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domingo, 5 de enero de 2020

El conde de Lhimoner (31)

Los estudiosos estuvieron trabajando bajo la atenta mirada del prefecto, pero no parecía que eso les hiciera hacerlo más rápido o les pusiera nerviosos. Ahlssei se había quedado solo, situado más cerca de los caballos. Ocasionalmente se aproximaba a él Fhahl, pero como no sabía cómo iniciar una conversación con el adusto capitán de la guardia, se marchaba al poco, retornando cada rato, mientras hacía un curioso camino. Al final, uno de los estudiosos dejó lo que hacía y se dirigió hacia el prefecto. Ahlssei decidió que él también debía saber lo que tenía que decir el hombre del prefecto.

-       Señor, tenemos una idea inicial de la muerte, pero el maestro Hervolk deberá decir la última palabra -dijo el estudioso, tras un respetuoso carraspeo, para llamar la atención de su jefe.
-       Bien, Jhamahl, que tenéis -ordenó Beldek, con un gesto serio.
-       La víctima ha muerto porque se ha roto el cuello -sentenció Jhamahl-. Han querido hacerlo pasar por un caída, un accidente, pero no es así. Por la posición, no ha podido ser natural, no podía haber caído de ninguna forma realista para quedar como se presentaba el cuerpo.
-       ¿Tal vez los guardias que han llegado primero lo han movido? -indicó Beldek.
-       Podría haber ocurrido, pero el sargento Fhahl ha informado que el cuerpo no se ha tocado, los guardias conocen los métodos de nuestra división y no han tocado nada -añadió Jhamahl.
-       ¿Algo más? -inquirió Beldek.
-       Hay una extraña marca en la parte inferior del cuello, bajo la nuca, en la misma zona donde se ha producido la fractura mortal -señaló el estudioso-. El maestro Hervolk deberá estudiarla, señor. ¿Procedemos a levantar el cuerpo? 
-    Si han terminado aquí, llévenlo a nuestra morgue -mandó Beldek.

El estudioso se limitó a asentir con la cabeza. Le hizo un gesto a su compañero y este colocó una camilla de tela blanca junto al cuerpo. Uno cogió los pies y otro de los hombres. Levantaron el cuerpo, entre los dos, lo que indicaba que el muerto no era muy pesado. Al moverlo, las ropas se mecieron con la ligera brisa y se escuchó el sonido de algo metálico al golpear con el suelo. Beldek y uno de los estudiosos miraron hacia el suelo. Con la luz de los faroles, brilló un trozo de metal plateado entre los adoquines. Beldek se adelantó y tras agacharse, recuperó un aro de plata, con el símbolo de Rhetahl en su interior, unido por varias nerviaciones al aro.

-       ¿Qué ha encontrado? -quiso saber Ahlssei.
-       Parece un amuleto de plata de Rhetahl -murmuró Beldek-. Parece que lo ha perdido algún sacerdote. Parece que va siendo hora de llamar a cierto ayudante del sumo sacerdote. ¡Fhahl!
-       Sí, prefecto -asintió el aludido que apareció de la nada tras Ahlssei.
-       ¿El sacerdote retratado por Ulbahl ha sido reconocido por alguien?
-       El fallecido no, pero me dio la descripción de otro sacerdote -informó Fhahl-. Pero en el burdel le han reconocido como el otro cliente de la primera víctima.
-       Bien, llévate una escuadra y detén a Bhilsso de Uahl -ordenó Beldek, ante la sorpresa de Ahlssei.
-       ¿Bajo qué delito lo vais a detener? -quiso saber Ahlssei, que pensaba que los sentimientos del prefecto por la muerte de su amigo le estaban empezando a nublar su sentido común. Que fuera el otro cliente habitual de la prostituta no le hacía ser el asesino. La relación era muy curiosa, pero no era prueba suficiente para su encarcelamiento. El sumo sacerdote pondría una queja contra el prefecto y eso era algo que la investigación no necesitaba-. Tal vez sería mejor…
-       Capitán Ahlssei, recuerde que está aquí como mi invitado, pero no dirige esta investigación -le cortó Beldek-. Se le detiene por su participación en la parte criminal de esta investigación. Así que Fhahl, diríjase inmediatamente a cumplir mi mandato. Yo me voy al cuartel. Estaré esperando allí nuevas de todo esto. Usted, capitán, es libre de hacer lo que quiera. 
-    Como quiera, prefecto -espetó Ahlssei, molesto por el cambio de actitud del prefecto, aunque estaba seguro que Beldek estaba así por la muerte del bibliotecario.

El prefecto se dirigió hacia su montura, sin esperar a nadie. Los estudiosos cargaban el cuerpo en su carro, bajo la mirada de Fhahl, mientras que los soldados de la milicia cerraban el espacio que habían mantenido, concentrándose alrededor del carro y los oficiales que quedaban allí, aun. Pero pronto se marcharían todos. Ahlssei se acercó a Fhahl.

-       Sargento, en cuanto pueda, lo antes posible, podría entregar la descripción que le dio el fallecido al joven Ulbahl, a ver si es capaz de hacer unos bocetos del individuo que conoció el maestro Farhyen -pidió Ahlssei, intentando parecer que no daba órdenes.
-       Tiene razón, capitán, se lo daré lo antes posible, Ulbahl puede crear unos retratos con estos datos -asintió Fhahl, algo más alegre que tras las secas palabras del prefecto-. Tal vez el tal Bhilsso reconozca al otro. 
-    Tal vez, sargento, suerte con su detención -indicó Ahssei.

Con su deber realizado, Ahlssei tomó su caballo y se marchó de allí, quería hablar con alguien, antes de que toda la investigación se fuera a la porra. 

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