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miércoles, 18 de abril de 2018

Lágrimas de hollín (10)


Los primeros paseos llegaron, pero tal y como había vaticinado Fibius, eran cansados. Ayudado por el herrero al principio y luego con unas muletas de madera que le había hecho Gholma, pudo moverse aun cuando Fibius tenía que estar trabajando en la forja o abajo, con sus fieles. Entre los paseos, seguía en la cama, pero en ocasiones se pasaba el tiempo leyendo. Fibius le había enseñado a leer, aunque para sorpresa del herrero el niño ya tenía nociones de las letras y sus sonidos. Eso fue algo que le dejó pensativo durante un tiempo. Los libros eran compendios de varias materias, matemáticas, historia, naturaleza y artes militares. Fhin le preguntó una vez a Fibius de donde sacaba esos libros y este indicó que eran de un amigo, no Gholma sino otro. Se fue de la habitación haciéndose el ofendido, indicando que él tenía más amigos que Gholma.

Unas semanas tras el descubrimiento de Fibius sobre la capacidad de lectura de Fhin, el herrero decidió que era hora de hablar con Gholma, pues estaba seguro de que su amigo escondía algo con respecto al niño. Según su amigo llegó de visita, como siempre se lo llevó a una sala donde no solía dejar entrar a Fhin. El niño que notó algo raro se acercó con cuidado, intentando que no se escucharan los golpes de las muletas, hasta quedarse parado ante la puerta, que se había quedado entreabierta.

-       ¿Quién es el niño, Gholma? -dijo Fibius, mirando a los ojos a su amigo.
-       Ya te lo he dicho el hijo de… -empezó a decir Gholma, pero se detuvo al ver los ojos que se clavaban en los suyos.

Gholma suspiró y se dejó caer en un taburete. Fibius le imitó.

-       Es el hijo de Laester -dejó caer Gholma, como quitándose un peso de encima.
-       ¿De Laester? -repitió Fibius, con una mezcla de sorpresa e incredulidad.
-       Lhima me lo contó tras su fin -añadió Gholma, mirando al techo, recordando algo del pasado-. La pobre estaba destrozada, él la iba a cuidar, pero las acciones de Laester le llevaron a esa situación. En aquel tiempo, yo ya trabajaba para doña Dhisva, así que no me fue difícil meterla como sirvienta. Lo que nadie se esperaba es que estuviera embarazada. Entre lo de Laester y luego el niño, Lhima cayó en la enfermedad. Doña Dhisva cada vez estaba más necesitada de control, pero ambas se me opusieron. Lhima se introdujo en uno de los cuartuchos, del que se negó a salir, pasando de los halagos a las pasiones desenfrenadas, buscando olvidar su pérdida, olvidándose de Fhin. La patrona quería oro, así que no le importó el cambio. Al no poder hacer nada por ella, me volqué en el niño.
-       Ahora entiendo porque se le da bien las palabras y parece que tiene nociones de lectura, ya sabe las letras -indicó Fibius.
-       Supongo que Lhima le enseñó algo antes de caer enferma -comentó Gholma-. Al final, Fhin era lo único que le quedaba de Laester. Ella, antes de la enfermedad realmente amaba a ese niño.

En ese momento, Fhin abrió la puerta y se quedó mirándolos, con lágrimas en los ojos.

-       ¿Quién es Laester? -les gritó Fhin, medio congestionado.
-       Es alguien del pasado, ya no importa supongo -dijo Fibius.
-       ¿Es mi padre? -añadió Fhin.
-       Fue tu padre, sí, o eso aseguraba Lhima -respondió Gholma-. Yo siempre creí a tu madre. Por qué no lo iba a hacer, era una mujer respetable. Desgraciadamente para ti y para ella, él tenía otras prioridades.

El niño seguía de pie, mirando a Gholma, en silencio, pero cualquiera se daba cuenta que la breve explicación de Gholma no era suficiente.

-       Fibius y yo conocimos a tu padre en el ejército, pero él no se quedó tanto como nosotros, sino que regresó a casa antes -empezó a contar Gholma-. Cuando estuvo con nosotros era un gran guerrero, un buen oficial, un maravilloso amigo. Pero era un idealista. Poco a poco fue viendo en qué fallaba el ejército imperial, la burocracia y la jerarquía imperial. Durante años, tras su marcha, no volvimos a verlo. Incluso tras nuestro regreso, pasó tiempo hasta que Leaster se nos acercó. Nos habló de su sueño, de un reino nuevo, un reino para las masas, eso sí dirigido por los nobles, los únicos realmente preparados para ello. Un senado compuesto por los poderosos era quien debía regir el reino. intentó que nos uniéramos a su sueño, pero la verdad es que no creíamos en ello. Yo estaba harto de guerras, de peleas, ya nadie se acordaba del reino libre que fuimos en el pasado. Fibius quería llevar la palabra de Bhall, no la espada.
-       Leaster tenía un grupo de nobles leales, pero como en todo rebaño, siempre hay alguna oveja que quiere destacar más que el pastor -siguió Fibius-. Unos nobles le hicieron creer que el pueblo le apoyaría, al tiempo que advertían al imperio de todo. Entonces todo se lanzó, de lleno hacia el fracaso. Tu padre se alzó convencido que todo estaba listo. Muchos le siguieron y su sangre acabó manchando toda la ciudad. El imperio, advertido pero con ganas de dejar una impronta en la ciudad, llevó a cabo una persecución contra otros que no estaban en el ajo. El gobernador sabía de la existencia de un grupo de seguidores de Bhall, pero como eran pacíficos, les permitía actuar a su libre albedrío. Pero el inquisidor general de Rhetahl aseguró que estaban entre los insurrectos. Esas noches perdí a muchos amigos y fieles. Ayudado por Gholma hui de mi casa en el barrio de los mercaderes, dejando atrás a mi esposa muerta, tras haber vivido con ella tan poco. Me trajo aquí, pues ni ese día los imperiales osaron cruzar la muralla.
-       Tu padre fue ejecutado, pero con él se llevó las ilusiones de muchos ciudadanos -señaló Gholma, relevando a Fibius-. La casa de tu padre fue destruida, sus tierras se las quedaron los que ayudaron al imperio, los Mendhezan, y Lhima se quedó sin esposo ni dinero. Yo la escondí de los imperiales, os escondí a ambos. Pero ahora nadie recuerda ya a Laester y su casa. Algunos, los que perdieron a seres queridos lo recuerdan con odio. Nosotros con tristeza. Laester para ti ya no es nada y así debería quedarse.

Fhin, sorbió los mocos y le acusó de no haberle dicho nada de aquello. Gholma se limitó a sacudir los hombros. El niño se dio la vuelta y se marchó de allí. Gholma intentó ir a detenerle, pero Fibius se lo impidió, pues sabía que debía dejar que el niño pasará aquello solo. Cuando estuviera listo para hablar de ello, ya les encararía.

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