A Ofthar no le había hecho mucha gracia separarse de Mhista, pues le
gustaba luchar con él y Rhime era el mejor arquero a su mando, pero su misión
era más importante que la que tenía él y necesitaba a los mejores guerreros. Él
tampoco se había quedado con los peores, tras sus pasos iban Orot, que lo
estaba pasando francamente mal para pasar por el túnel, Elbok, un guerrero de
uno sesenta, pelo negro, oscuro como la noche, barba y bigote poblados y
rizados, con cicatrices y con una sed desmedida, así como su glotonería. Pero
al encontrarte frente a frente, era musculoso y diestro con la espada que
usaba. Era metódico en la lucha, sobre todo en los muros de escudos. Parecía de
más edad de la que tenía, pues solo tenía un año más que Ofthar. Como él y
Mhista pertenecía al clan Bhalonov y se desvivía por proteger a su futuro
líder.
Con ellos también se encontraba otro miembro del clan, Hefta, más joven que
Ofthar, pues tenía veintiún años. Era un guerrero espléndido, mejor que otros
jóvenes. Usaba espada larga y escudo, pues los muros eran su vida. No era en
especial alto, ya que alcanzaba el metro sesenta y nueve, pero lo suplía por su
corpulencia y su fuerza. Pero no todo era ser como un animal. En ocasiones su
cerebro, siempre despierto, pasaba a Ofthar estrategias ocurrentes, algo que
Ofthar siempre escuchaba con detenimiento. El pelo era castaño y sus ojos
verdosos.
Tras sus pasos iban Lirnho, Phyka y Shetol. Lirnho era un guerrero de pelo
rubio, ligeramente rojizo, con un cuerpo musculado, fuerte y de metro ochenta y
uno. Solía luchar con hacha y llevaba siempre hachuelas y puñales pequeños, que
arrojaba con gran precisión. Aun por su altura y corpulencia era muy ágil.
Llevaba el rostro afeitado, algo raro en las costumbres locales. Una vez le
preguntó Ofthar por esa curiosidad y el guerrero le indicó que las barbas le impedían
lanzar bien los cuchillos. Ofthar decidió dejarlo así, ya que necesitaba de la
genialidad de Lirnho con esos lanzamientos. Ofthar aparte de su don con los
cuchillos le había elegido por pertenecer a uno de los clanes pequeños, el
Urtho, pues no quería dejar de lado a los clanes menores, pues temía que o
desaparecieran o se unieran en el futuro contra el suyo.
Por esa razón, Shetol viajaba con él. Este guerrero de veintitrés años
pertenecía al clan Fhesra, otro de los menores. Y no por ello eran peores, solo
que tenían menos partidarios que los Bhalonov, los Arnha o los Irinat. Shetol
tenía el pelo oscuro, así como sus ojos, colocados en un rostro amable, que se
volvía el de un demonio en la batalla. Armado con maza y escudo, era capaz de
abrir huecos en las líneas enemigas. Por lo visto lo había instruido su abuelo,
un antiguo miembro de la guardia del rey Naradhar III. A Ofthar le encantaba
formar un muro de escudos con él, pues no bajaba la marcha en ningún momento.
El tercero, Phyka, pertenecía al clan Irinat, pues su padre había sido
escolta del señor Nardiok y este le había ascendido dándole un puesto en su
familia. Phyka solía luchar con espada y escudo, pero a veces usaba arco o
hachuelas. Era uno de los más versátiles de sus hombres, capaz de blandir
cualquier arma con la misma genialidad. Su pelo era castaño, con mechones
rojizos, llevaba barba y bigote espeso.
Ofthar podía escuchar sus respiraciones a su espalda y las quejas por el
líquido horrendo sobre el que se tenían que mover. Su grupo seguía un camino
distinto al de Mhista. Ellos iban hacia una posición cercana a los silos de
alimento, pero no pegada. Tenían que esperar a que los carromatos regresaran
llenos de suministros y entonces hacerse con ellos. O por lo menos esa era la
misión que había aceptado Ofthar. La dama Arnayna quería más vivieres, pero su
tío no quería arriesgarse, así, que Ofthar se había aliado con ella para
hacerse con un envío completo. Lo único es que Ofthar había dado alguna orden
de más. La idea de la muchacha era interesante, pero se quedaba corta. Él había
visto que podían hacerse con más suministros y dar tiempo extra a los
defensores para mejorar las defensas. los esclavos, sumidos en su falsa
creencia de que eran superiores, pecaban de ilusos. Mhista llevaba las órdenes
de Arnayna y las suyas propias.
Pronto, Ofthar, dio con el final del túnel y empezó a buscar la palanca que
abriría la salida. Este era el momento más crítico, pues si donde se revelaba
la salida estaba lleno o cerca de enemigos estarían muertos y encima
encontrarían una forma de entrar en el reducto de Usbhale. Miró a sus hombres y
estos asintieron que estaban preparados. Ofthar dio con la pieza de madera y
tiró de ella. Se escuchó un crujido, como el de un mecanismo que llevaba años
sin usarse y al poco se abrió el techo. Ofthar ascendió con cuidado, pero solo
se encontró con un viejo sótano maloliente. El hedor era fuerte y le echó para
atrás. Hasta que Orot no le pasó el farolillo, no pudo encontrar lo que
provocaba ese tufo. Habían apilado un buen número de cuerpos en ese sótano. Con
la humedad y el calor habían empezado a pudrirse allí mismo. Ofthar se tapó la
boca y la nariz con un pliegue de su capa y dejó el farolillo en el suelo. Se
acercó y vio para su pesar que la mayoría eran esclavos, pues llevaban argollas
metálicas en el cuello o en la muñeca. Estaban desnudos y presentaban tajos de
armas. Eran sobre todo mujeres y niños.
A su espalda, sus hombres fueron emergiendo por la apertura y cuando el
último estuvo arriba, Ofthar le hizo un gesto para que cerrase la entrada. No
podía dejar cabos sueltos. Mientras Phyka y Lirnho volvían a dejar el suelo del
sótano como estaba, Ofthar dio con la escalera y ascendió con cuidado. Arriba
había una sala grande y casi vacía. Según el erudito que la dama Arnayna le
había presentado, Esbbil, ese debía ser un almacén de hierro, pero que estaría
vacío, pues no habían llegado existencias desde la mina desde hacía días. Al
observar por uno de los ventanucos vio una calle desierta. Hacia un lado intuyó
los silos de víveres y por el otro las puerta, pero por ahora todo estaba
tranquilo. Los carros podrían haber pasado ya o por el contrario no haber
llegado. Habría que esperar.
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