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miércoles, 22 de agosto de 2018

Unión (34)


Mhista iba agachado, con las rodillas metidas en el líquido maloliente y pastoso que había en el fondo del conducto. Cuando había escuchado la idea de Ofthar y de la dama, se había unido a la expedición sin negarse, pero ahora los efluvios de muerte y corrupción lo estaban fulminando. Detrás de él iban en silencio Rhime, Ubbal, Ogbha e Irnha. Su misión era simple, pero requería de mucha precisión.

Él y su grupo debían recorrer ese pasillo hasta llegar al final. Habría una salida en ese lado. Una vez fuera debían esperar a que los carros de suministros vacíos llegaran y entraran en la ciudad. Luego acabar con los guerreros de la escolta y cerrar las puertas, bloqueándolas. Luego Ofthar le había pedido una segunda misión, pero era algo ajeno a la misión principal, pero le podía dar más ayuda al tharn de Limeck y sus supervivientes.

Llevaba un pequeño farol, que iluminaba escasos metros delante de él, pero que le permitieron ver la pared que buscaba. No sabía cuánto tiempo llevaba allí abajo. Esperaba haber recorrido el pasadizo a toda la velocidad que le había permitido su fuerza y la estrechez del mismo. Cuando Rhime llegó a su espalda, Mhista se volvió y le entregó el farol. Empezó a palpar las piedras del techo, hincando los dedos en la porquería que colgaba de la zona superior. Buscó con ahínco hasta que dio con lo que le había relatado el anciano.

Por lo visto en Limeck, antes del tiempo del tharn Usbhale y su clan, vivió un hombre que temía mucho que intentasen acabar con él. Por ello construyó una serie de túneles para huir de la casona. Recordaba la conversación que tuvo con Ofthar y la dama.

-   ¿Pero si me meto por ese túnel, no me perderé? -recordaba Mhista haber preguntado.
-   No te preocupes, guerrero, hay salida -había respondido un hombre anciano, un estudioso que la dama Arnayna había presentado como Esbbil, un hombre sabio que conocía muchas cosas y había estudiado muchas otras-. Los túneles siguen ahí y todos tienen una forma de salir. La mayoría se encuentran simuladas como paredes o suelos, pero siguen allí.
-   ¿Eso quiere decir que ya las has probado antes, anciano? -había preguntado Mhista.
-   Bueno, no exactamente -había matizado Esbbil, pero sin dejar de sonreír, como si lo tuviera todo controlado.
-   O sea que nos haces entrar por donde crees que hay un pasadizo y que llegaremos a una salida -había espetado con desagrado Mhista-. En realidad no sabes si al otro lado hay o no salida. En parte somos tus sujetos de prueba. ¡Por el gran Ordhin!
-   Haya paz -había pedido Ofthar-. Mhista es la mejor opción que tenemos, pero el problema es que si no nos atrevemos un poco, nada de este plan podría funcionar. Además, desde cuando Mhista, hijo de Uhlok le echa para atrás una pelea.

Mhista no había podido negarse a ello, pues le habría hecho parecer un cobarde. Se rió para sus adentros y tiró de la estructura de madera. Se escuchó un ligero chirrido y al poco se abrió el techo que tenía sobre él. Se alzó con cuidado y observó lo que había sobre él. Parecía un sótano, con cajas deshechas y sacos mohosos. Según las indicaciones de Esbbil, debían estar bajo una taberna. Todo estaba oscuro, pero silencioso, lo que quería decir que no había nadie allí, pero por si acaso, pidió silencio. Pasado el tiempo que Mhista estimó suficiente, se aupó hacia arriba con la fuerza de sus manos y pidió el farol. Prefería dejar a sus compañeros a oscuras abajo, que él aventurarse en el sótano en penumbra. No le costó mucho recorrer todo el espacio. Aparte de unas cajas desvencijadas y unos sacos vacíos, había algún tonel con poco o nada de contenido. Pero no había enemigos y lo que era mejor, dio con las escaleras que ascendían hacia el piso superior.

-   Vamos -dijo Mhista acercándose a la entrada, agachándose y ayudando a Rhime.

El arquero pesaba poco y con él arriba, podría avanzar al piso superior. Dejó el farolillo en el suelo y se dirigió a las escaleras. Antes de ascender por los peldaños de madera, preparó su hacha. Los peldaños crujían ligeramente, pero no eran ruidos peligrosos. El piso superior estaba algo más iluminado, ya que entraba la luz mortecina de la luna por las ventanas de la casa. Mhista lanzó un quejido de resignación y se acercó con cuidado a una de las ventanas. Para su suerte, los carromatos aún no habían llegado, tal vez se retrasaban. Puede ser que sus rezos a Ordhin hubieran surtido efecto.

Mientras sus compañeros iban llegando, revisó la taberna. Las mesas y las sillas estaban rotas o caídas, lo que quería decir que había habido batalla allí. Pronto dio con el cadáver del tabernero, un hombre mayor, con un tajo en el cuello. Según Esbbil había sido un viejo guerrero de Limerck, hasta que por su edad había sido relegado a servir cerveza en la taberna. No había rastro de más muertos o de sus esclavos, por lo que habrían acabado en manos de los insurrectos. Notó que pisaba algo y bajó la mirada, un viejo puñal con sangre reseca en la hoja es lo que había bajo la suela de su bota. Mhista pensó que el tabernero se había defendido, pero su edad le había lastrado. Un chasquido a su espalda le hizo volverse y regresar a la realidad. Rhime y el resto ya habían llegado. Se dispersaron y se escondieron entre las ventanas y la puerta. Por ahora estaba ligeramente abierta y Mhista iba a dejarla así, para que el enemigo no sospechara nada.

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