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sábado, 4 de septiembre de 2021

Aguas patrias (52)

Al final, don Rafael se había equivocado, la nave descubierta se percató de la presencia de la escuadra y puso pies en polvorosa. Durante horas la escuadra se fue abatiendo hacia la costa, con intención de acorralar la huidiza presa. Incluso aventuraron al Windsor para que obtuviera algún dato que se le escapaba a la escuadra. Y esto fue lo que provocó más sorpresa en todas las cubiertas. 

-   Capitán, mensaje del Windsor -informó Torres. 

-   Adelante, señor Torres -ordenó Eugenio, buscando con su catalejo la posición del cúter. 

-   Nave identificada, Santa Ana -dijo Torres. 

-   ¿Qué? -inquirió Eugenio, sorprendido-. ¿La Santa Ana? 

-   Eso dice el mensaje, señor -asintió Torres. 

-   Señor Torres, mensaje al Windsor -indicó Eugenio-. “se está seguro de esa identificación”.

El joven guardiamarina se alejó, se encargó de seleccionar los banderines y los hizo ascender por la driza. Tras lo que se puso a observar. 

-   Sí, capitán, identificación positiva, señor -afirmó al poco Torres. 

-   Entendido -indicó Eugenio-. Nuevo mensaje al Windsor: “Que se pase el numero de seguridad del Santa Ana, junto a orden de reunirse con la escuadra”. Torres indica que se haga con el máximo de relevancia. Don Rafael quiere aquí a la fragata. 

-   Así se hará capitán -aseguró Torres, antes de regresar a la driza de banderines, donde cambió el juego de ellos.

Eugenio vio cómo las señales se alzaron, como el Windsor daba acuse de recibo y se alejaba un poco más para que la Santa Ana les viese. Pudo ver cómo pasaban el mensaje. Incluso disparaban algún cañonazo. Pero tras eso el tiempo empezó a pasar y no parecía que la situación de la Santa Ana fuera diferente. Seguía huyendo como una loca. No había cambiado el rumbo hacia la escuadra. Eugenio no podía creer lo que pasaba. El capitán Juan Manuel estaba recibiendo órdenes directas y no las acataba.

Unas horas después, la fragata seguía manteniendo su singladura, escapando de la escuadra. A Eugenio no le quedó otra que informar al Vera Cruz. 

-   Señor Torres, avise al Vera Cruz, primer teniente a popa, he de pasarle un mensaje -ordenó Eugenio-. Traigan mi bocina.

Un marinero le trajo una bocina de latón que usaban los oficiales para hablar con los de otros barcos cuando estaban tan cerca uno de los otros. Como la Sirena iba justo tras el Vera Cruz, podrían hablarse con las bocinas, sin tener que usar las señales. Eugenio no quería que todos los oficiales de la escuadra supieran que estaban persiguiendo a la Santa Ana y que esta no se atenía a las señales y las órdenes que le lanzaba la Sirena, en representación del Vera Cruz. Sin duda iba a montarse un buen lío cuando Marcos informase a don Rafael de que el capitán Juan Manuel desoía las llamadas del comodoro. 

-   Buenos días, capitán -saludó Marcos con su bocina. 

-   Buenos días, señor Heredia -correspondió a la cortesía del teniente-. Debe informar al comodoro que se ha identificado la presa como la Santa Ana. 

-   ¿La Santa Ana? -repitió Marcos, para que Eugenio ratificase ese dato, no porque no lo hubiese escuchado, sino por las normas. 

-   Sí, la Santa Ana, señor Heredia -asintió Eugenio-. También indiquele que le hemos mandado órdenes explícitas por medio del Windsor, incluyendo cañonazos, para que cambiase el rumbo y se aproximara a la escuadra. La Santa Ana ha desoído las señales y sigue huyendo. Informe al comodoro. 

-   Sí, capitán -afirmó Marcos, que resumió el mensaje-. Identificada Santa Ana como la presa, órdenes de retornar a la escuadra. Santa Ana se ha negado a acatarlas. 

-   Eso es señor Heredia. Que tenga un buen día -se despidió Eugenio, bajando la bocina.

Con las noticias pasadas por medio de las bocinas, la rebeldía de la fragata quedaba solo como algo conocido dentro de las dos naves, aunque estaba seguro que pronto, de alguna forma, sabrían de lo que acontecía el resto de la escuadra, porque este tipo de noticias se extendía con velocidad pasmosa entre las tripulaciones de los diversos barcos, que en realidad eran las de los dos barcos principales, repartidos como podían.

Desde su posición, vio como el teniente Heredia desaparecía hacia el interior del barco, para llevar las nuevas a su capitán. Pronto sabrían lo que decidiría el comodoro. Que al final fue una orden para que tanto Eugenio como el capitán Menendez se reunieran con él para comer. La invitación dejó sorprendido a Eugenio que había supuesto que le ordenaría que fuera al encuentro de la Santa Ana y tal vez regresase con el capitán Juan Manuel encadenado. Pero en su lugar le había invitado a comer. Así que se fue a su camarote para cambiarse de uniforme, por el más formal, para comer con el comodoro.

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