Reto 2: Describe una escena sensual con una pareja que termina desnuda en la
barra de un bar. (http://blog.ellibrodelescritor.com/52-retos-de-escritura-para-2017/)
Las persianas de acceso permanecían casi bajadas del todo, los
últimos clientes se fueron, dejando atrás unas conversaciones anodinas,
contando sus historias, narrando aventuras imposibles en la jungla de asfalto
de la ciudad. Desde el lado de la barra del bar del camarero escuchas esas
palabras carentes de significado, que sus creadores lanzan sin darse cuenta de
nada, ni saben que hay más personas de las deseadas escuchando.
La vida de la persona tras la barra es más solitaria que
divertida. Puedes conocer a cientos de clientes, pero la triste verdad es que
no eres un verdadero amigo, ya que ellos pagan por tu dedicación, porque les
escuches, les des una respuesta a sus preguntas, les liberes de sus miedos, de
sus temores, de sus cadenas. Te ven como ese elemento de decoración que les
rellena las copas mientras te cuentan las banalidades más aburridas.
Solo cuando los clientes ya se han ido puedes estar verdaderamente
solo, puedes escuchar a tus propios pensamientos, mientras pasas con delicadeza
la bayeta mojada sobre la barra que es tu vida. Y los días pasan y pasan, pero
un día te decides y crees que es la hora de que alguien te ayude. Tras buscar
das con alguien. Esa persona, un joven, que mientras tú le devuelves el brillo
a la barra, él se encarga de limpiar el suelo, pegajoso por la ineptitud de los
clientes que en sus ensoñaciones, no tienen ningún reparo en verter el líquido
que te han pedido con grandes florituras.
Y los días, que en otro tiempo pasabas en soledad, recluido en tu
pequeño mundo, pareciendo un monigote, una marioneta de tus clientes, un
confidente obligado se van diluyendo por el poder del chico, que alivia con
grandes sonrisas esos días tristes que tienes que pasar tras la imponente
barra, que te ha llegado a oprimir durante tantos años de tu vida, un periodo
de insatisfacción, una época que te ha ido mermando, que se había vuelto un
ciclo gris, sin nada más que el terrible caminar a la cámara de tortura que se
había convertido tu trabajo, y de regreso al asfixiante nicho que es un piso en
uno de esos modernos y altos edificios, que algún arquitecto de la imperfección
lo ha hecho con una raya colorista pensando que así sus residentes podrían
asumir que se encontraban en una modernización de sus almas.
Pero ni esa línea de renovación que el constructor avezado ha
levantado dándose ínfulas de creatividad, ha llenado el vacío que tu barra ha
logrado crear en tu ser. Solo ahora, cuando posas tus ojos sobre la figura de
tu joven empleado ves en él, tus propios comienzos, antes de que todo tornara
hacia el hastío y la insatisfacción. Te entran ganas de abrirte a él y contarle
que todo lo que cree para un futuro se irá, se marchitará como lo hacen todos
los sueños, como lo hicieron los suyos hace ya tanto tiempo.
Y al principio son solo movimientos, pero con los días se van
convirtiendo en algo más allá, algo que te hace resurgir, recuperar
sentimientos que tenías olvidados, alejados de cualquier verdad. Creías que
esos días se alejaban de tu existencia que tu edad te cargaba con los
prejuicios, que lastraba hacia un lugar, una trampa escondida.
Una noche, cuando la persiana casi toca el suelo, cuando pasas
mecánicamente la bayeta por la barra, mientras sigues el baile que tu ayudante
realiza con una maestría casi de bailarín de ballet, ayudado de una triste
fregona que ha conocido tiempos mejores, todo cambia. El bailarín termina su
apasionado tango a la invisibilidad, guarda a su pareja en el almacén que se
esconde de las miradas ajenas bajo un letrero que pone privado y con paso
resuelto entra hasta el palco donde observabas con especial denuedo la gran
actuación. Allí se encara contigo y ante la sorpresa más absoluta, sus ojos,
fijos en los tuyos, dos expresivas esmeraldas se acercan poco a poco, mientras
sus labios se funden en los tuyos.
