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miércoles, 7 de junio de 2017

El tesoro de Maichlons (3)



Maichlons esperaba a si el criado le llegaría a reconocer, pero parece que el tiempo alejado de la casa le había hecho cambiar más de la cuenta. El anciano fue a volverse hacia el interior, poniendo la mano en el borde de la portezuela.

   -   Espera, Mhilon -dijo Maichlons, sonriendo al anciano que volvió a estudiar sus facciones.
   -   ¿Señorito Maichlons? -murmuró Mhilon sin creérselo-. ¿Es usted, señorito Maichlons?
   -   Hace ya mucho tiempo, Mhilon, pensaba que no me ibas a reconocer -indicó Maichlons.
   -   Cuanto tiempo mi señor -celebró Mhilon, sonriendo de placer-. Espere, señor, que voy a hacer abrir las puertas.


El anciano cerró la portezuela y Maichlons desde fuera pudo escuchar los gritos de Mhilon. Al poco se escucharon más pasos acelerados, ruido de criados, y las puertas se abrieron. Un criado joven tomó las riendas del caballo de las manos de Maichlons y se lo llevó al interior de la vivienda, a los establos. Maichlons pasó al interior del pasadizo abovedado y los criados que habían llegado por mandato de Mhilon volvieron a cerrar las puertas, bloqueando el paso.

   -   ¿Está mi padre, Mhilon? -quiso saber Maichlons, algo nervioso, ya que la relación con su padre no era buena, sobre todo desde la muerte de su madre.
   -   El señor está en palacio, desde el fallecimiento de la Espada del Rey tiene mucho trabajo -contestó Mhilon-. Llegará bien entrada la noche.
   -   En ese caso creo que voy a dar una vuelta por el barrio, a ver lo que ha cambiado en estos últimos años -indicó Maichlons, mientras dejaba su petate, casi todas sus cosas, a excepción de su espada, la armadura que llevaba puesta y su bolsa de monedas.
   -   Como quiera, señor -dijo Mhilon-. Llevaremos estas cosas a sus aposentos.


Mhilon volvió a abrir la portezuela, permitiendo salir a Maichlons al exterior. El hueco se cerró y Maichlons se puso a andar. Iba mirando los edificios, pero en la mayoría nada había cambiado. La verdad es que tampoco se estaba fijando mucho en nada. Solo tenía tiempo para sus pensamientos. Su gran problema era cómo presentarse ante su padre. Cuando se marchó de Stey hace ya tanto tiempo, su padre ni se había despedido, sino que le dijo que por él no regresará y desde entonces no habían tenido trato alguno. Sus superiores le habían comentado más de una vez que enviaban misivas informando de sus logros y victorias. Pero estas cartas iban dirigidas al difunto Espada del Rey. De todas formas, suponía que este, le contaría cosas a su padre, ya que al final eran los dos principales asesores del rey.


En su deambular se dio de lleno con una estructura, un edificio de un par de plantas, la base de piedra, pero el resto de la estructura de madera. Un letrero colgaba junto a una puerta de madera. Se podía leer “La Cabeza del León”. Las ventanas a ambos lados habían sido oscurecidas desde el interior y las del piso superior eran demasiado pequeñas. Maichlons supuso que sería una taberna o una posada. El nombre era gracioso, ya que hacía mención a la cabeza del emperador, tal vez el dueño era un antiguo militar.


Empujó la puerta, que resultó ser más pesada de lo que parecía a simple vista, pasando a una estancia amplia, con un ambiente oscuro, solo iluminado por unas pocas antorchas. En un lado había una barra, tras la cual un individuo gordo, calvo y bastante feo, limpiaba con esmero unas jarras de madera. En el otro lado de la barra había una serie de taburetes altos con respaldo, todos vacíos. En el lado contrario a la barra, nacían unas escaleras por las que se ascendía al piso superior. Sin duda nadie podía subir sin el consentimiento del tabernero que no perdía ojo del comienzo de los escalones. Maichlons ya había visto ese proceder antes, no era una posada, sino un burdel.


Entre la barra y las escaleras había un buen número de mesas cuadrangulares con bancos y taburetes rodeándolas. Aquí ya había clientes, algunos solos, mientras que otros en grupos. Pudo distinguir a soldados, la mayoría de la guardia real, lo más seguro que recién salidos de sus guardias, bebiendo algo antes de regresar al cuartel para dormir o cenar. pero también había civiles. Vio una mano que se alzaba sosteniendo un cubilete, por encima de las cabezas de un corro, que al poco desapareció tras el ruido de algo que rodaba sobre la madera de la mesa seguida de quejas y gritos de gozo. Debido a la desigual colocación de las antorchas, había mesas que quedaban totalmente a oscuras, buenos lugares para trapichear.


Maichlons se dirigió con paso firme hasta la barra y se sentó en uno de los taburetes vacíos. El tabernero le había seguido con la mirada desde que la puerta se había abierto, ahora le estaba estudiando de arriba abajo.

   -   ¿Qué le puedo ofrecer, soldado? -preguntó el tabernero.
   -   Algo para calmar la sed -pidió Maichlons, serio.


El tabernero se dio la vuelta y hurgó por una estantería que tenía a su espalda. Mientras lo hacía apareció una muchacha por una puerta que había detrás de la barra. La chica no podía tener más de trece años, era menuda, pero de bellas facciones. Llevaba una bandeja sobre la cual había una especie de bol humeante.

   -   Déjala en la barra, Lisvor y vuelve a la cocina -ordenó el tabernero sin mirar a la muchacha.


La chica dejó con cuidado la bandeja en la barra, tras lo cual miró a Maichlons y le guiñó un ojo muy sugerente, tras lo cual se medio abrió el escote, dejando ver unos pechos sin desarrollar. El tabernero se volvió y le arreó un bofetón, a lo que la muchacha se marchó corriendo con la cara roja.

   -   Lo siento, señor, pero esta muchacha no sabe cuál es su sitio -se quejó el tabernero, mientras dejaba un vaso de madera y una jarra sobre la barra frente a Maichlons-. Tenga, vino de las llanuras de Leinor. Cuatro cobres por vaso, señor.


El tabernero se dirigió hacia la puerta por donde se había ido la muchacha. Al poco se escucharon unos gritos y lo que parecieron unos golpes. Maichlons podría haberse metido, pero la verdad es que no le importaba mucho. Una criada descarada debía recibir su castigo a manos de su jefe. El tabernero regresó, cogiéndose una mano con la otra, dándose un masaje, mientras musitaba algo. Se dirigió hasta una abertura en la barra, salió, regresó por el lado externo de la barra hasta donde estaba la bandeja y se la llevó a una mesa.

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