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domingo, 18 de junio de 2017

El juego cortesano (1)



El vino templado que había en la jarra que Jha’al le había traído, le había hecho recordar las bebidas que habían podido catar los últimos años. Cada vez que retornaban a la ciudad fronteriza de Ghinnol, tras sus campañas sobre los khaslak, las temibles tribus que asolaban las fronteras imperiales, descansaban bebiendo y disfrutando de las mujeres.

Jha’al era un viejo soldado, todo un capitán de catafractos, de unos treinta y ocho años, disciplinado y recto. Durante los últimos dieciséis años, se había convertido en su mejor amigo, así como su mentor y su mayor crítico en las ideas que se le iban ocurriendo. Con él y con los mercenarios que había ido reclutando había podido vencer a los esquivos y tenaces khaslak. Pero desde hacía un mes había tenido que comenzar un viaje, un penoso y aburrido viaje, por los caminos y calzadas imperiales, para retornar a su ciudad natal, la capital del imperio, Fhelineck.

Miró el líquido rojizo con sus ojos verdes, claros y suspiró antes de tragar un poco más del contenido de la copa de madera que tenía entre las manos, sus manos callosas, manos más de soldado que de cortesano. Desde que había llegado a Ghinnol, había descubierto que se le daba mejor la vida de la espada que la de los libros, las cuentas y los astros, la vida que su padre, Shimoel, había elegido para él mucho antes de que se hubiera convertido en adulto.

Su vida no era como la del resto de mortales, su padre, Shimoel, había sido el quinto hermano de Fherenun V, el emperador que trajo la gran catástrofe contra el imperio. Le declaró la guerra a un reino lejano, Thargensis, viajó con su ejército, sólo para perecer con sus hombres ante una inmensa e impenetrable red de defensas. Mientras el emperador luchaba en la frontera del lejano reino, su rey envió una flota de barcos que se encargó de atacar las ciudades costeras del imperio, incluida la capital. Murieron cientos de súbditos, pero sobretodo expoliaron riquezas y mercancías. Las muertes fueron malas, pero muchas familias se vieron arrojadas a la miseria por esas acciones, que concluyeron con la destrucción del palacio imperial y la incautación de la flota del oro.

Debido a estas acciones del enemigo, la corrupción ya existente en la administración, la actitud siempre altiva de la aristocracia y la ausencia del ejército, en la capital, tras meses bajo el bloqueo naval, el hambre y la muerte, junto a las atrocidades cometidas por las autoridades y los nobles, se produjo la noche sangrienta. Miles de siervos y esclavos en la capital se levantaron contra el gobierno, asaltaron las casas de los nobles, las oficinas de la administración y el palacio imperial. La guardia imperial solo pudo poner al infante Shimoel, de trece años de edad. El gran senescal Murock de Ghisson pudo contener la sublevación, pero no salvar a la emperatriz, ni a los hijos del emperador, así como al resto de la familia imperial. Desde ese día Shimoel fue ascendido a sucesor de su hermano en el trono del león.

Hasta que no retornó lo que quedaba del ejército expedicionario, no se descubrió que el emperador había muerto. El gran senescal y un grupo de nobles, entre los que destacaba Mhaless de Thier, entronaron al joven Shimoel, que eligió a Mhaless como su canciller, un hombre que se encargó de reformar la administración, así como mantener la paz en el imperio, mientras su territorio iba menguando debido a la independencia de varios reinos conquistados y regiones de tribus nómadas. El imperio perdió poder militar pero comenzó una nueva época de mejora. Su padre emprendió muchas de esas acciones con un espíritu reformista nunca visto en su dinastía. Incluso empezó a quitarse algunas prerrogativas que tenía, como su supuesta divinidad. El mayor problema fueron los nobles y la aristocracia en general. Ellos no querían perder su poder sobre las masas, pero lo único bueno que consiguió Fherenun V con su guerra fue que muchos de los nobles perecieron con su señor. Pero aun así, se formó una red secreta, con la idea de imponer sus ideas y no las reformas de Mhaless. No acabaron muy bien, pues el viejo canciller era muy astuto, aunque ya no tenía la ayuda de su amigo, el gran canciller Murok, que había fallecido.

Con el tiempo, las cosas volvieron a su cauce y el emperador fue creando su familia, con sus esposas y sus hijos. Pero el emperador murió hace ya dieciséis años, en un fatal accidente que aún a día de hoy es difícil explicarlo, se cayó por una balconada. Shen’Alh, hijo de la primera esposa le sucedió, con Mhaless como canciller.

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