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sábado, 9 de julio de 2022

Falsas visiones (22)

El tribuno Craso al ver que tanto los dos auxiliares como sus compañeros de cabalgada se estaban poniendo nerviosos, hizo que su caballo diese un par de pasos hacia atrás, y un gesto hacía el centurión más cercano. Que con rapidez de reflejos hizo que sus legionarios rodeasen a los recién llegados. Rufo a su vez estaba intentando asimilar las últimas palabras del oficial. No estaba la Victrix. La falta de la legión indicaba que su tío podía no estar allí. Pero si eso era verdad, como su padre le había mandado allí, a sabiendas que no estaba su hermano. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Tal vez su padre ya sabía que su tío no estaba en Legio, pero para salvarle le había engañado, imponiéndole una misión y de esa forma convencerle de que se marchase. Eso quería decir que su padre sabía que su presencia en la villa era lo mismo que la muerte. 

-   Eso no puede ser -negó Rufo, demasiado conmocionado por la noticia-. El tribuno Livio me ha mandado con noticias urgentes para su hermano. 

-   ¿El tribuno Albus Livio Cano? -repitió Craso, totalmente alarmado, pues sabía que ese tribuno estaba retirado y sabía que era el hermano del prefecto-. Dejad vuestras armas. Tengo órdenes del prefecto de guardia de llevaros ante su persona, en el cuartel del campamento. 

-   Está bien -indicó Rufo.

Pero aceptar dejar sus armas le fue sencillo a él y a Varo. Lutenia y los partos de su guardia no aceptaron de tan buen grado tal propuesta. Solo la proximidad de las puntas de los pila acabaron por convencerlos de imitar a Rufo. Una vez sin armas, los siete, siguieron al tribuno, rodeados por los legionarios que les impedían abandonar el cuadro formado. Los metros que recorrieron, atravesando toda la calle interior, hasta el centro de la ciudadela, rodeados por los legionarios, para algunos fueron una verdadera ofensa. Para Rufo fue una verdadera odisea. En su fuero interno creía que sin saberlo, acatando las órdenes de su padre, lo había abandonado a su suerte, dejándolo morir solo.

Cuando llegaron a la plaza central, donde se erigía un edificio mucho más grande que las casuchas que habían visto tras cruzar las puertas, se les ordenó descabalgar. era un edificio de piedra, por lo menos los primeros pisos. El tribuno, con la ayuda de los legionarios los hicieron adentrarse en la edificación, llevándolos hasta una gran sala, en la planta baja. Parecía un salón de reuniones o una especie de corte de justicia. Allí les esperaban más legionarios, más mayores, por lo tanto más veteranos que los que habían visto hasta ese momento. También había centuriones, o eso es lo que suponía Rufo, por el característico casco y las armaduras que les diferenciaban del resto de legionarios. Pero había un hombre que les miraba, llevaba otro tipo de armadura y no tenía casco.

Desde que Rufo entró en la sala, ese oficial parecía estar observándole con una atención que rayaba lo obsceno. Entonces, antes que el tribuno Craso se dignase en hablar, cruzó la estancia, puso sus manos sobre los hombros de Rufo. 

-   ¡Aulo Livio Rufo! -exclamó el oficial, sin retirar las manos-. ¿Qué mensaje llevas contigo? 

-   ¿Me conoces? -consiguió preguntar Rufo, tan sorprendido con lo ocurrido como el resto. Incluso el tribuno Craso fue incapaz de ocultar su incredulidad. 

-   Eres la viva imagen de Albus -indicó el oficial, como quitando hierro a la pregunta de Rufo-. Y tú has llegado asegurando que tienes un mensaje para mi. Así que entiendo que mi hermano Albus te ha mandado con algo de gran importancia. Yo soy Quinto, tu tío. ¿Qué quiere de mi hermano?

Rufo, totalmente sorprendido por el cambio de la situación, creyó que era todo una trampa y no reaccionó. 

-   Soy Quinto Livio Arvino, antiguo prefecto de la legión Victrix y actual prefecto de la legión Gemina -se presentó Quinto, al ver que su sobrino parecía dudar, incluso temer ser engañado. Por una parte eso era algo digno de mencionar, pero si en verdad le había enviado un mensaje, era hora de que lo mostrase-. Tu padre, Albus, era tribuno en la Victrix, hasta que se casó con tu madre y se instaló a varios días al norte. Hace ya tiempo que no le iba a visitar, aquí los días han sido muy movidos. Pero entiendo que Albus no te ha hecho viajar hasta aquí como un auxiliar de caballería por aburrimiento. Entregame su mensaje.

Esas últimas palabras hicieron reaccionar a Rufo, que buscó en su mochila y entregó las tablillas que había protegido hasta entonces. Se las entregó a su tío. Quinto las tomó y las leyó. Su cara se fue entristeciendo y poniéndose dura. Rufo en ningún momento las había leído porque su padre le había enseñado que no era bueno hacer tal cosa con lo que no iba a uno. Era la mejor forma de mantener la cabeza sobre los hombros en esa vida. 

-   Tribuno Craso, estos hombres y mujer son invitados de la legión -anunció Quinto, tras leer las tablillas-. Debo informar al legado. Que les traigan bebidas de refrigerio y algunas viandas. Que sean bien tratados hasta mi regreso. 

-   Sí prefecto -asintió Craso.

Quinto se marchó dando amplias zancadas, espoleado por lo que su hermano hubiera escrito en esas tablillas, pero a opinión de Rufo era lo suficientemente grave para cambiar el humor de Quinto al instante de leerlo.

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