Ofthar estaba sirviendo algo de vino en un par de
copas cuando entró un soldado de su guardia.
-
Mi señor, dos soldados han llegado escoltando a un guerrero
capturado delgaducho -informó el miembro de la guardia.
-
Que lo hagan pasar -ordenó Ofthar, a lo que el centinela asintió y
se marchó de nuevo hacia fuera.
-
¿Quién es ese guerrero enemigo, Ofthar? ¿A qué estás jugando
ahora? -preguntó con familiaridad Mhista.
-
Era el único de los capturados que tuvo la osadía de mirarme a los
ojos, el resto se miraban la barriga o el suelo -explicó Ofthar-. Creo que un
guerrero como este muchacho merece algo mejor que una vida como siervo. La
armadura de la que hablabas, la cota que le había gustado a Velery, ¿la
reconocerías?
-
Claro -asintió Mhista, ya que la había separado del resto, por si
el apestoso de Velery se dejaba caer por las tiendas donde estaban almacenándolas.
-
Tráela, junto con un jubón nuevo, un casco, unas buenas botas, un
cinturón -pidió Ofthar-. También trae una espada larga y un hacha.
- ¿Qué
vas hacer, armarlo hasta los dientes? -se quejó Mhista, pero al ver la cara
seria de su amigo, añadió-. Ahora enseguida vuelvo con todo.
Mhista se acercó a la salida en el mismo momento que
introducían al muchacho en la tienda. Al pasar junto a él, Mhista le susurró
que era un guerrero con suerte, demasiada. El muchacho se limitó a escupir a
Mhista, que suspiró.
-
Gracias muchachos, podéis retiraros -agradeció Ofthar a los dos
soldados que habían traído al muchacho.
Los dos guardias dudaron en marcharse y dejar solo a
su señor con un enemigo, indefenso, pero que podía transformarse en cualquier
cosa. Pero los gestos de Ofthar les apremiaron para que se fueran, dejando a
Ofthar y al prisionero, solos. Ofthar se mantuvo algo alejado, mientras bebía
de su jarra de madera. El muchacho no le perdía de vista, con unos ojos
inyectados en sangre. Ofthar notaba su orgullo, pero a la vez detectaba un
ligero miedo. Dejó la jarra y de su cinturón desenvainó una pequeña daga. Se
aproximó al muchacho, le agarró de las ataduras y las cortó.
-
Así, mejor - murmuró Ofthar, al tiempo que guardaba su daga y se
alejaba del muchacho-. Supongo que tienes un nombre, guerrero.
El muchacho se limitó a escupir el suelo con cierta fuerza, aunque
no se acercó a la posición donde estaba Ofthar.
-
¡Oh vamos! Creo que he sido lo suficiente bueno para que no estés
todo el rato comportándote como un niño maleducado -se quejó Ofthar-. Me
gustaría que me ayudases en una cosa, pero si no estás a gusto, te puedo
devolver con el resto de esos perdedores con los que estabas antes. He creído
que una vida de esclavitud no es lo que te merecías. Ellos sí, pero tú no.
-
¿Qué es lo que quiere de mí tu señor? -dijo el muchacho con una
voz grave, pero con un ligero toque melodioso, algo que sorprendió a Ofthar.
-
¿Mi señor?
-
He oído que vuestro señor es un anciano que se deleita con los
cuerpos jóvenes -indicó el muchacho. Ofthar entendió la reticencia de éste por
querer quedarse allí. Seguro que el maldito Whaon había mentido sobre el pobre
Nardiok, un gobernante que se había embarcado en la guerra por las fechorías de
Whaon y los pactos con los señores de los prados.
- No sé
qué te maldades y falsedades te han contado, pero el señor Nardiok era un gran
gobernante y siempre fue fiel a sus esposas, más amante de la cultura que de
saciar sus deseos carnales -espetó Ofthar molesto-. Mi buen señor Nardiok
estará ahora con el gran Ordhin. Ahora yo soy el señor de los ríos y de las
llanuras. Y pronto de los prados. Y vuestro señor Whaon deberá pagar por toda
la sangre que ha decidido derramar. Pero eso ahora no importa. Vuelvo a hacer
mi pregunta, muchacho, tenéis nombre o te tengo que llamar Orthak.
El muchacho miró con incredulidad a Ofthar. Orthak era
el nombre que se usaba con aquellos que no tenían ninguno. Orthak era un
demonio que arrebataba los nombres y las almas de aquellos que se perdían en
las noches más oscuras. Era un nombre maldito y odiado por igual.
-
Me llamo Maynn -dijo el muchacho en voz baja, como si el nombre le
fuera indigno-. Maynn de Armne.
Ofthar le miró con detenimiento, pues no recordaba que
en el señorío de los pantanos existiera ese clan, Armne. Tal vez Whaon había
ascendido a nuevos clanes para llevar a cabo esta campaña, siempre se
necesitaban therks y tharns para dirigir las tropas. Aunque al volver a mirar
la poco cuidada cota de mallas de Maynn, el clan no debía ser muy poderoso, ni
rico.
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