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domingo, 26 de noviembre de 2017

El juego cortesano (23)



Bharazar no tardó en ser el objetivo de los siguientes cortesanos. Esta vez se le acercaron dos hombres. Ambos con túnicas largas y gruesas, con ricas decoraciones. Shennur se encargó de presentarlos. El más mayor era el gran sumo sacerdote Atahlon de Ornha y su compañero era el protector del león yacente, o mejor dicho el sacerdote encargado de las plegarias por los emperadores ya fallecidos. Este era Intahl de Yhetta. El gran sumo sacerdote tenía el pelo cano, pero sin estar completamente blanco, de complexión gruesa, pero sin estar gordo, llevaba los párpados pintados de negro, con lo que le daba un aire sobrenatural, con los ojos oscuros. El protector era claramente más joven, de pelo oscuro, con las primeras canas salteadas, ojos oscuros, realzados por una sombra de ojos púrpura. Era más bajo que el sumo sacerdote, estando delgado hasta un extremo alarmante.
-       Ese Pherrin debería haber dejado a que Rhetahl dirimiese este problema -indicó Atahlon muy convencido-. Además de un ser un descreído, es un cobarde. No sé qué ve el emperador en esa persona.
-       Se están perdiendo las antiguas costumbres, príncipe, el emperador se duerme en el gran templo durante las celebraciones rituales -se quejó Intahl, pero por la cara que puso Shennur, Bharazar supuso que era un tema recurrente.
-       Mi hermano debería saber que tener al gran Rhetahl de tu parte es una gran dádiva -dijo Bharazar, pareciendo lo más piadoso que pudo-. Yo nunca he ido al combate sin pedirle protección, por ello he tenido tantas victorias.
-       ¡Esto sí es devoción! -afirmó satisfecho Atahlon, con una gran sonrisa en la cara-. No dudéis que rezaremos y pediremos porque Rhetahl siga protegiendo un alma tan misericordiosa.
Los dos sacerdotes hicieron la reverencia acostumbrada y se marcharon hablando entre ellos, tal vez de temas teológicos u otros mucho más mundanos. Shennur acercó sus labios a una de las orejas de Bharazar.
-       Bien llevado, esos dos sacerdotes no tienen mucho peso en la corte, pero sus pregones y directrices llegan hasta el pueblo. Si os toman por un heredero que tiene en mayor relevancia al dios Rhetahl, será mejor para todos -señaló Shennur-. A vuestro hermano suelen mandarle cartas para que mejore su conducta ante el dios, pero al emperador le importa más bien poco las atenciones celestiales. Ni Atahlon, ni Intahl se atreverían a sermonear contra el emperador en sus púlpitos, pero los sacerdotes menores ya son otra cuestión -Shennur se giró y añadió-. ¡Oh, vaya!
Los miembros del último grupo se habían marchado, todos menos uno, que esperaba de pie, a cuando Shennur dejara de contar confidencias a Bharazar. Cuando vio que Shennur se separaba del príncipe, este se acercó.
-       Tal vez el príncipe quiera acompañarme a dar un pequeño paseo -dijo el hombre, de mediana edad, con el pelo cano, de porte gallardo, con un par de cicatrices en la cara. Los ojos eran verdosos, vivos, pero pausados, más parecidos a los de una persona astuta.
-       Pherahl, tal vez te interese llevar en tu carruaje al príncipe y su escolta a su residencia en la ciudad -comentó Shennur-. Yo debo trabajar por el bien de este imperio.
-       ¿A su residencia? Pensaba que el príncipe residía en el palacio -la sorpresa de Pherahl era genuina-. ¿Dónde reside, Shennur?
-       En mi hacienda -contestó rápido Shennur, pero en voz más baja de los habitual. Pherahl sonrió y asintió con la cabeza, como dando su aprobación.
-       Voy a ir pidiendo mi carruaje, os espero en el patio de armas -afirmó Pherahl, haciendo una reverencia.
El noble se marchó rápido. Shennur les indicó a los dos soldados que les acompañaría hasta el patio, pero no volvería con ellos.
-       Te dejo en manos de Pherahl, que son buenas, pero cuidado porque esta rencoroso con tu hermano, me temo que esté preparando una buena celada, ten en cuenta cada una de tus palabras -le advirtió Shennur, mientras andaban por los pasillos del palacio.
-       No te preocupes por mí -dijo Bharazar.
-       No es tu cabeza lo que más me preocupa, sino la mía y la de mi familia -negó Shennur-. Pherrin ya se habrá dado cuenta que se la he jugado, pues solo yo he podido advertirte de sus crueles intenciones al mandarte el relevo mortal. Si no juegas bien tus cartas y Pherrin gana la mano, yo caeré contigo, por mucho que haya hecho para el estado. Es mejor que no subestimes a nuestro enemigo, Pherrin controla demasiado bien a tu hermano desde su posición como suegro.
-       Lo tendré en cuenta -aseguró Bharazar, a los que Shennur solamente suspiró.
Shennur miró al príncipe, movió los labios como para añadir algo más pero como ya habían llegado a las escalinatas del patio de armas, no los movió. Un carruaje, más elegante que el de Shennur, esperaba allí delante, con Pherahl de pie ante la portezuela, mantenida abierta por un criado. Shennur se limitó a despedirse y hacer una reverencia. El príncipe, seguido por Jha’al descendieron los escalones, cruzaron hasta el vehículo y subieron en él. Pherahl entró el último y el criado cerró la portezuela, haciendo una seña al conductor, que puso el carruaje en marcha de inmediato.

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