El hombre
del pelo blanco entró en el preciso momento que los dedos del niño se posaron
sobre la cabeza de Gholma, con una nueva bandeja con un cuenco y un vaso
pequeño de madera.
-
¡Oh, por favor! ¡No dejes al niño hacer esas cosas, Gholma! -se
quejó el hombre-. Sus huesos se están curando, necesitara más tiempo si quieres
que se recupere del todo. Pero si se esfuerza en los primeros días, tal vez se
le unan mal.
-
Lo siento, maestro -dijo en un susurró Gholma, con una gran
sonrisa.
-
Pues haz que vuelva a reposar el brazo -le ordenó al gigantón que
se apresuró a acatarla, por lo que se giró hacia el niño-. Tú, mejor que me
hagas más caso o acabaras tullido.
El niño
miró al hombre con una mirada llena de cierto temor y bastante más respeto,
como hacía Gholma.
-
¡Por el gran Bhall! No me mires así, no te voy a hacer nada -se
quejó el hombre, que se sentó en el otro taburete, entregándole la bandeja a
Gholma-. Dale tú de cenar al cachorrito.
-
Sí, maestro -asintió Gholma, dejando la bandeja con cuidado en el
suelo, tras lo que levantó el cuenco, junto una cuchara.
-
Bueno, supongo que el niño tendrá un nombre, ¿no? -inquirió el
hombre, mientras veía al gigantón dar la comida a la boca del niño, con una
paciencia poco ligada a su brutal aspecto.
-
¿Un nombre? -dijo Gholma pensativo.
-
Su madre le llamaría de alguna forma -insistió el hombre.
-
Su madre había perdido la razón, sufría del mal de Cariuss -alegó
Gholma.
El hombre
del pelo gris se quedó pensativo, con el rostro preocupado, o así le pareció al
niño. No sabía quién era ese Cariuss, pero su madre había sido víctima de la
enfermedad de ese hombre y por la reacción del hombre del pelo blanco era algo
serio.
-
Pues debemos darle un nombre, todo el mundo debe tener uno, sino
seríamos lo mismo que los animales -dijo el hombre-. Vamos a ver, me lo trajiste
hace una semana, eso fue… el día…, ya me acuerdo. Ya sé, lo llamaremos Fhin, ya
que ese día estaba ligado al gran Fhin de Lhyne, quien habló con el gran Bhall
y dispuso cómo se organizaría su culto. Fue un gran hombre y un gran pensador,
muy culto y justo. Espero que este niño se vea influenciado por ello.
-
Fhin es un buen nombre, maestro -se limitó a decir Gholma.
-
¡Claro que es un buen nombre! -exclamó el hombre, señalando al
techo con su mano izquierda, tras lo que miró al niño-. ¿A ti qué te parece,
Fhin?
El niño
no sabía que decir, nadie, ni su madre se había interesado en ponerle un
nombre. Le llamaban de tú, o maldito niño, enclenque otros. Pero un nombre,
nunca. En su cabeza deletreó Fhin, era simple, era rápido, le empezó a gustar.
No lo dudo y asintió con la cabeza.
-
Parece que Fhin es como tú, Gholma -señaló el hombre.
-
¿A qué te refieres, maestro? -preguntó Gholma, al tiempo que
dejaba el cuenco vacío en la bandeja y tomaba el vaso.
-
Solo habla cuando es meramente necesario, sino por gruñidos o
gestos -dijo el hombre, con una media sonrisa.
-
Bueno eso puede estar debido a que no sabe quién eres, maestro, no
te has presentado -indicó Gholma.
-
¡Eh! ¿Qué? -el hombre parecía sorprendido-. Que falta de modales,
querido amigo, me llamo Fibius, y soy el dueño de la casa en la que te
encuentras y la fragua anexa. Tu amigo Gholma lo es mío desde hace ya mucho
tiempo, más que contigo. Y parece que te vas a quedar por aquí durante un
tiempo, Fhin.
-
Hola... maestro… Fibius… -consiguió decir Fhin con su escasa voz.
-
Vaya, pues sí que habla -afirmó Fibius acercando su oído al pecho
del niño- Di cualquier cosa, Fhin, por favor.
-
Gracias… por… cuidarme… maestro… -agradeció con su voz
quejumbrosa-. Gholma… gracias… por... salvarme…
-
No te fuerces, Fhin -pidió Fibius-. Por ahora deberás hacer como
Gholma y hablar lo menos posible. Gholma dale el bebedizo, le hará bien. Parece
que uno de esos matones golpeó cerca del cuello y le hundió parte. Me ha
costado recolocarlo. Pensaba que no podría hablar, pero tal vez excepto por un
acento raro, se recupere bien.
Gholma
acercó el vaso de madera, y Fhin, obediente comenzó a beber el líquido. Era áspero
de tragar, el sabor era malo, pero se hizo el fuerte y lo terminó. Gholma
retiró el vaso, dejándolo sobre la bandeja del suelo. El niño, como la vez
anterior empezó a sentir que los párpados le pesaban. Aunque quería seguir
hablando con Gholma, el sueño llegó. El hombretón se quedó mirándolo,
observando como dormía plácidamente, con una ligera sonrisa en el rostro.
-
¿Es necesario que lo tengas que drogar, maestro? -preguntó Gholma,
poniéndose de pie con la bandeja en las manos.
-
Necesita descansar más que otra cosa -indicó Fibius-. Estando tú
aquí ya se ha tranquilizado, pero no se hubiera dormido, no sin saber más
cosas, de ti, de mí y de todo. Cuando este mejor le podrás responder como es
debido.
El
hombretón asintió con la cabeza y siguió a Fibius fuera de la habitación,
dejando al niño en su jergón, tranquilo y sosegado.
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