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miércoles, 14 de junio de 2017

El tesoro de Maichlons (4)



Maichlons tomó la jarra y se sirvió un vaso de vino. Acercó con cuidado el vaso y olió el contenido. El vino estaba ligeramente especiado. Dio un pequeño sorbo y comprobó que sin ser una maravilla se podía beber sin sentir que le envenenaban ni que le timaban. Se terminó de un trago el contenido, se sirvió una nueva remesa, cogió su bolsa y buscó hasta encontrar los ocho cobres necesarios, que dejó junto a la jarra.

El tabernero regresó con la bandeja vacía y entró en la barra por el hueco. Cruzó el espacio, se marchó hacia la cocina y volvió al poco sin la bandeja. Se acercó a donde estaba Maichlons, pasó su trapo sobre la barra, con tal habilidad que aparte de limpiar se hizo con los cobres.

   -   ¿Qué tal el vino, señor? -preguntó por cortesía el tabernero, mientras se guardaba las monedas en una bolsa de las que colgaban en su cinturón, junto la funda de un cuchillo.
   -   Bebible -dijo Maichlons, a lo que el tabernero solo respondió con una sonrisa-. Pero no me quejo, la calidad y el precio son buenos.
   -   Da gusto ver a un cliente entendido, la mayoría de mis parroquianos son soldados que quieren lo mejor por poco dinero -comentó el tabernero, sin demostrar acritud en sus palabras-. Supongo que en la guardia no les pagan lo suficiente como para poder beber el vino de los señores.
   -   Dudo que lo hagan -afirmó Maichlons.
   -   ¿Es nuevo en la ciudad, no señor? -el tabernero solo sabía una forma de mantener una conversación, abrir un interrogatorio para saciar su curiosidad, matar el aburrimiento y para conocer los gustos de un potencial cliente.
   -   No exactamente, soy oriundo de Stey, pero llevaba bastante tiempo lejos, en las fronteras, en servicio activo -contestó Maichlons, que no le importaba contar las cosas de su pasado, bueno, solo las que no eran privadas.
   -   ¡Oh! Un soldado de carrera, no se les suele ver mucho por aquí, suelen ser más habituales en el barrio militar -se sorprendió el tabernero, ya que estaba en lo cierto. Los militares de carrera solían tener una casa o la planta de un edificio como residencia, en el barrio militar-. Además pronto cerraran la puerta del barrio alto.

Las puertas del barrio alto, al igual que las de la ciudad se cerraban por las noches, impidiendo el paso entre las dos zonas, así como al exterior de Stey. Sólo el mandato del rey o alguno de los consejeros, podía abrir las puertas fuera de los horarios de cierre.

   -   Tengo amigos en esta altura, dentro de la guardia real, así que un catre siempre me pueden dejar -mintió Maichlons, que prefería seguir pasando por un soldado que por un noble y oficial.
   -   Pues eso es una verdadera suerte por su parte, soldado -aseguró el tabernero.
   -   De todas formas, me gustaría pasar un rato más ameno, algo más interesante que un catre de cuartel, tal vez sepas de algún lugar así -afirmó Maichlons, mientras apuraba el vaso de vino.
   -   Pues ahora que lo dice, aquí mismo tenemos unas habitaciones, con lo que usted puede necesitar, un buen lecho y una buena manta, siempre que usted quiera manta -propuso el tabernero.
   -   Si no quisiera manta, ¿qué me propondría? -preguntó Maichlons con curiosidad.
   -   También tenemos colchas de plumas, señor -respondió raudo el tabernero-. Pero debe darnos un tiempo para prepararlas.
   -   No se preocupe, me quedaré con las mantas normales -señaló Maichlons, antes de que el tabernero pensara mal de él-. ¿Y cuánto salen sus habitaciones?
   -   Por ser usted unos cuatro florines de plata -el tabernero había dicho el precio rápido. era un precio alto, con lo que los soldados que por allí iban no eran los únicos clientes. El burdel estaba más preparado para los oficiales o para señores del barrio alto.

Maichlons volvió a sacar su bolsa y en esta ocasión buscó hasta dar con las monedas de plata que necesitaba. Podía notar la codicia en los ojos del tabernero que no  perdía detalle del resto de monedas que se intuían por el brillo, pues no solo había cobres y florines, sino que también había un buen número de soberanos. Colocó las monedas sobre la barra, formando una torre, pero puso su mano sobre ellas, no permitiendo al tabernero hacerse con ellas.

   -   ¿Hay algo más que necesite saber, buen hombre?
   -   Suba por las escaleras y llegara a un largo pasillo. Las habitaciones con la puerta cerrada y una prenda en el pomo indican que hay algún cliente -explicó el tabernero con la mirada fija en la mano de Maichlons y las monedas bajo esta-. Las abiertas están libres. Desde la puerta podrá ver las mantas, si entra habrá elegido y ya no podrá cambiar. Por este dinero puede estar todo el tiempo que desee. No se olvide de la prenda en el pomo de la habitación y no le molestaran. No está permitido pegar, se lo aviso -el tabernero buscó algo bajo la barra, que supuso que sería un garrote o algo parecido-. Espero que disfrute.

Maichlons quitó la mano de las monedas, que el tabernero tomó con rapidez, se levantó del taburete y se dirigió hacia las escaleras. Las subió despacio, pues no tenía prisa, cuando llegó al piso superior, vio el pasillo, con las puertas a cada lado, unas abiertas y otras cerradas con las medias enganchadas a los pomos.

Comenzó a recorrer el pasillo, observando las mantas, que permanecían sobre los colchones, vestidas con una falda corta y una blusa de gasa en la que se transparentaban los pechos y la cintura. Todas y cada una de ellas le sonreían al verle. Tras pasar ante varias puertas dio con lo que buscaba.

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