Bharazar tras la muerte de su madre, había sido alejado poco a
poco de la corte, Shennur sabía que había sido por las presiones de la primera
esposa Abhia, sobre todo desde el nacimiento de su hijo Shen’Ahl. Shimoel, sin
poder negarle a Abhia sus peticiones y con el dolor de ver las facciones de
Tharma en Bharazar, transigió y el niño fue pasando por una serie de cuarteles
y puestos avanzados. La gran esperanza de Abhia, como Shennur recordaba, era
que el hijo mayor de su esposo muriese en alguna parte, lejos de las
pretensiones que algún miembro de la corte imperial podría albergar en él.
Abhia murió muy lejos de poder acabar con ese al que denominaba el piojo
imperial, un niño que destacaba más que su hermanito. Con los años, el viejo
Shimoel, fue viendo con mejores ojos a Bharazar y por ello lo llamó de nuevo a
la corte.
Ahora Shennur se daba cuenta que tal vez Shen’Ahl había heredado
más de su madre de lo que él o su tío Mhaless podrían haber llegado a suponer.
Tal vez no fuera ese niño mal educado por su madre, que pasaba de gobernar, más
dedicado a sus juegos y fiestas.
-
Tu idea es que entremos en el palacio imperial por el pasadizo,
llegando hasta las habitaciones del emperador -resumió Shennur-. ¿Y una vez
allí, qué?
-
Hacer que confiese y que abdique en favor de su hermano -señaló
Sheran.
-
No creo que sea tan fácil -murmuró Shennur, repitiendo en su
cabeza las palabras de Sheran.
-
Yo creo que sí, creo que según me vea, pensará que soy un fantasma
del pasado y eso le obligará a sincerarse, pensando que me voy a llevar su alma
-aseguró Sheran.
-
¡Te vas a hacer pasar por un Fhilahl! -exclamó Shennur,
sorprendido.
Un Fhilahl, un demonio de la noche o eso es lo que decían las
leyendas. Almas perdidas o muertos vivientes que regresaban del pasado para
llevarse las almas de aquellos que cometían crímenes, asesinatos u otras
verdades que la gente intentaba ocultar. Con lo temeroso que era Shen’Ahl, la
cosa podía resultar, siempre que no empezara a llamar a la guardia como un
loco. Sheran pareció leer los temores en la mente de Shennur.
-
Príncipe, has venido protegido por tus catafractos, ¿no? -añadió
Sheran, Bharazar asintió con la cabeza-. Deberán hacerse pasar por guardias
imperiales. Mis hombres habrán preparado los uniformes y las armas en el
cobertizo. Lo tengo todo atado y bien atado.
-
¿Cuándo y quienes partiremos? -preguntó Bharazar.
-
Vos, tus soldados, Shennur, Ohma y yo -respondió Sheran-. Lo antes
posible, antes de que se haga de noche. Iremos como fieles, así que debéis
dejar armaduras y armas. Todo lo necesario estará allí, pero al recinto del
gran Templo no se puede ir armado. Además no queremos deambular por ahí de
noche, para no alarmar a los guardias del templo, ¿no creéis?
-
Me parece bien -indicó Bharazar-. Voy a preparar a mis hombres.
Shennur se puso de pie, se excusó alegando que tenía que ir a
arreglar unos asuntos, indicando que partirían en una hora. A todos les pareció
bien. Fue el primero en marcharse. Bharazar y Jha’al se iban a ir, pero Sheran
le pidió a Jha’al que se quedará, pues tenía que hablar con él sobre algo del
plan. Ohma se marchó con el príncipe y sustituyó a Dhiver en la puerta. Lo que
su jefe debía hablar con el catafracto era algo solo entre ambos.
Bharazar se encargó de informar a sus hombres de lo que iban a
hacer. La mayoría escuchó en silencio y solo Siahl hacia aclaraciones cada poco
tiempo. Bharazar les dio la oportunidad de unirse o quedarse en la hacienda de
Shennur. Ninguno lo abandonó y cuando regresó Jha’al, ya estaban preparándose
para actuar, quitándose las cotas de malla y las armaduras pesadas. Lo de dejar
sus armas y armaduras les costó un poco aceptarlo, pues muchos de ellos no se
habían separado de esos metales en años.
Cuando pasó la hora que había indicado Shennur, todos los
integrantes de la incursión estaban listos. Todos habían pasado de sus ropajes
habituales, para parecer un grupo de fieles austeros, peregrinos que iban a
orar en el gran templo, algo muy habitual en estos tiempos. Irían andando, para
dar más verosimilitud a sus disfraces. Salieron de la hacienda, sin que nadie
les despidiera y empezaron a deambular por las calles, dando un pequeño rodeo
para que nadie pudiera pensar que venían de otra hacienda y no de la ciudad.
Formaron un grupo cerrado, pero sin hacer una formación militar.
Sheran antes de partir, les dijo a los militares como proceder. No quería que
se notara que eran lo que no querían aparentar. Aun así, los soldados se
notaban reacios a tener que parecer personas normales. Al final, y para sosiego
de Sheran actuaron medianamente bien y no les fue difícil engañar a los
guardias que protegían la entrada al complejo del gran templo. De allí, para
que no sospecharan de ellos, tuvieron que ir al gran templo para rezar durante
un buen largo.
Shennur y Bharazar, embozados en sus mantos con capucha,
recorrieron una de las naves laterales del gran templo, mientras les seguían
Siahl y Jha’al, como si se hubieran roto en grupos más pequeños. El resto de
soldados, seguían con Ohma y Sheran, entonando salmos, siguiendo el ejemplo de
los sacerdotes menores que entonaban cánticos ensalzando a Rhetahl, colocados
en púlpitos elevados. Shennur se detuvo ante una capilla lateral, que se
encontraba cerrada con una verja de hierro.
-
Ahí se encuentran los restos de tu madre -indicó Shennur en voz
baja, señalando un arcón de mármol, entre dos altares modestos.
-
¿Aquí? -Bharazar observaba la falta de ornamentación y riqueza de
la capilla, que excepto el mármol del gran arcón, carecía de nada valioso.
-
Esta es la capilla de las esposas menores del emperador -explicó
Shennur-. Ya sabrás que solo la primera esposa tiene el derecho de reposar
junto al emperador en la cripta imperial. Tu madre, como segunda esposa fue
incinerada, los restos introducidos en una urna cilíndrica y esta, en el arcón.
-
Y aquí venía Shimoel a rezar por Tharma -dijo Sheran a su
espalda-. Todas las noches usaba el pasadizo, para llegar hasta aquí y orar por
su amada Tharma. Pero ahora es momento de actuar. Hay que ir al cobertizo.
Bharazar y Shennur asintieron con la cabeza, pero el príncipe no
se movió, no hasta terminar con una pequeña oración para su madre. Cuando
terminó, todos fueron abandonando el templo, para dirigirse al cobertizo del
que hablaba Sheran. Fue este quien les guió hasta el edificio, una casucha
hecha de piedra, que diferenciaba del resto por su composición. Cualquiera
podría pensar que estaba fuera de lugar, que se había construido más tarde al
resto de los edificios del complejo religioso.
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