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sábado, 11 de junio de 2022

Aguas patrias (92)

Eugenio desde el alcázar observaba como la fragata del capitán de la Osa intentaba recolocarse tras su estela, en el hueco dejado por las dos corbetas. Pero parecía que a la tripulación de la fragata le costaba usar su propia fuerza del viento para realizar una tarea tan fácil como recolocarse en su posición. Mariano podía observar las miradas que lanzaba Eugenio de preocupación. Como capitán al cargo, Mariano no podía indicarle a Eugenio que es lo que debía hacer y solo podía volver a transmitir las órdenes de su capitán a su tripulación y a todos aquellos que estuvieran observando las señales de las banderas.

Lo único que podía hacer era ver las caras que ponía Eugenio y de vez en cuando, daba sus opiniones, esperando que Eugenio usará alguna para mejorar la situación ante la que se encontraban. 

-   ¡Maldito de la Osa! -espetaba cada poco Eugenio. Cada vez que el capitán de la otra fragata hacía un movimiento que le parecía demasiado malo para un capitán de la armada. 

-   Parece que hace lo que puede -intentó mediar Mariano, pero parecía que Eugenio no estaba para bromas. 

-   Como encalle en el canalizo, aquí se queda -Eugenio no tenía ganas de esperar al capitán de Nuestra Señora de Begoña.

Contra todo pronóstico, la fragata del capitán de la Osa consiguió ocupar su posición en la línea y salir de la bahía, realizando las bordadas para evitar los bancos de arena que había alrededor del canalizo sin que esta sufriera daños. Cuando se alejaban del último pasadizo, Eugenio observó su estela y pudo ver a la proa de la otra fragata y a su pesar respiró con un poco de más tranquilidad de lo que había hecho hasta ese momento. 

-   Señor Romones, acérquenos a Puerto Real y enséñenos que hay dentro -ordenó Eugenio, que esperaba que Mariano se encargase de dar las órdenes necesarias para mantener la singladura que él esperaba por ahora. 

-   Como ordene, capitán -respondió Mariano, que era lo único que podía hacer en ese momento.

Desde su posición en el alcázar, Eugenio podía escuchar una a una las órdenes de Mariano. Ni una sola vez le intentó contradecir ni a una sola de las cosas que fueron saliendo de la boca de Mariano. Quería que se viera que confiaba plenamente de él. De esa forma el resto de oficiales sabían que Mariano contaba con toda o casi toda la estima de su capitán.

Durante las siguientes horas fueron rumbo sur, para hacer que por una parte el enemigo se diera cuenta de su presencia. De esa forma sabían que en esta guerra, su enemigo podía acercarse sin impunidad a sus costas y por otro lado, porque quería saber donde estaba exactamente la flota del almirante Vernon. Desgraciadamente, por lo que pudieron observar desde las cofas de la fragata, en Puerto Real a excepción de algunos mercantes no había nada ,ás. Eugenio se planteo asaltar el puerto de la isla, pero Eugenio lo deshecho debido a que la guarnición se había atrincherado demasiado bien. Lo que indicaba que esteraban que sus barcos de defensa tardase nen regresar. 

-   Parece que la teoría de que toda la flota está en Cartagena es cierta -murmuró Eugenio. 

-   Sin duda la rada está libre de naves interesantes -aseguró Mariano. 

-   Seguiremos por este lado de la costa, hasta que nos acerquemos a La Española, entonces seguiremos por la costa de esta. Encárguese de todo, Mariano. 

-   Como diga -afirmó Mariano. 

-   Estaré en mi camarote -indicó Eugenio, marchándose del alcázar.

Eugenio decidió que era mejor bajar a su camarote y dejar que Mariano se encargase de todo, al fin y al cabo era un oficial competente.

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