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domingo, 11 de febrero de 2018

La odisea de la cazadora (13)



Gynthar se acercó al borde de la cima y echó un vistazo al cuerpo del lobo que había abatido, sin quitar ojo alguno al resto de bestias, que deambulaban alrededor de las rocas, o esperaban echados en la hierba, recuperando sus fuerzas. Los había contado, eran unos doce animales, un buen número de problemas. Resoplando, colocó su espada a su espalda, en su funda y recuperó sus bandoleras de encima de la cazadora, que se sentó en el suelo.
Lybhinnia estaba sudorosa, cansada por el esfuerzo, pero a ojos de Gynthar, eso le hacía más hermosa que nunca. Sonrió ligeramente al pensar en ella, de esa forma tan sentimental, tras lo que se intentó controlar, deshaciendo la sonrisa, recuperando su rostro serio, intentando que la cazadora no se hubiera percatado.
-       Ha estado la cosa muy justa -se limitó a decir Gynthar, pero Lybhinnia notó cierto forzamiento en su voz, pero prefirió no indicar nada-. Esos bichos se disponen a esperar, listos para asaltarnos cuando crean que es proclive hacerlo.
-       Esperaran a la noche, no podremos hacer fuego, no nos han dejado conseguir madera -vaticinó Lybhinnia, pensando que es lo que ella misma haría-. Aunque mirando el paisaje que nos rodea, no podríamos haberla conseguido de ninguna forma.
Lybhinnia tenía razón, todo a su alrededor eran colinas onduladas, pero sin bosquecillos en el horizonte.
-       Por ahora nos dejaran descansar, pero cuando la oscuridad llegue empezara la fiesta -comentó Lybhinnia-. Lo mejor sería cenar y descansar, sin perder ojo a sus movimientos. De todas formas, habrá que preparar esto.
-       Voy a revisar el contorno, por si hay otra forma de ascenso hasta aquí. Si solo lo pueden hacer por este punto, tal vez tengamos una posibilidad -indicó Gynthar-. Una plaza con una puerta siempre es mejor de defender.
-       Sí, pero se convierte en una ratonera -añadió Lybhinnia.
Gynthar asintió a la afirmación de la cazadora. Era fácil de defender una posición con una sola entrada, pero la hacía ser una trampa mortal si su enemigo era poderoso. Ellos no entraban, pero los de dentro tampoco podían salir. No fue una sorpresa para Gynthar descubrir que la escalera de rocas era la única forma de acceso hasta la cima. Por ese punto los lobos atacarían y por ese punto eran vulnerables. Cuando regresó de su estudio, Lybhinnia había preparado dos lechos, uno junto al otro, ya que con la ausencia de la hoguera, necesitarían todo su calor corporal para mantenerse calientes. La cazadora había preparado varias flechas, clavadas en el suelo, listas para ser usadas. El arco estaba junto a uno de los lechos. Ambos cubiertos por las capas. Había preparado las raciones del día y ella ya rumiaba poco a poco su parte del pan de viaje. Cuando llegó Gynthar, le dio su trozo.
-       Solo hay este acceso, así que vendrán por aquí -informó Gynthar, mientras mordía su comida-. Creo que deberemos hacer turnos, de esta forma podremos descansar lo suficiente. Yo empiezo con el primero. Si ocurre algo te despierto.
-       ¿De cuánto tiempo? -preguntó Lybhinnia.
-       Un par de horas a lo sumo -indicó Gynthar y Lybhinnia asintió con la cabeza-. Termina y échate un rato. Por lo menos quedará una hora hasta que anochezca. Te avisaré si se mueven.
