Maichlons, aun jadeando, se retiró hacia
un costado, dejándose caer de espaldas sobre el colchón. La muchacha se giró de
costado, quedándose a su lado, mientras con sus manos acariciaba el pecho de
Maichlons, jugando con el pelo que allí crecía.
- Mi campeón -susurró al oído la muchacha, a lo que Maichlons sonrió.
La muchacha se acercó más y comenzó a
besar con delicadeza el cuello de Maichlons, mientras este se iba recuperando
poco a poco. Se volvió y de esa manera se encaró con la chica. Sus ojos se
cruzaron y ella se sonrojó, sin saber por qué, al final ese hombre no era más
que otro cliente. Maichlons no la dejó pensar y le besó en los labios. Ambos se
fundieron en un beso prolongado, mientras sus lenguas danzaban entre sus
dientes.
Las manos de Maichlons se volvieron a
estacionar sobre los pechos de la muchacha, mientras que las de ella
jugueteaban con los mechones de su pelo alborotado. Con cada caricia, Maichlons
se iba acercando a la chica, hasta que ambos quedaron casi pegados de nuevo.
Entonces el la hizo darse la vuelta, para que la espalda de ella quedará ante
su pecho. Los brazos de Maichlons la abrazaron, la acercaron totalmente hacia
sí. Ella notó algo creciendo sobre sus nalgas y se sonrió, pues sus clientes
habituales no solían dar más que una serie de embestidas hasta quedarse vacíos,
pero este guerrero tenía más fuelle, por lo que le dejó hacer, convirtiéndose
en una espectadora.
Las manos de Maichlons fueron descendiendo
por el cuerpo de la chica hasta que se encontraron en lo más profundo de sus
ingles. Mientras, por detrás, el sexo del hombre iba recuperando vitalidad y
buscaba lo que sus manos habían encontrado por el otro lado. Ella elevó un poco
una de sus piernas, para permitir que Maichlons volviera a hacer pleno. Al
igual que la primera vez, la penetración de ese palpitante órgano, fue lenta,
pero excitante. Ella no pudo evitar lanzar unos leves gemidos, mientras se
mordía sus propios labios.
Maichlons fue otra vez comedido en sus
embates, volvió a bailar, mientras el cuerpo de ella, totalmente adosado al
suyo propio, temblaba de placer, se enarcaba para después extenderse lo más
recto posible. La boca de Maichlons se volvía a cebarse sobre el cuello de la
muchacha, con besos, mordiscos y lametones. Una mano, la que cuyo brazo quedaba
por debajo del cuerpo de ella, acariciaba los pliegues de la ingle, mientras
que la otra pasaba de la cadera a los pechos de forma involuntaria.
Fuera de la habitación y de la taberna, la
tarde iba dando paso a la noche y a la oscuridad. Los feligreses de la taberna
fueron cambiando, aunque la mayoría seguían siendo soldados de la guardia. Los
civiles se marcharon, pues tenían familias o alguna prostituta con la que pasar
las horas.
Por las calles empezaron a verse los
guardias nocturnos, centinelas de la guardia real que se daban paseos por las
enlosadas vías, para comprobar que no se intentara perturbar el sueño de los
residentes, que ante todo eran miembros de la aristocracia, y por ello su sueño
imperturbable. Hasta estos centinelas debían pisar con cuidado, para que sus
botas no provocarán más escándalo que el que querían eliminar. Por lo demás
casi no había nadie por las calles.
Una figura de un hombre apareció por el
arco de la puerta de la ciudadela. El hombre andaba con la ayuda de un bastón y
embozado en una capa oscura. Con su paso firme, pero algo renqueante se dirigió
hacia una de las calles próximas a la entrada de la ciudadela y comenzó su
devenir por una serie de calles y callejuelas hasta llegar a una puerta no muy
grande, bajo una especie de balconada. El hombre golpeó una aldaba
convenientemente situada sobre la madera. La llamada no pasó desapercibida,
sino que parecía que le esperaban. La puerta se abrió y el hombre cruzó al
interior, tras lo que la puerta volvió a su posición inicial.
Un par de criados jóvenes esperaban al
otro lado, uno sostenía un farol encendido, mientras que el otro se hizo cargo
de la capa. El hombre tenía una cara envejecida, plagada de arrugas y alguna
que otra cicatriz. El pelo era corto, al estilo militar y blanco. El hombre
vestía con una casaca marrón clara y unos calzones negros. Un cinturón junto a
una serie de bolsas y una espada ligera eran todos sus complementos, excepto
por el bastón que llevaba en la mano.
La figura de un anciano se le acercó.
- Excelencia, ¿qué tal su día? -preguntó Mhilon, con su habitual seriedad.
- Tan duros como siempre, mi buen Mhilon -respondió el hombre mientras andaba
por el pasillo, en dirección a las escaleras para ascender al primer piso,
donde residía la familia, o más bien él solo. Pero le pareció oír un relincho-.
¿Mhilon, es eso un caballo?
El anciano sirviente le contó
quien había llegado a última hora de la tarde. Una pequeña sonrisa se iluminó
en la cara del noble, pero al enterarse de que Maichlons se había ido a pasear
por la ciudad, esta desapareció, lanzó un exabrupto y siguió su camino, seguido
a unos pasos por Mhilon.