En el horizonte del séptimo día vio las torres de la
muralla de Thymok, así como el humo de las chimeneas de los barrios exteriores.
Por fin había vuelto a casa. Aunque no era feliz por ello. Había personas que
tras estar mucho tiempo lejos de su hogar o su lugar de nacimiento, al retornar
se ponían contentos. Pero en el caso de Alvho no era ese. Lo primero que haría
sería buscar una posada, una que tuviera unas chicas interesantes. Había
preguntado a los mercaderes sobre las posadas más interesantes. La habían
hablado de cuatro. Dos estaban dentro de los muros de la ciudad, una era el
“Orkkon sagrado” y la otra “La navegante”. Ambas eran modestas y podías
conseguir una buena compañía para calentar el lecho nocturno. Fuera de los
muros había varias, pero solo dos eran prometedoras, “La Mina” y “El guerrero”.
No pertenecían a ninguna banda. Sino que eran lugares libres de conflictos.
Ambas eran regentadas por antiguos guerreros y por ello se respetaba su
independencia. Eran buenos lugares para reuniones entre líderes criminales sin
que se rompieran treguas.
Si el trabajo hubiera estado en la ciudad, hubiera
elegido el “Orkkon sagrado”, pero como habría que actuar en los barrios
exteriores, era mejor quedarse fuera. Se separó de los mercaderes con buenos
deseos y se encaminó a la posada elegida. Era una construcción de mayor calidad
que las casuchas que la rodeaban. Por lo que ya existía antes de la expansión
fuera de muros de Thymok. Es posible que fuera un almacén, o un granero
reconvertido. También había escuchado que había algunas posadas fuera de los
muros, lugares donde las caravanas podían detenerse y así no atascar las calles
de Thymok.
La posada tenía un establo y los animales parecían
bien cuidados. Cuando llegó un mozalbete se hizo cargo de las riendas e
introdujo al animal dentro, según Alvho se apeó. Cuando preguntó cuanto el niño
señaló al interior de la taberna, sin emitir sonido alguno por su boca. Alvho
asintió y entró en el edificio. Para sorpresa de Alvho, el interior estaba
bastante limpio. La decoración eran motivos militares. Espadas, escudos,
hachas, viejos banderines y algunos tapices que representaban escenas de batallas.
Se dirigió a la barra de la taberna, donde un
hombretón, de unos cuarenta o cincuenta años, tuerto del ojo derecho, limpiaba
con un paño la superficie de madera. Al ver acercarse a Alvho, intentó poner su
mejor sonrisa.
-
¿Eres el encargado o el dueño? -preguntó Alvho, que no quería
perder mucho tiempo.
-
Soy el dueño, Shelvo -dijo el hombretón-. ¿Qué deseas?
-
Quiero alojamiento para mí y para mi montura por una semana
-indicó Alvho.
-
Para ti y tu caballo, por una semana, bien, son ocho monedas de
plata, amigo -dijo ufano Shelvo. El precio era modesto, incluso barato para
habitación y establo por una semana.
-
Me parece bien, Shelvo -afirmó Alvho, lo que hizo que el hombretón
sonriera más y aparecieran huecos en su dentadura.
-
Lo único es que cobró por adelantado, sobre todo a los extranjeros
con tu apariencia -advirtió Shelvo.
-
¿Con mi apariencia? -preguntó interesado Alvho, al tiempo que
buscaba en su bolsa las monedas requeridas.
- No
eres el primer extranjero que viene estos días, llamados por el oro fácil que
los señores de la ciudad prometen -indicó Shelvo-. Pero no duráis mucho, le tocáis
las narices a la persona equivocada, os creéis con más derecho que otros y aquí
no se lo toman muy bien. Así que prefiero cobrar por adelantado o no podré
cobrarle el dinero a un muerto.
Sin duda el posadero era cuidadoso. Pero se equivocaba
en suponer que Alvho era como los otros matones y asesinos que estaba atrayendo
la ciudad con la situación actual. Dejó las monedas sobre la barra y Shelvo las
cogió con un movimiento rápido que solo los dueños de estos negocios eran
capaces de llevar a cabo.
-
La verdad, amigo es que yo soy un bardo itinerante -dijo Alvho,
como si las advertencias de Shelvo no fueran con él-. No querrás tal vez que
por las noches amenice un poco tu local.
- Si quieres
cantar, canta, pero te advierto que no te voy a reducir ni una moneda de cobre
el precio de la taberna -espetó Shelvo-. También te digo que mi clientela es un
poco difícil, si no le gusta lo que sale de tu garganta, lo más seguro es que
te la corten.
Alvho se limitó a sonreír, pero de Shelvo solo
parecían venir amenazas veladas. Al final, le entregó una llave y le dijo el
número de la habitación. Alvho estuvo tentado de preguntar dónde podría
encontrar a alguna muchacha interesante, pero como no estaba con ganas de
escuchar otra idiotez del posadero, se marchó a ver la habitación. Luego quería
entrar en la ciudad para hablar con Attay.
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