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domingo, 18 de febrero de 2018

La odisea de la cazadora (14)



Gynthar cayó sobre uno de los lobos que le había atropellado. En el último momento había levantado la punta de su espada, que se había clavado en las fauces de uno de los lobos, destrozando la boca y la cabeza, pero le había arrastrado con él y su compañero. El cadáver peludo había amortiguado la caída. Mientras intentaba recuperar su espada, escuchó arriba el grito de Lybhinnia y el gruñido del gran lobo. Entonces notó movimiento a su lado. Era el segundo lobo, que seguía vivo, a pesar de la caída y haberse golpeado con alguna piedra. Se movía, pero no muy ágil, con una pata levantada, como dando saltitos, lo que quería decir que se la había roto al caer.

El guerrero sacó su gran espada, manchada de vísceras, sesos y sangre, con algún colmillo pegado al filo. Tenía que acabar con ese aguafiestas, para subir y proteger a Lybhinnia. Y aun así, estando herido el lobo era peligroso y le miraba con unos ojos inyectados en sangre. Ambos se sumieron en un combate bastante igualado, para asombro de Gynthar. El guerrero se tenía que emplear a fondo, para eludir las dentelladas de las poderosas fauces de su rival. Unas veces simplemente se movía, mientras que en otras usaba su espada como escudo. Pero cada serie de mordiscos, Gynthar conseguía producir un corte en el animal, que se retiraba preso del dolor, por lo que el guerrero debía comenzar de nuevo, para que su rival perdiese la cautela y le permitiera un buen blanco. Era un combate pesado, que le iba robando las fuerzas y de paso las esperanzas de poder subir a ayudar a Lybhinnia. Y ese sentimiento estaba empezando a hacer perder la cordura a Gynthar.

Arriba, en la cumbre del acumulo, Lybhinnia había visto cómo su compañero desaparecía en la oscuridad, y una punzada de dolor había golpeado en el centro de su pecho. Había intentado ir a ayudarle, pero el gran lobo, el líder de la manada se había interpuesto en su camino, gruñendo, enseñando la línea de colmillos, mirándola con los ojos inyectados en sangre, seguro de que pronto se comería una buena pieza. Lybhinnia había levantado su arco, con la flecha lista, mientras que el lobo había tensado todos sus músculos, listo para saltar sobre ella o tal vez para esquivar la letal flecha. La cazadora sabía que no podría luchar a esa distancia con su arco, pero podía ganar tiempo. Lanzó la flecha, tras lo que soltó su arco y desenvainó su espada corta. El lobo hizo lo que ella supuso, saltó hacia un lado, para esquivar el proyectil, dándole el tiempo a la elfa para armarse con su acero corto. El lobo observó como la cazadora le había engañado, puso sus ojos sobre la espada y para sorpresa de Lybhinnia le pareció que se reía, como si creyese que el arma que empuñaba la cazadora no le iba a servir de mucho. Pero no atacaba, sino que permanecía allí, estudiando a la elfa, buscaba sus puntos débiles, lo que corroboraba lo que ya había supuesto Lybhinnia horas antes, que esos lobos eran más inteligentes que los que moraban antes en esas tierras. Se preguntó si ese cambio estaba relacionado con el ciervo y que el gran bosque se hubiera vuelto oscuro y menguara. Pero ahora no era el tiempo de esas preguntas, debía prepararse para la batalla, siguió las lecciones de Dhearryn y de Lhyberhon, el antiguo líder de los cazadores, que le había enseñado todo sobre el oficio y a luchar.

