Seguidores

martes, 14 de junio de 2022

Falsas visiones (19)

Un legionario joven, casi sin vello en el rostro, con los ojos semicerrados por el frío mañanero, pateaba las losas de la muralla. Vestía con su armadura y llevaba un pilum. La capa le rodeaba y no quería alejarse demasiado del brasero donde aún las últimas ascuas emitían un tono rojizo en los trozos de madera consumidos durante la noche. 

-   Maldito tonto, estás de guardia, alejate de aquí o te doy con la vara -gritó un hombre más mayor, que justo salía de la torre de guardia, con la armadura impecable y el rango de centurión-. Si te pilló otra vez aquí te ganas trabajo en letrinas. Haz tu ronda y mira hacia fuera, que es donde está el enemigo.

El legionario se alejó dando saltitos y mirando de reojo, esperando que el centurión se marchase. Pero apareció otro legionario, uno de mayor antigüedad que él. 

-   Estoy harto de estos reclutas -se quejó el centurión-. Son niños queriendo ser soldados. Debería haber seguido en la Victrix. 

-   Vamos centurión, todos fuimos una vez como él -dijo el legionario mayor. 

-   Yo no Lauco, yo no -negó el centurión, que intentó calentarse las manos con el calor residual del brasero. 

-   Vamos, Lucrio, una vez también fuiste joven -aseguró Lauco-. Además esta provincia está conquistada desde hace mucho. Las tribus se han romanizado. 

-   Lauco, los habitantes de esta región son perfectamente peligrosos, sobre todo los de las montañas del norte -contraatacó Lucrio-. En tiempos de Claudio la liaron parda y… 

-   ¿Qué es eso de allí, centurión? -le cortó Lauco, que en parte no quería escuchar una nueva retahíla de conocimientos de historia del centurión y por otro, había algo que se aproximaba al castro. 

-   ¿Qué? ¿Qué? -inquirió Lucrio, mirando hacia donde señalaba Lauco.

El centurión tuvo que entrecerrar los ojos para distinguir lo que Lauco le había advertido. Al principio se quedó sorprendido, pues le parecía estar viendo caballería parta. Pero eso era imposible, pues los partos moraban más allá de la frontera este del imperio. Y ellos se encontraban en el oeste del mismo. Así que se fijó en los que iban delante. Parecían o dos auxiliares de caballería o tribunos con armadura ligera. Junto a ellos, una mujer, vestida de forma curiosa y montando como un varón. Igual era un hombre de cabello largo. 

-   Centurión, no te parece que hacen algo con las lanzas -indicó Lauco, que al ser más joven que el centurión parecía tener algo mejor de visión que él.

Lauco tenía razón, uno de los auxiliares movía demasiado la lanza que portaba. Subía y bajaba, pero no era un movimiento natural. Lo hacía a propósito. Entonces se dio cuenta, era un código antiguo, ya no se usaba en las legiones, pero lo recordaba de cuando había sido joven. Era una advertencia, creía. Pero de que les advertían. Tenía que hacer memoria. Era importante. Era el enemigo. 

-   ¿Lauco, hay algo detrás de esos jinetes? -inquirió Lucrio. 

-   ¿Algo? -Lauco estaba extrañado, pero al ver la cara de preocupación de su centurión buscó en la lejanía-. Más caballos, detrás del primer grupo. Parecen guerreros de alguna tribu. ¿Esos les habrán molestado a alguna aldea? 

-   Lauco toca la alarma, rápido -ordenó Lucrio.

Al principio pareció que el legionario se resistía a acatar la orden, pero al ver que Lucrio le apremiaba, se acercó a la campana de bronce y empezó a golpearla con un mazo. Los tañidos se comenzaron a escuchar por la zona. Los puestos de guardia en otras partes de la muralla empezaron a golpear sus propias campanas, hasta que todo el campamento estaba totalmente avisado.

Por dentro, los legionarios, auxiliares y todo tipo de hombres, empezaron a salir de sus barracones, pertrechados para la defensa o el combate. Del cuartel, que se encontraba en el centro del castro, en lo que antiguamente fue el foro del primer campamento, partieron varios caballos. Sin duda el legado habría mandado a algún tribuno a enterarse de que es lo que ocurría, de que cinturón había decidido molestar su sueño.

Lucrio estaba seguro de que había actuado bien, pero los oficiales podían no pensar lo mismo, ya que al igual que Lauco, todos allí pensaban que la provincia estaba lo suficientemente romanizada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario