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sábado, 4 de junio de 2022

Aguas patrias (91)

Eugenio llegó a la cubierta un poco después de lo que lo había hecho Ildefonso. Se dirigió directo al alcázar, tras echar un ojo a los marineros que pululaban por todo el barco. Romonés ya se había encargado de que las anclas se recuperasen del fondo y la fragata fuese virando poco a poco en dirección al canalizo de salida. 

-   ¿El resto de barcos ya han empezado a prepararse para la marcha? -preguntó Eugenio al acercarse a Mariano. 

-   Las corbetas ya se están preparando, seguirán nuestra estala según pasemos -contestó Mariano-. Pero… 

-   La Nuestra Señora de Begoña debe seguirnos a nosotros y después las corbetas -recordó Eugenio-. ¿Por qué sigue en su posición? No parece que haya empezado a levar las anclas. 

-   Hemos izado su número y las órdenes, pero parece no comprender, señor -dijo Mariano, sabiendo que no era lo que quería escuchar Eugenio. 

-   Repita las órdenes y dispare un cañonazo indicando la prisa -mandó Eugenio. 

-   Sí, capitán .asintió Mariano.

Romonés estaba a punto de marcharse del alcázar para transmitir las órdenes de Eugenio, cuando éste le llamó. 

-   Indique a la fragata que o se hace a la mar inmediatamente o no la esperamos -añadió Eugenio-. Ya le advertí al capitán de la Osa, no le vamos a esperar. Ya nos han indicado que debemos irnos. Que se las arregle él con el comodoro y el gobernador. 

-   Como ordene, capitán -Mariano se marchó del alcázar para pasar las órdenes.

Eugenio desde el alcázar estuvo atento a la fragata, dando órdenes al contramaestre y al resto de los tenientes, para que izaran más o menos velas, al gusto de su idea. También pudo ver como las dos corbetas navegaban alejadas de la Sirena, pero manteniendo unas singladuras paralelas, que al final les obligarían a tomar el sitio que les correspondía de la escuadra, pero intentaban dejar el hueco para la fragata del capitán de la Osa.

El cañonazo de la batería de la cubierta principal resonó en la bahía y eso pareció que obligó al capitán de la Osa a adaptarse a la situación en la que se encontraba. Ya no podía hacerse más el tonto, debía tomar su posición en el orden de navegación o caería en desgracia en la marina. 

-   Parece que el cañonazo ha hecho entrar en razón al capitán de la Osa -murmuró Eugenio, lo suficiente alto para que le escuchase Mariano, que ya había regresado junto al capitán. 

-   Eso parece -se limitó a decir Mariano, que sabía perfectamente que no debía decir más de la cuenta. 

-   Señor Romonés que se ice el suficiente trapo para que nos saque de la bahía sin embarrancar en el canalizo -indicó Eugenio-. Sondaleza a proa. Quiero saber lo que tenemos delante y nuestra velocidad. Cuando salgamos al mar tomaremos rumbo sur, nos acercaremos a Jamaica. Quiero ver que hay en Puerto Real. Si hay muchos barcos nos indicará que Vernon ya ha regresado. 

-   ¿Y si hay pocos? 

-   Pues puede ser que don Blas siga plantándoles cara a los ingleses -comentó Eugenio con cierto aire de orgullo, tras lo que miró a su estela-. Señal a la Nuestra Señora de Begoña, que se ciña al viento y ocupe su maldito lugar en la línea. 

-   Sí, capitán -asintió Mariano.

Debido al tiempo que había tardado el capitán de la Osa en darse cuenta de que le iban a dejar atrás, sí o sí, había un importante hueco en la línea. Las dos corbetas habían tenido que perder velocidad para que la otra fragata ocupase su lugar y ahora debían maniobrar como si fueran auténticos lobos de mar para ocupar sus posiciones, sin embarrancar, pero sin quedar muy alejados de la Sirena. 

-   ¡Teniente! -gritó Eugenio, y cuando este se acercó, añadió-. Parece que de la Osa tiene problemas para ocupar su posición. Vuelvele a pedir que se aproxime. Pero esta vez déjale claro que voy a tener que dejar constancia de su situación en los libros. 

-   Sí, señor.

Mariano se volvió a alejar con un cometido un poco difícil de llevar a cabo. No era tan fácil poner los sentimientos de Eugenio en unos trapos de señales. Pero los años de experiencia, primero como guardiamarina y luego como teniente le permitían saber que banderas debían izar para que los mandos de la Nuestra Señora de Begoña supiese que lo estaba haciendo tan mal como para que el oficial al mando estuviese descontento. Si de la Osa quería seguir ascendiendo en la marina debía aceptar y cumplir lo que en las señales leyese. No era bueno enfadar al oficial al mando de una escuadra, por pequeña que fuese. Debía cerrar filas o en su historial aparecerían esas faltas convertidas en algo peor de lo que habían sido realmente.

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