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martes, 7 de junio de 2022

Falsas visiones (18)

Rufo no quiso mirar ni una sola vez hacia la colina donde se había quedado Spartex y sus curiosos hombres. Él y Varo eran los que abrían la cabalgada. Lutenia iba tras ellos y los cuatro partos cerraban el grupo. Lutenia azuzó su caballo, que se introdujo entre los de los muchachos y los de reserva. Rufo la miró con pocas ganas. 

-   ¿Qué pasa? -preguntó arisco Rufo. 

-   Mi padre -contestó escueta Lutenia. 

-   ¿Qué le pasa a tu padre? 

-   Le has abandonado -acusó Lutenia a Rufo. 

-   Yo no he abandonado a nadie -negó Rufo, moviendo la mano libre como intentando espantar una mosca-. Tengo una misión que cumplir y lo haré. 

-   ¿Y mi padre? 

-   Según alertemos a la Victrix, ellos se encargarán de salvar a tu padre y al resto -aseguró Rufo, pero por la cara que puso la muchacha no parecía demasiado convencida-. Instaré a mi tío que mande refuerzos según alcancemos Legio.

En ese momento notó que una sombra se acercaba por su izquierda. Rufo intentó usar la lanza para protegerse, pero en último momento se dio cuenta que era uno de los partos, que ahora cabalgaban haciendo una línea tras los tres jóvenes. 

-   Mi señora -dijo el parto con su acento inconfundible-. No nos siguen. Pero mejor no cantar victoria todavía. Debemos darnos prisa. 

-   Es un consejo que bien nos podríamos aplicar -añadió Rufo, que no se mostró ofendido porque los partos no le informasen a él, sino a Lutenia.

Lutenia asintió con la cabeza al parto, que se colocó en su posición. Pero ella siguió en la posición en la que estaba. 

-   Cabalgaré junto a vosotros -sentenció Lutenia. 

-   Está bien, Varo que no se descuelgue -ordenó Rufo.

Rufo prefería tener a los partos de su lado, por lo que podía permitir que la muchacha cabalgase entre ellos. Los cántabros aún podían darse cuenta de que no se encontraban con Spartex y si les habían seguido hasta allí, lo harían hasta las murallas de Legio.

Habían tenido suerte que cuando se habían marchado de la colina, las nubes tapaban el cielo, lo que había sumido el camino en oscuridad. Pero ahora que se habían alejado lo suficiente, las nubes se habían abierto y la luna les ayudaba a localizar las posibles trampas en el camino. Es verdad que los gobernadores mantenían las calzadas lo mejor posible, las inclemencias y el paso del tiempo siempre deterioraban las piedras, el lodo se metía entre las mismas o levantaban el cemento. Un caballo se podía quedar cojo si metía un casco en un agujero y esa cojera le hacía inservible, así como una carga para el resto de los miembros del grupo.

La calzada seguía una ruta cercana al río que habían cruzado con anterioridad, tal y como le había indicado Spartex. En esa parte, los bosques se quedarían pronto atrás, hacia las colinas del oeste. Tenían por delante terrenos de cultivos hasta el castro. Por un lado eso era bueno, ya que era más fácil cabalgar entre campos, pero había un problema, se quedaban sin cobertura, en el caso de que alguien les persiguiera. Pero Rufo sabía que no debía parar y siguieron toda la noche, hasta que los primeros rayos del amanecer les permitieron ver a lo lejos las murallas de Legio. 

-   Detrás -gritó un parto, lo que obligó a todos a mirar a sus espaldas.

Un grupo de jinetes les seguía. Estaban lejos, pero sin duda no eran romanos, ni partos, eran cántabros. La jugada de Spartex había fallado y parecía que se habían dado cuenta de su huida. 

-   Al galope, a Legio -ordenó Rufo, espoleando su cabalgadura.

Varo le imitó y le siguió a cierta distancia. Lutenia y los partos parecían que estaban indecisos. 

-   Date prisa Lutenia, o no tendrán piedad contigo -bramó Rufo, que dejó de mirar hacia atrás para volver su visión y su mente al camino que tenía por delante. No le importaba mucho lo que fuera hacer la muchacha.

Si Lutenia y los partos volvían grupas y se lanzaban sobre los cántabros, buscando una venganza por Spartex y el resto, le darían a él y a Varo un tiempo precioso. Aunque hacer eso era un verdadero suicidio. Los cántabros los destrozarían y Lutenia acabaría siendo esclava de los cántabros. Al poco escuchó los cascos de los caballos de Lutenia y los partos. Sonrió para sus adentros, ya que la muchacha se había decidido por sobrevivir para otro combate, uno en el que ellos tuvieran más posibilidades de ganar. Ya veían las murallas de Legio, ahora había que acercarse para que ellos les viesen a ellos, y su padre le había dado algo para ello.

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