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miércoles, 22 de enero de 2020

El mercenario (9)

El tharkaniano era fuerte, sin duda hacía ejercicio. La ropa le quedaba como un guante, lo que indicaba que tenía dinero y eso quería decir que era un oficial de alto rango o un senador. Los tharkanianos no atesoraban riquezas pues en Tharkan lo único valioso era el agua subterránea y pura. Como decían, el resto de cosas no quitaban la sed. Pero Jörhk seguía pensando que tenía que ser un militar, pues el resto de hombres de la sala, parecían estar demasiado rígidos, como en el ejército cuando hay presente un alto mando. Y si sus hipótesis eran ciertas, éste sólo podía ser uno, y le llenaba de curiosidad saber qué hacía aquí y por qué.

-       Señor -dijo Jörhk con su tono de suboficial, aunque un poco oxidado-. Puede que mis decisiones me hayan llevado a no ascender durante mi vida militar, señor. Pero como habéis leído, siempre he llevado a cabo lo que me mandaron, señor, a mi forma, señor. Tenéis una misión importante y necesitáis al mejor, señor. Ya no quedan muchos de esos buenos hombres tras estos años de paz, señor. Pocos han seguido ejercitándose como yo, señor. Así que déjese de formalidades y cuénteme su problema.

El silencio se había hecho en la sala. Incluso los hombres que miraban sus tabletas, lo hacían ahora hacia Jörhk con cara de pocos amigos. Pero Jörhk estaba más atento en el tharkaniano, que le sonreía entretenido. Por un momento, Jörhk pensó que el tharkaniano le había aguijoneado esperando esa reacción.

-       ¡Pero cómo se atreve a hablarle así al almir…! -comenzó a gritar el hombre rubio.
-       ¡Colt! -llamó el tharkaniano-. Creo que el señor Larkhon está interesado en trabajar para nosotros. Por favor, pasemos a los detalles. 
-    Sí, sí… -asintió el rubio más calmado-. Escuche bien. Necesitamos que encuentre a una persona. ¿Conoce el barrio Berlín? ¿Ha oído algo de lo que está ocurriendo allí?

Jörhk asintió con la cabeza. El barrio Berlín era otra zona residencial como en la que él vivía. Pero ahora se encontraba bajo bloqueo policial. Estaba prohibido que nadie entrase o saliese de allí. Aún no se sabía demasiado bien cuál era el problema, pues la policía no soltaba prenda. Pero él había conseguido algo de información. Se habían producido importantes disturbios, muy violentos y se hablaba de muertos.

-       Pero la realidad siempre sobrepasa a las noticias -continuó Colt, o así lo había llamado el tharkaniano-. La policía se ve por fuera, pero el bloqueo lo ha establecido la milicia planetaria. Y los disturbios callejeros son más bien una guerra campal, donde dos grupos se están matando entre ellos y a muchos civiles de paso. Pero no es una guerra de bandas. Es verdad que uno de los bandos lo dirige Hitomura -Jörhk conocía demasiado bien ese nombre, el líder de la banda criminal más poderosa de ese sector-, pero engloba a todos los que se denominan los “defensores del barrio”. Los otros son miembros de la “Liga de la Supremacía Humana”, no sé si los conoce, señor Larkhon.

Jörhk volvió a asentir con la cabeza. Sin duda conocía a la LSH, un grupo de fanáticos y resentidos. Aseguraban que solo los humanos eran dignos para los trabajos importantes y los alienígenas sólo valían para labores de poco fuste o insidiosas para ellos. El tharkaniano que tenía delante no les caería demasiado bien, pues sería una aberración a sus ojos. Los oficiales sólo deberían ser humanos y los tharkanianos eran bestias que como mucho solo podían ser soldados rasos, carne de picadero. 

-       ¿Si tan peliaguda es la situación, por qué no se encarga la milicia de pacificar el barrio? -preguntó Jörhk, que no le apetecía mucho meterse en un avispero si había otros que podían arreglar el entuerto.
-       La cosa no es tan simple, desgraciadamente -intervino el tharkaniano-. La LSH ha infectado la milicia y parece que también la policía. No se van a mover, ni aunque el gobierno lo ordene. Pero eso tampoco va a ocurrir. Se acercan elecciones y la LSH gana adeptos. El presidente Terrence busca la reelección, pero aplastar a la LSH, para defender a un grupo de alienígenas y a sus amigos, le haría peligrar su deseo.
-       ¿Y la armada?
-       Señor Larkhon, la armada no actúa en territorio de la Confederación si no es durante tiempo de guerra -el tharkaniano disimuló mal sus sentimientos al responder. Jörhk estaba seguro que ese oficial no habría dudado en terminar el asunto con sus hombres, pero alguien se lo impedía-. Eso usted ya lo sabe perfectamente, ha pertenecido al ejército de la Confederación.
-       Ya -contestó lacónico Jörhk-. En ese caso, ha buscado algo parecido a uno de sus hombres, a mí.
-       Muy listo, señor Larkhon -sonrió el tharkaniano-. Sí, sólo hemos buscado profesionales con pasado militar en la armada y el ejército. Pero no se crea, no ha sido fácil dar con alguien como usted, que parece que cumple casi todas nuestras expectativas.
-       ¿Casi todas? -preguntó sardónico Jörhk.
-       Dejémonos de falsas cortesías, señor Larkhon -indicó el tharkaniano-. Prosiga, Colt.
-       Sí. Lo que queremos que haga, señor Larkhon es que se infiltre en el barrio Berlín, encuentre a la persona en cuestión y que la traiga con nosotros -siguió Colt con la explicación de la misión-. Una persona como usted no tendrá problemas en llevar a buen puerto esta misión.
-       No, no los tendría -afirmó Jörhk-, pero todo requiere su pago correspondiente, y en este caso, debido al riesgo, va a ser alto. 
-    Supongo que un millón de créditos de la Confederación serán más que suficientes -dejó caer Colt, en cuya cara apareció una ligera sonrisa al ver la reacción de Jörhk.

Y no era para menos, un millón de créditos era una cantidad exorbitada para ese tipo de trabajo. Jörhk había pensado que le ofrecerían algo mucho más modesto, como unos veinte mil y si se jugaba bien sus cartas subirlo hasta ochenta mil o si lo hacía excelente alcanzar los cien mil. Pero un millón era algo que no había podido ni llegar a sospechar. Lo que le hacía pensar quien era esa persona que estaba en el barrio Berlín y que le hacía tan importante para la Armada. 

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