Tras la negativa de Alvho por más información, la
reunión se dio por terminada. El primero en marchar fue Attay y tras un rato,
el mudo vino a por Alvho y lo llevó de vuelta a la taberna. Como no tenía nada
mejor que hacer y parecía que Attay se había esfumado, por lo que no podría
seguirlo hasta la verdadera sede del gremio, retornó a su posada. Era hora de
hacerse pasar por lo que decía que era, un bardo itinerante.
Comió algo en el comedor, para observar a los
parroquianos habituales. De esa forma ir escuchando rumores o noticias, pero no
obtuvo mucho. Después, le preguntó a Shelvo si podía deleitar a los clientes
con su música. Este se encogió de hombros, permitiéndole hacer lo que quisiera.
Incluso le pareció que se ponía en la barra, para ver cómo los clientes le
abuchearan tras la primera canción. Pero se llevó una decepción, pues no solo
no fue abucheado, sino que pidieron que volviera a tocar. Pronto su curiosa voz
y la música del laúd, animaron a los clientes, entrando nuevos atraídos por
ambas. Las canciones fueron en aumento, al igual que los clientes, mientras
fuera la tarde daba paso a la noche. En el primer descanso que se tomó, con las
quejas de los clientes, Alvho se dirigió a la barra a pedir un poco de vino
para aclarar la voz. Shelvo sacó una jarra de debajo de la barra y sirvió su
contenido en una copa de madera.
-
Invita la casa -dijo Shelvo un poco rencoroso.
Alvho probó el contenido y se quedó estupefacto. Al
principio, pensó que Shelvo le daría algún vino de mala calidad que tenía para
los borrachos que ya no entendían de un tipo u otro. Ya que solía ser algo
habitual en los posaderos invitar con ese tipo de caldos. Pero lo que sintió su
paladar fue otra cosa. Era un vino de buena calidad. Si no se equivocaba tenía
que ser importado de los señoríos norteños, como el de los ríos o el de los
mares. O tal vez de más al norte, más allá del gran río, donde se decía que
había un gran reino unificado, uno como el que se decía que fue en algún
momento el sur, el reino de las leyendas que cantaba en ocasiones, cuando el
público se volvía nostálgico.
Tras probar el vino, miró a los ojos de Shelvo y vio
que parecían impacientes, por lo que apuró su copa y regresó al taburete,
recuperando su laúd y la atención de unos clientes más contentos. La juerga
duró por varias horas más. Cuando los últimos rayos del sol desaparecieron, la
clientela fue cambiando. Los que eran trabajadores en los talleres y hornos se
fueron marchando, así como los que dormían en la posada. En su lugar
aparecieron hombres más jóvenes y de aspecto más pendenciero. Entre ellos,
divisó a uno mucho más mal encarado, que recibía miradas de terror y respeto.
Sin duda tenía que ser el líder de la banda que controlaba esta zona. Aparte de
estos hombres, también aumentó el número de camareras con vestidos más livianos
y apretados. Claramente los parroquianos habían cambiado y querían otras
atenciones.
El líder de la banda se acercó a la barra y estuvo
conversando con Shelvo. Alvho sabía que él era uno de los temas que trataban
los dos hombretones. Shelvo, como veterano en ese juego de supervivencia, era
más cuidadoso, pero el otro miraba cada poco a Alvho. Al final el hombretón se
acercó a una mesa donde había un par de jóvenes más serios que el resto. Allí
se dejó atender por las muchachas. Incluso una se dejó caer sobre las rodillas
del hombretón.
El espectáculo de Alvho fue perdiendo el interés y
antes de que los jóvenes se enfadasen, Alvho se dejó sustituir por un par de
músicos y una bailarina. Alvho se acercó a la barra y le pidió a Shelvo un poco
de ese vino de antes, pero el posadero dijo que no sabía de qué hablaba. Alvho
asintió con una sonrisa.
-
En ese caso una jarra de cerveza, Shelvo -indicó Alvho.
-
Marchando -asintió Shelvo, que bajó la voz y añadió-. Ten cuidado,
pero el jefe Tharka se ha interesado en ti. Si esperabas pasar desapercibido en
el barrio no ha sido tu mejor estrategia.
- Puede
ser -musitó Alvho, cuando Shelvo dejó la copa de cerveza ante Alvho.
Shelvo se movió con rapidez a otra zona de la barra, a
atender a otros clientes o por lo menos a simular que lo hacía pues estos
llevaban ya un rato durmiendo sobre la madera. Alvho se dispuso a saborear la
cerveza, aunque esperaba algo con el mismo sabor que un meado de gatos. Sus
labios acababan de tocar la bebida cuando a su lado se sentó una muchacha que
Alvho había visto rondando la mesa de Tharka.
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