Lybhinnia dio cuenta de su cena y se tumbó en el lecho, tapándose con la capa. Gynthar la observaba a escondidas, entre vistazos que daba a la manada. No se dio cuenta, pero Lybhinnia se percató de sus miradas, ya que ella hacía lo mismo. Dormir no consiguió mucho, pero sí que descansó, se liberó de parte del cansancio acumulado por la carrera durante las últimas horas. Desde el suelo, pudo ver a Gynthar, en una faceta que no le había visto mucho, ya que ser guardián de la arboleda no era realmente un puesto militar, nadie había atacado la arboleda en años, tal vez en décadas o centenas. Pero ahora, con todos los músculos y sentidos puestos en alerta, atentos a los lobos y claramente irradiando una preocupación por mantenerla bajo su abrigo, le daban un aire más interesante. Algo en el interior de Lybhinnia le indicaba que el guerrero era un buen compañero, alguien que la ponía por delante de su propia existencia. Si ahora Gynthar le volvía hacer la proposición que le había hecho hace meses, no la habría rechazado.
El anochecer casi había concluido y la oscuridad ya les envolvía. Los lobos, casi pasaban desapercibidos por su pelaje oscuro, pero no para un oído de elfo, podían notar cada pisada, cada movimiento. Gynthar sabía por dónde deambulaban, no los perdía, listo para enfrentarles. Lybhinnia se levantó, sigilosa, integrándose en la defensa del acumulo de rocas, recuperó una de las flechas clavadas y la colocó en la cuerda, agachada, cerca del suelo, para que lo lobos no pudieran distinguirla. Gynthar desenvainó con cuidado su larga espada, bien agarrada con ambas manos, lista para ser descargada sobre alguna de las bestias que se acercaran demasiado.
El gran lobo que había permanecido tumbado, se puso en pie y lanzó un poderoso aullido. El resto comenzó a moverse a la carrera. Como manchas oscuras, volaban entre las hierbas, intentando que los ojos de su enemigos les perdieran en la oscuridad, pero eso no funcionaba con los aclimatados ojos de los elfos, adaptados a distinguir las siluetas de los lobos hasta con la más ínfima oscuridad. Pero esa noche, Jhala había aparecido puntual, llenando todo con su luz plateada.
Dos lobos iniciaron el ataque, dejaron su zona de seguridad y avanzaron hacia las rocas, pero no llegaron a ninguna parte, pues dos certeras astas les detuvieron en seco. Una le atravesó la cabeza, y la otra se clavó en el corazón. Ambas bestias cayeron al suelo y de ahí no se movieron. El gran lobo volvió a aullar y los lobos restantes aumentaron su velocidad. Intentando que las letales flechas no tuvieran un blanco tan fácil. Los círculos que iban dando se iban cerrando alrededor de las rocas. Lybhinnia solo lanzaba cuando había una diana verdaderamente clara. De esa forma cayeron dos lobos más, pero no pudo detener a otros dos que ascendieron a saltos. Pero Gynthar les esperaba y su gran espada destrozó las fauces del primero, lanzando dientes y sangre contra su compañero que se detuvo, dando tiempo suficiente para que Gynthar girará la espada y le cortara una pata al segundo. Las dos bestias heridas, se dejaron caer, golpeándose contra las rocas, quedando inmóviles entre estas.
En ese momento, toda la gran roca se sacudió, vibrando. Gynthar y Lybhinnia estuvieron a punto de perder el equilibrio. Mientras Gynthar se quedó en su lugar, Lybhinnia escrutó el contorno de la roca y descubrió que el gran lobo se había golpeado contra la piedra. La inmensa bestia salió disparada cuando observó a la elfa, sabiendo que no solo había fallado, pues la roca apenas se había movido, sino que los elfos ya no permitirían ese ataque otra vez.
Los lobos formaron un bloque y se lanzaron contra la escalera. Los cinco menores iban delante y el gran lobo atrás. Avanzaban rápido. Gynthar avisó a Lybhinnia del peligro, que regresó a la zona de ascenso, lanzando dos flechas rápidas, que abatieron a otros dos lobos, que rompieron la formación. Los que quedaban, saltaron sobre Gynthar, llevándoselo por delante, rodaron por el suelo y se precipitaron por el borde contrario. Lybhinnia lanzó un grito, iba a moverse para ayudarlo, pero el gran lobo, llegó a la plataforma y se quedó mirándola, enseñando sus dientes, saboreando su victoria y su próxima comida.

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