Ohma golpeó con los nudillos una puerta, mejor acabada que la
habitación en la que solía pernoctar su jefe. La voz de Sheran le permitió
pasar y Ohma abrió la puerta. Sheran le miraba desde detrás de una mesa, llena
de bolsas y papeles. Al abrir la puerta, la habitación se llenó con el barullo
que había más allá, de donde venía Ohma.
-
Jefe, vuelve a estar abajo el individuo de la otra vez -informó
Ohma.
-
¿El esquivo? -preguntó Sheran, poniéndose de pie.
-
Sí, jefe.
-
Vamos -ordenó Sheran.
Los dos hombres salieron al pasillo. No cerraron ni la puerta,
pues nadie sería lo suficientemente tonto para entrar en el despacho de Sheran
y vivir mucho tiempo después. Y eso que las bolsas que había sobre la mesa
estaban llenas de monedas, la mayoría de oro.
Atravesaron el angosto pasillo, revestido de madera en paredes y
techo, hasta llegar a una estancia mucho más ancha y alta. Ellos se encontraban
en una pasarela que se encontraba tras una supuesta decoración de las paredes que
parecía un juego de relieves y enrejados. La mayoría de los clientes de abajo
sabían que desde ahí los guardias del lugar los podían expiar. Pero realmente
poco les importaba, porque todo era ilegal. Abajo un buen número de personas,
varias decenas se gastaban importantes cantidades de oro en las mesas de cartas
y en los juegos de dados. Pues en esa casa de juego, se apostaba como en ningún
otro lugar, mientras se bebían los mejores licores y las damas más bellas
agasajaban a los jugadores o los acompañaban a un rincón más protegido para dar
rienda suelta a la lascivia de estos.
Ohma señaló a un jugador, a un hombre que ya había estado un par
de veces con anterioridad, un hombre que vestía de una forma moderada, pero que
solía gastar una buena cantidad de oro, no siempre en los juegos, sino que a
veces tanteaba a los empleados para conseguir información. Lo único que no
hacía era rendirse a los cuidados de las chicas. Sheran ya había tenido que
prescindir de dos de sus trabajadores, que habían preferido darle a la lengua
por un poco de oro que a tenerla bien guardadita en el interior de su boca. La
verdad es que fue fácil sacársela cuando les llegó el castigo. El problema
había sido que cuando había ordenado que le siguieran, para saber quién era el
que le enviaba, siempre se había librado de sus perseguidores. Lo más curioso
del asunto, es que según los informes de los que le seguían, estos habían
detectado a otros que hacían lo mismo y eran menos habilidosos que este. Fuera
quien fuera el pagador del espía, no era amigo de Pherrin de Thahl y esa
circunstancia le podía hacer que fuera un aliado.
Ohma también le señaló los dos agentes de Pherrin que esta vez no
le quitaban el ojo al esquivo.
-
Ohma, invita al esquivo a la sala azul, quiero hablar con él y
prepara un comité de bienvenida para los dos ojos -ordenó Sheran, mientras se
daba la vuelta-. Y por favor, intenta que no se arme un jaleo entre nuestros
nobles clientes.
-
Como quieras, jefe.
La Sala azul era una habitación donde Sheran podía hablar con
posibles aliados o asociados, sin que estos le vieran la cara y así, sin correr
demasiados riesgos. La sala no estaba en el edificio, así que debía esperar un
poco, a que Sheran se trasladase, pero lo gastó en preparar al comité, un grupo
de matones que se esconderían entre las sombras del pequeño patio que había que
cruzar para llegar al edificio donde estaba la sala en cuestión. Cuando tuvo
todo listo, hizo una seña a dos hombretones y se dirigió a la mesa donde jugaba
el esquivo.
-
Señor, hay alguien que quiere hablar con usted -dijo Ohma, al oído
del esquivo.
-
No me espera nadie -dijo Dhiver, bajo su disfraz.
-
La persona que quiere verlo no es alguien que tolera muy bien los
no -advirtió Ohma, sin perder la compostura-. Digamos que sus últimas visitas
han llamado a su curiosidad y le gustaría hablar con alguien que tiene su
habilidad para desaparecer en las sombras.
-
¿No me estará amenazando? -se hizo el loco Dhiver.
-
Por favor, señor, por quien nos toma, es libre de hacer lo que
quiera -aseguró Ohma, sin levantar ni un ápice la voz-. Pero la persona está
muy interesado en usted, bueno, más bien en vuestro amo.
-
Interesante -se limitó a decir Dhiver, que por fin parecía que la
investigación iba a dar frutos-. Desgraciadamente tengo dos jugadores plastas
tras mi dinero. Parece que haberlos desplumado no les ha parecido bien.
-
No se preocupe por ellos, ya estamos preparados para esas
desavenencias del azar, usted acompáñeme a una estancia más privada, por favor
-Ohma, parecía muy servicial, pero en ningún momento había retirado su mano
derecha de la empuñadura de una daga corta. Dhiver era perfectamente consciente
de ello.
Dhiver se puso de pie, recogió sus monedas, se despidió del resto
de jugadores y salió de la sala acompañado por Ohma. Los dos matones se
quedaron taponando el pasillo por el que se habían ido. Los dos que seguían a
Dhiver chocaron con los dos matones, que les impidieron pasar. Ohma le guió
hasta el exterior del edificio, cruzaron el patio y entraron en el siguiente.
Subieron por una escalera desvencijada, con una iluminación lamentable y
entraron en una estancia con mucha luz, con las paredes pintadas de un azul
fuerte con una celosía en uno de los lados. Dhiver notó la respiración de
alguien al otro lado de la celosía. En su lado había poco mobiliario, solo una
silla con cojines junto una mesa baja con una copa, una jarra, y una bandeja
con hojaldres rellenos.
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