Lybhinnia se puso en posición de defensa, flexionando las piernas, poniéndose el brazo libre frente a la cara y con la espada apuntando a su enemigo, ligeramente por encima de su cabeza, lista para realizar los movimientos precisos, lista para moverse, cuando su rival se decidiera. El gran lobo había esperado lo que había querido y al ver que la elfa se preparaba, decidió que ya estaba lista para morir. Avanzó como un rayo, pero aun así la elfa fue más veloz que él, y no solo eso, notó como algo cortante le había cruzado el rostro, nublándole un ojo. El dolor en su rostro peludo le obligó a lanzar un aullido, profundo y grave. La elfa al eludir su ataque había dejado tras ella su espada corta, que había abierto un tajo, desde el hocico hasta la frente, destrozándole el ojo izquierdo, por el que ya no veía nada. El gran lobo se había confiado, esta presa no era como otras, como los ciervos o los gamos que habían sido sus presas en otras ocasiones, esta se defendía con inteligencia, no era fuerza bruta.

Gynthar, abajo, escuchó el aullido del gran lobo y lo supuso como si fuera su grito de victoria. El sentimiento de pérdida le golpeó pero se fue convirtiendo en una fuerza de venganza, un vigor que le fue devolviendo a un estado de frenesí. Su contrincante, que hasta ahora había ido llevando la delantera, se encontró con una presa que avanzaba contra él, con una espada cortante que se movía como una pluma en las manos del elfo. Los cortes que antes llegaban cada poco tiempo, se sucedían. El lobo, debilitado por la lucha, imposibilitado por su pata rota, intentaba defenderse, pero al final se rindió a lo inevitable. En uno de los lances que el lobo detuvo con su dientes, a riesgo de perder algún colmillo, la espada rebotada surgió desde abajo cercenando el hocico del animal. Gynthar aplicando mucha de su fuerza fue capaz de destrozar ambas mandíbulas del lobo, junto con la lengua. La sangre que salía a borbotones por la boca, manchó la armadura y espadón de Gynthar. El lobo, sin poder aullar de dolor, pues había perdido su hocico, lanzaba un siseo lastimero y sus fuerzas se desvanecieron, cayendo al suelo. Gynthar, preso por su deseo de venganza, levantó su espada y la clavó en la cabeza de del animal, que dejó de moverse o gimotear. Recuperó su arma y comenzó a correr, para rodear las rocas y ascender a la cima, a enfrentarse al gran lobo, a quien ya veía en su mente devorando a Lybhinnia.

El gran lobo, por su parte, estaba haciendo un círculo, paso a paso, mientras que Lybhinnia se movía frente a él. Ambos sumidos en una cautela extrema, ambos listos para dar el siguiente paso, pero sin decidirse a quien lo haría primero. La sangre del lobo goteaba de la espada de Lybhinnia y de la parte inferior de la mandíbula del animal. El gran lobo se detuvo de nuevo en el lugar donde había empezado su primer ataque, donde volvió a tensar sus músculos, lo que Lybhinnia interpretó como un nuevo peligro, pero el lobo levantó la cabeza y pudo ver como sus orejas empezaron a girar, buscando algo, un sonido que ni los oídos siempre sensibles de un elfo, eran capaces de escuchar. En el último momento, La cabeza del gran lobo se volvió hacia el punto por donde habían ascendido, por donde terminaba la escalera de rocas. De la oscuridad salió la punta de una espada, que subía desde el suelo. Lo que ocurrió allí, ni los ojos de Lybhinnia fueron capaces de seguirlo. Le pareció que la punta de la espada cortó el costado del gran lobo, pero el animal descubierto el peligro había dado un salto de costado, pero hacia ese lado no había plataforma suficiente, y se precipitó fuera de las rocas, lanzando aullidos de dolor, ya fuera porque Gynthar le había acertado, o porque se golpeaba contra las paredes pétreas. Lybhinnia soltó la espada en el mismo momento que Gynthar quedaba arrodillado sobre la plataforma, jadeante y cubierto de sangre. La cazadora hubiera ido a ayudar a su compañero, pero primero recuperó el arco y se acercó al borde por donde había caído el lobo, lista para terminar la disputa. Pero cuando llegó al lugar, el lobo había huido, más rápido de lo que había podido prever, casi parecía que se había volatilizado.

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