alguna tribu o aldea cercana. Los que estaban más cerca eran los más curiosos. Una dama, dos auxiliares romanos y cuatro jinetes partos. Lo que hacía de todo ello un poco estrafalario. Se fijó en el auxiliar que le había indicado el centurión. Los movimientos de la lanza que portaba no eran normales, en eso no se equivocaba el centurión y el caballo era inmenso, era único. 

-   Tribuno Craso que abran de inmediato las puertas y que dos centurias formen a ambos lados del camino -ordenó el prefecto Quinto, para sorpresa de todos-. Quiero a los arqueros aquí, listos para abatir a los perseguidores si intentan acercarse a nuestro castro. Me vuelvo al cuartel general. Tribuno, una vez que los del primer grupo estén dentro de la fortificación, que las cohortes regresen a la seguridad y que los recién llegados sean escoltados al cuartel, les guste o no. ¿Entendido, tribuno? 

-   Sí, prefecto -asintió el tribuno Craso con cara de miedo. 

-   Centurión Lucrio, bien visto, se ve que sigue estando en las mejores condiciones, mi enhorabuena -indicó Quinto, que se dio la vuelta para regresar por donde había venido, pero escuchó los golpes de las botas del centurión a su espalda-. ¿Quiere algo más, centurión? 

-   No, yo, la verdad… -Lucrio no sabía qué decir. 

-   Supongo que creía que no me iba a convencer con lo del código y que le iba a meter un castigo, ¿no? -inquirió el prefecto Quinto, que le hizo un gesto para dejar sitio a los que estaban dando órdenes. 

-   Yo… 

-   Bueno, pues solo le puedo decir que ya había visto ese código antes y también el caballo del jinete -añadió el prefecto Quinto, marchándose.

El centurión le observó, sin caer en la cuenta sobre lo que le había hablado el prefecto. ël debía volver a su posición, para ayudar al tribuno y al resto de los centuriones, en lo que fuera necesario para ello. Las puertas se abrieron y los legionarios salieron a la carrera formando a ambos lados de la calzada, con los escudos y las puntas de sus pilum por delante, para impedir que nadie se aproximara. Arriba los arqueros se extendieron tras los legionarios de la primera línea. Ya solo quedaba ver lo que pasaría con los grupos de los jinetes. El primero no parecía flaquear, pero el segundo sí que se había percatado de que los romanos les esperaban.

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