Mhista
iba agachado, con las rodillas metidas en el líquido maloliente y pastoso que
había en el fondo del conducto. Cuando había escuchado la idea de Ofthar y de
la dama, se había unido a la expedición sin negarse, pero ahora los efluvios de
muerte y corrupción lo estaban fulminando. Detrás de él iban en silencio Rhime,
Ubbal, Ogbha e Irnha. Su misión era simple, pero requería de mucha precisión.
Él y su
grupo debían recorrer ese pasillo hasta llegar al final. Habría una salida en
ese lado. Una vez fuera debían esperar a que los carros de suministros vacíos
llegaran y entraran en la ciudad. Luego acabar con los guerreros de la escolta
y cerrar las puertas, bloqueándolas. Luego Ofthar le había pedido una segunda
misión, pero era algo ajeno a la misión principal, pero le podía dar más ayuda
al tharn de Limeck y sus supervivientes.
Llevaba
un pequeño farol, que iluminaba escasos metros delante de él, pero que le
permitieron ver la pared que buscaba. No sabía cuánto tiempo llevaba allí
abajo. Esperaba haber recorrido el pasadizo a toda la velocidad que le había
permitido su fuerza y la estrechez del mismo. Cuando Rhime llegó a su espalda,
Mhista se volvió y le entregó el farol. Empezó a palpar las piedras del techo,
hincando los dedos en la porquería que colgaba de la zona superior. Buscó con
ahínco hasta que dio con lo que le había relatado el anciano.
Por lo
visto en Limeck, antes del tiempo del tharn Usbhale y su clan, vivió un hombre
que temía mucho que intentasen acabar con él. Por ello construyó una serie de
túneles para huir de la casona. Recordaba la conversación que tuvo con Ofthar y
la dama.
- ¿Pero si me meto por ese túnel, no me perderé? -recordaba Mhista
haber preguntado.
- No te preocupes, guerrero, hay salida -había respondido un hombre
anciano, un estudioso que la dama Arnayna había presentado como Esbbil, un
hombre sabio que conocía muchas cosas y había estudiado muchas otras-. Los
túneles siguen ahí y todos tienen una forma de salir. La mayoría se encuentran
simuladas como paredes o suelos, pero siguen allí.
- ¿Eso quiere decir que ya las has probado antes, anciano? -había
preguntado Mhista.
- Bueno, no exactamente -había matizado Esbbil, pero sin dejar de
sonreír, como si lo tuviera todo controlado.
- O sea que nos haces entrar por donde crees que hay un pasadizo y
que llegaremos a una salida -había espetado con desagrado Mhista-. En realidad
no sabes si al otro lado hay o no salida. En parte somos tus sujetos de prueba.
¡Por el gran Ordhin!
- Haya paz -había pedido Ofthar-. Mhista es la mejor opción que
tenemos, pero el problema es que si no nos atrevemos un poco, nada de este plan
podría funcionar. Además, desde cuando Mhista, hijo de Uhlok le echa para atrás
una pelea.
Mhista no
había podido negarse a ello, pues le habría hecho parecer un cobarde. Se rió
para sus adentros y tiró de la estructura de madera. Se escuchó un ligero
chirrido y al poco se abrió el techo que tenía sobre él. Se alzó con cuidado y
observó lo que había sobre él. Parecía un sótano, con cajas deshechas y sacos
mohosos. Según las indicaciones de Esbbil, debían estar bajo una taberna. Todo
estaba oscuro, pero silencioso, lo que quería decir que no había nadie allí,
pero por si acaso, pidió silencio. Pasado el tiempo que Mhista estimó
suficiente, se aupó hacia arriba con la fuerza de sus manos y pidió el farol.
Prefería dejar a sus compañeros a oscuras abajo, que él aventurarse en el
sótano en penumbra. No le costó mucho recorrer todo el espacio. Aparte de unas
cajas desvencijadas y unos sacos vacíos, había algún tonel con poco o nada de
contenido. Pero no había enemigos y lo que era mejor, dio con las escaleras que
ascendían hacia el piso superior.
- Vamos -dijo Mhista acercándose a la entrada, agachándose y
ayudando a Rhime.
El
arquero pesaba poco y con él arriba, podría avanzar al piso superior. Dejó el
farolillo en el suelo y se dirigió a las escaleras. Antes de ascender por los
peldaños de madera, preparó su hacha. Los peldaños crujían ligeramente, pero no
eran ruidos peligrosos. El piso superior estaba algo más iluminado, ya que
entraba la luz mortecina de la luna por las ventanas de la casa. Mhista lanzó
un quejido de resignación y se acercó con cuidado a una de las ventanas. Para
su suerte, los carromatos aún no habían llegado, tal vez se retrasaban. Puede
ser que sus rezos a Ordhin hubieran surtido efecto.
Mientras
sus compañeros iban llegando, revisó la taberna. Las mesas y las sillas estaban
rotas o caídas, lo que quería decir que había habido batalla allí. Pronto dio
con el cadáver del tabernero, un hombre mayor, con un tajo en el cuello. Según
Esbbil había sido un viejo guerrero de Limerck, hasta que por su edad había
sido relegado a servir cerveza en la taberna. No había rastro de más muertos o
de sus esclavos, por lo que habrían acabado en manos de los insurrectos. Notó
que pisaba algo y bajó la mirada, un viejo puñal con sangre reseca en la hoja
es lo que había bajo la suela de su bota. Mhista pensó que el tabernero se
había defendido, pero su edad le había lastrado. Un chasquido a su espalda le
hizo volverse y regresar a la realidad. Rhime y el resto ya habían llegado. Se
dispersaron y se escondieron entre las ventanas y la puerta. Por ahora estaba
ligeramente abierta y Mhista iba a dejarla así, para que el enemigo no
sospechara nada.
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