El vino templado que había en la jarra que Jha’al le había traído,
le había hecho recordar las bebidas que habían podido catar los últimos años.
Cada vez que retornaban a la ciudad fronteriza de Ghinnol, tras sus campañas
sobre los khaslak, las temibles tribus que asolaban las fronteras imperiales, descansaban
bebiendo y disfrutando de las mujeres.
Jha’al era un viejo soldado, todo un capitán de catafractos, de
unos treinta y ocho años, disciplinado y recto. Durante los últimos dieciséis
años, se había convertido en su mejor amigo, así como su mentor y su mayor
crítico en las ideas que se le iban ocurriendo. Con él y con los mercenarios
que había ido reclutando había podido vencer a los esquivos y tenaces khaslak.
Pero desde hacía un mes había tenido que comenzar un viaje, un penoso y
aburrido viaje, por los caminos y calzadas imperiales, para retornar a su
ciudad natal, la capital del imperio, Fhelineck.
Miró el líquido rojizo con sus ojos verdes, claros y suspiró antes
de tragar un poco más del contenido de la copa de madera que tenía entre las
manos, sus manos callosas, manos más de soldado que de cortesano. Desde que
había llegado a Ghinnol, había descubierto que se le daba mejor la vida de la
espada que la de los libros, las cuentas y los astros, la vida que su padre,
Shimoel, había elegido para él mucho antes de que se hubiera convertido en
adulto.
Su vida no era como la del resto de mortales, su padre, Shimoel,
había sido el quinto hermano de Fherenun V, el emperador que trajo la gran
catástrofe contra el imperio. Le declaró la guerra a un reino lejano,
Thargensis, viajó con su ejército, sólo para perecer con sus hombres ante una
inmensa e impenetrable red de defensas. Mientras el emperador luchaba en la
frontera del lejano reino, su rey envió una flota de barcos que se encargó de
atacar las ciudades costeras del imperio, incluida la capital. Murieron cientos
de súbditos, pero sobretodo expoliaron riquezas y mercancías. Las muertes
fueron malas, pero muchas familias se vieron arrojadas a la miseria por esas
acciones, que concluyeron con la destrucción del palacio imperial y la
incautación de la flota del oro.
Debido a estas acciones del enemigo, la corrupción ya existente en
la administración, la actitud siempre altiva de la aristocracia y la ausencia
del ejército, en la capital, tras meses bajo el bloqueo naval, el hambre y la
muerte, junto a las atrocidades cometidas por las autoridades y los nobles, se
produjo la noche sangrienta. Miles de siervos y esclavos en la capital se
levantaron contra el gobierno, asaltaron las casas de los nobles, las oficinas
de la administración y el palacio imperial. La guardia imperial solo pudo poner
al infante Shimoel, de trece años de edad. El gran senescal Murock de Ghisson
pudo contener la sublevación, pero no salvar a la emperatriz, ni a los hijos
del emperador, así como al resto de la familia imperial. Desde ese día Shimoel
fue ascendido a sucesor de su hermano en el trono del león.
Hasta que no retornó lo que quedaba del ejército expedicionario,
no se descubrió que el emperador había muerto. El gran senescal y un grupo de
nobles, entre los que destacaba Mhaless de Thier, entronaron al joven Shimoel,
que eligió a Mhaless como su canciller, un hombre que se encargó de reformar la
administración, así como mantener la paz en el imperio, mientras su territorio
iba menguando debido a la independencia de varios reinos conquistados y
regiones de tribus nómadas. El imperio perdió poder militar pero comenzó una
nueva época de mejora. Su padre emprendió muchas de esas acciones con un
espíritu reformista nunca visto en su dinastía. Incluso empezó a quitarse
algunas prerrogativas que tenía, como su supuesta divinidad. El mayor problema
fueron los nobles y la aristocracia en general. Ellos no querían perder su
poder sobre las masas, pero lo único bueno que consiguió Fherenun V con su
guerra fue que muchos de los nobles perecieron con su señor. Pero aun así, se
formó una red secreta, con la idea de imponer sus ideas y no las reformas de
Mhaless. No acabaron muy bien, pues el viejo canciller era muy astuto, aunque
ya no tenía la ayuda de su amigo, el gran canciller Murok, que había fallecido.
Con el tiempo, las cosas volvieron a su cauce y el emperador fue
creando su familia, con sus esposas y sus hijos. Pero el emperador murió hace
ya dieciséis años, en un fatal accidente que aún a día de hoy es difícil
explicarlo, se cayó por una balconada. Shen’Alh, hijo de la primera esposa le
sucedió, con Mhaless como canciller.
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