El
prefecto se sentó en su sillón, tras su mesa llena de papeles y empezó a
meditar, pero no pasó mucho tiempo hasta que sonaron unos golpes en la puerta
de su despacho. Supuso que no podía ser que Shiahl estaba de vuelta, pues no
hacía mucho que le había mandado al almacén. Tenía que ser otra cosa.
- Adelante -dijo el prefecto.
La puerta
se abrió y entró un soldado, pero no era uno de sus hombres, pues llevaba la
armadura pesada de un guardia del palacio imperial, con la coraza llena de
filigranas y la capa dorada.
- ¿Prefecto de Lhimoner? -preguntó con dudas el soldado.
- Sí, hijo, lo soy -asintió el prefecto-. ¿En qué puedo ayudar al
sumo emperador?
- ¿Cómo sabe que me envía el emperador? -quiso saber el soldado,
intrigado.
- Solo el canciller o el emperador enviarían aquí un guardia
imperial -explicó el prefecto-. La guardia de palacio rara vez sale de sus
dominios. Solo en dos ocasiones, si el emperador o su familia va a salir o si
son enviados por alguien de gran nivel. Si fuera cosa de un funcionario de
palacio, la petición la hubiera traído un siervo de palacio. ¿Así, que cuál es
su orden, soldado?
- El emperador solicita su presencia lo antes posible en palacio -el
soldado estaba maravillado por la rapidez de mente del prefecto y decidió
llevar a cabo su misión con igual celeridad-. Ha ocurrido algo grave, pero no
se me ha explicado el que. No tengo suficiente rango, señor.
- Bien, ¿en sus órdenes se establece alguna ordenanza extra? -quiso
saber el prefecto, pero el soldado negó con la cabeza-. En ese caso no hay problema
para que pueda llevar a mi ayudante, ¿verdad?
El
soldado de la guardia de palacio se lo quedó mirando, fijamente en los ojos
verdes del prefecto, pensando en la pregunta y acabó sacudiendo la cabeza. No
recordaba que el canciller le hubiera impedido o negado nada en ese punto.
- ¡Fhahl! -gritó el prefecto.
- Sí, prefecto -asintió Fhahl entrando en el despacho casi al
momento.
- Prepara mi caballo y otro para ti, hemos sido convocados en
palacio, date prisa -informó el prefecto, atusándose su cabello, aunque no
estaba despeinado.
El
sargento Fhahl desapareció del hueco de la puerta tan rápido como había
aparecido. El soldado de la guardia no se había movido ni un pelo y seguía
firme en la posición en la que se había detenido cuando había entrado. En cambio,
el prefecto se había puesto de pie y estaba ordenando su despacho, colocando
papeles sueltos sobre otros, creando pequeñas construcciones verticales. Cuando
le pareció que estaba medianamente ordenado, se dirigió hacia donde colgaban
los tahalíes y tomó uno de ellos. Era el más elegante, de cuero con gemas y una
filigrana dorada. Se lo colocó a la cintura y se dirigió a una estantería donde
había varios sombreros y cascos. Eligió uno que era un turbante rodeando una
estructura cilíndrica de loneta roja. Una cadena de plata daba varias vueltas
sobre la estructura y la tela del turbante y terminaba en una gran círculo de
oro con un enorme rubí en el centro. Se puso el suntuoso tocado y le hizo un
gesto al soldado imperial para que saliera de la habitación. El prefecto cerró
cuando él hubo salido.
- Sígame, señor soldado -mandó el prefecto al soldado, pero con un
tono amigable, no como el oficial que era.
El
prefecto guió al soldado de vuelta a la plaza de armas de la ciudadela. El
edificio que era el cuartel del regimiento del prefecto, era uno de los más
modernos de la gran ciudadela de Ahlmarion. La ciudadela se encontraba al sur
de la capital y estaba formada por un recinto amurallado de gran extensión. No
era tan grande como la ciudadela imperial, que se encontraba al este de la
ciudad, y tras sus murallas se encontraba el barrio alto y el complejo del
palacio imperial. Realmente a la zona imperial de la capital no se le podía
llamar ciudadela propiamente dicha, pero sus murallas exteriores eran fuertes.
Igual no tanto como la gran ciudadela de Thiberun, al este de la ciudad.
Thiberun era menos extensa que las otras dos, pero era una fortaleza
inexpugnable. Entre ambas y al sur, estaba Ahlmarion, la ciudadela de la
milicia de la ciudad. Pero no solo había cuarteles, sino que también se
encontraba la cárcel principal y establos, así como un templo y algunas
construcciones más, aparte de la fortaleza de Ahlma, cuyas defensas no eran
débiles.
Cuando el
prefecto y el soldado imperial llegaron al patio de armas, había dos soldados
sujetando los caballos sin jinete, mientras que Fhahl permanecía sobre su
montura. El caballo del prefecto destacaba ante los de los dos soldados. Era un
precioso alazán de raza pura, el soldado imperial no evitó lanzar un silbido de
admiración y a la vez de sorpresa, pues los caballos de raza pura estaban
reservados a la familia imperial. Claramente, el propio emperador tenía que
haberle regalado ese ejemplar al prefecto. De todas formas ya se había fijado
en el corona dorada junto a su broche, estaba ante un héroe de guerra.
- Ya es hora de montar soldado -dijo el prefecto, al ver que el
soldado se había quedado mirando su montura con sorpresa, mientras que él se
subía a su silla-. No debemos hacer esperar al emperador.
El
soldado asintió y se subió a su caballo con rapidez, mientras el prefecto se
sonreía malicioso, pero no dijo nada más, sino que puso su caballo al trote,
mientras se dirigía hacia las puertas interiores y a la ciudad. El prefecto
decidió seguir una ruta un poco más larga, recorriendo las avenidas junto a las
murallas, que estarían menos congestionadas que las calles interiores. Luego ya
tomarían la gran avenida de los reyes, para llegar hasta la muralla del
complejo alto.
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