Y llega el desconcierto, los labios permanecen juntos, tú no sabes
que hacer, el no quiere separarse, los sentimientos se encuentran, unos
escondidos en tus ojos, otros que se lanzan desde los de él. Al ver que tú no
te apartas, a que tu convicción os hace seguir unidos, la lengua del joven
comienza a hacer un hueco, pasa de tus labios, avanza hasta los dientes que
mecánicamente elevas, para que tu lengua sea liberada de su prisión.
Como el baile que el camarero realiza con su fregona cada noche,
ambas lenguas comienzan un juego por el interior de ambas bocas. La lengua del
joven se repliega al interior de la suya, como lo hace el mar cada bajamar,
mientras tu lengua invade su interior, haciendo un mapa con cada relieve,
repasas su sonrisa, aquella que te sacó del aburrimiento.
En ese momento te das cuenta, ya no tienes en la mano la bayeta,
que se ha quedado olvidada en algún punto de la barra. tus manos palpan la
camisa blanca del joven, se mueven desde el cuello hasta el pecho, acariciando
la piel. Pronto te descubres desabrochando uno a uno los botones de la camisa,
pues la tela blanca no te permite descubrir la plenitud de un torso joven. Tus
ojos no lo pueden ver, pero no yerras ni uno solo de los botones, ni tienes
ningún problema en liberar el cuerpo, dejando el pecho y el abdomen listo a tus
caricias.
No lo dudas, con las manos acaricias, repasas la piel, joven,
tersa, depilada, delicada. No tienes ningún problema en mecer suavemente los
pezones del joven con tus dedos, lo haces lento, con todo el cuidado, como si
limpiaras las copas más delicadas de tu cubertería. Él gime con cada nueva
caricia, cuando quieres soltar su beso, no se deja, y eso que quieres besar su
cuerpo. Al final lo consigues y empiezas a besar y lamer cada uno de sus poros,
no tienes piedad, ni él te pide compasión alguna, sabes que lo desea.
Escuchas como se está liberando de su último obstáculo, las partes
metálicas de su cinturón pegan contra el borde de la barra, y luego hacen un
escándalo cuando golpean el suelo enlosetado. Tu mano va cayendo hasta que se
pierde en una selva salvaje, buscando lo que por fin tienes en tu mano, su sexo,
su virilidad, que poco a poco, al jugar tus dedos con ella se va llenando de
vida.
Tus caricias no cesan, mientras que tu lengua se encarga de
mantener sus pezones duros, mientras que tus manos saltan entre su pene, ya
listo para hacer una buena función, una marioneta lista para entretener, y su
culo, carnoso, cálido y delicado. Ya no te puedes contener, te liberas de tus
últimas ataduras, librándote de tus ropas, que vuelan por el aire para quedar
tendidas sobre la barra, cerca de tu vieja compañera de juegos, la bayeta que
observa todo mientras te mira con ojos de traición.
Te dejas caer, hasta que tus rodillas quedan asentadas en la fría
loseta de cerámica, con la mirada fija en el sexo del joven, que llena tus dos
manos y dentro de poco también se hará un hueco en tu boca, porque ya no
quieres más palabras vacías. Si no que buscas una nueva dimensión que hasta
entonces tenías vedaba por las insatisfacciones de la vida. Tu lengua se
encargará de hacer que tus sentimientos ahonden los de él, quien te ha liberado
de la prisión en que se había convertido tu vida. Cuando crees que tus caricias
le han preparado, te vas dejando caer sobre el frío suelo, arrastrando contigo
al joven, que no hace nada para resistirse. Pues la noche por primera vez en
mucho tiempo vuelve a ser tuya y allí, tras la barra que observa todo, sin
decir nada te dedicaras al placer que durante tanto tiempo creías olvidado.
Mientras
los dos cuerpos desnudos se funden en uno, más allá de la puerta cerrada y la
persiana bajada, el mundo traicionero sigue su camino amoral y sin ética. Sin
dejar tiempo a las pequeñas cosas, sin importarle los pequeños gestos, sin
adivinar lo que ocurre tras una barra de bar.
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