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miércoles, 8 de enero de 2020

El dilema (6)

En el horizonte del séptimo día vio las torres de la muralla de Thymok, así como el humo de las chimeneas de los barrios exteriores. Por fin había vuelto a casa. Aunque no era feliz por ello. Había personas que tras estar mucho tiempo lejos de su hogar o su lugar de nacimiento, al retornar se ponían contentos. Pero en el caso de Alvho no era ese. Lo primero que haría sería buscar una posada, una que tuviera unas chicas interesantes. Había preguntado a los mercaderes sobre las posadas más interesantes. La habían hablado de cuatro. Dos estaban dentro de los muros de la ciudad, una era el “Orkkon sagrado” y la otra “La navegante”. Ambas eran modestas y podías conseguir una buena compañía para calentar el lecho nocturno. Fuera de los muros había varias, pero solo dos eran prometedoras, “La Mina” y “El guerrero”. No pertenecían a ninguna banda. Sino que eran lugares libres de conflictos. Ambas eran regentadas por antiguos guerreros y por ello se respetaba su independencia. Eran buenos lugares para reuniones entre líderes criminales sin que se rompieran treguas.

Si el trabajo hubiera estado en la ciudad, hubiera elegido el “Orkkon sagrado”, pero como habría que actuar en los barrios exteriores, era mejor quedarse fuera. Se separó de los mercaderes con buenos deseos y se encaminó a la posada elegida. Era una construcción de mayor calidad que las casuchas que la rodeaban. Por lo que ya existía antes de la expansión fuera de muros de Thymok. Es posible que fuera un almacén, o un granero reconvertido. También había escuchado que había algunas posadas fuera de los muros, lugares donde las caravanas podían detenerse y así no atascar las calles de Thymok.

La posada tenía un establo y los animales parecían bien cuidados. Cuando llegó un mozalbete se hizo cargo de las riendas e introdujo al animal dentro, según Alvho se apeó. Cuando preguntó cuanto el niño señaló al interior de la taberna, sin emitir sonido alguno por su boca. Alvho asintió y entró en el edificio. Para sorpresa de Alvho, el interior estaba bastante limpio. La decoración eran motivos militares. Espadas, escudos, hachas, viejos banderines y algunos tapices que representaban escenas de batallas. 

Se dirigió a la barra de la taberna, donde un hombretón, de unos cuarenta o cincuenta años, tuerto del ojo derecho, limpiaba con un paño la superficie de madera. Al ver acercarse a Alvho, intentó poner su mejor sonrisa.

-       ¿Eres el encargado o el dueño? -preguntó Alvho, que no quería perder mucho tiempo.
-       Soy el dueño, Shelvo -dijo el hombretón-. ¿Qué deseas?
-       Quiero alojamiento para mí y para mi montura por una semana -indicó Alvho.
-       Para ti y tu caballo, por una semana, bien, son ocho monedas de plata, amigo -dijo ufano Shelvo. El precio era modesto, incluso barato para habitación y establo por una semana.
-       Me parece bien, Shelvo -afirmó Alvho, lo que hizo que el hombretón sonriera más y aparecieran huecos en su dentadura.
-       Lo único es que cobró por adelantado, sobre todo a los extranjeros con tu apariencia -advirtió Shelvo.
-       ¿Con mi apariencia? -preguntó interesado Alvho, al tiempo que buscaba en su bolsa las monedas requeridas. 
-    No eres el primer extranjero que viene estos días, llamados por el oro fácil que los señores de la ciudad prometen -indicó Shelvo-. Pero no duráis mucho, le tocáis las narices a la persona equivocada, os creéis con más derecho que otros y aquí no se lo toman muy bien. Así que prefiero cobrar por adelantado o no podré cobrarle el dinero a un muerto.

Sin duda el posadero era cuidadoso. Pero se equivocaba en suponer que Alvho era como los otros matones y asesinos que estaba atrayendo la ciudad con la situación actual. Dejó las monedas sobre la barra y Shelvo las cogió con un movimiento rápido que solo los dueños de estos negocios eran capaces de llevar a cabo.

-       La verdad, amigo es que yo soy un bardo itinerante -dijo Alvho, como si las advertencias de Shelvo no fueran con él-. No querrás tal vez que por las noches amenice un poco tu local. 
-    Si quieres cantar, canta, pero te advierto que no te voy a reducir ni una moneda de cobre el precio de la taberna -espetó Shelvo-. También te digo que mi clientela es un poco difícil, si no le gusta lo que sale de tu garganta, lo más seguro es que te la corten.

Alvho se limitó a sonreír, pero de Shelvo solo parecían venir amenazas veladas. Al final, le entregó una llave y le dijo el número de la habitación. Alvho estuvo tentado de preguntar dónde podría encontrar a alguna muchacha interesante, pero como no estaba con ganas de escuchar otra idiotez del posadero, se marchó a ver la habitación. Luego quería entrar en la ciudad para hablar con Attay. 

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