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sábado, 11 de septiembre de 2021

Aguas patrias (53)

La comida en el camarote del comodoro fue más una reunión de trabajo, ya que se habló mucho del informe oficial sobre lo ocurrido en Antigua que una comida social. Don Rafael les indicó a qué oficiales iba a favorecer. No solo los oficiales de la marina iban a salir bien parados. Los de la milicia iban a recibir también ascensos. Eugenio había indicado que todos sus oficiales se habían comportado con gran acierto y al final, don Rafael había resumido todo un poco y que iba a intentar que el teniente Salazar recibiese un ascenso por parte del gobernador. Lo más seguro es que la Lady of South fuera su premio u otra corbeta. En el puesto de Santiago había un par de embarcaciones que podrían ser el primer mando del teniente Salazar. Además don Rafael quería ascender al teniente Heredia por su gran trabajo en la defensa del Vera Cruz. 

-   La Diane debería ser un buen premio para el teniente Heredia -indicó el capitán Menendez, que no quería quedarse fuera de la conversación. 

-   Es demasiado buen premio -negó don Rafael-. Me temo que el gobernador tendrá a algún capitán para ella. Ya aceptó que el capitán Casas se hiciera con la Sirena. Me temo que si le llevo otro capitán, se enfade conmigo. No Heredia y Salazar deberán comenzar con corbetas. Si se les da bien, ya irán subiendo en el escalafón. 

-   En la milicia es más fácil subir de rangos -se rió Menendez-. Me parece que los marinos lo liáis demasiado. 

-   Puede ser -asintió don Rafael, que decidió cambiar de tema-. ¿El Windsor sigue vigilando a la Santa Ana? 

-   Sí, me siguen enviando señales con su posición -afirmó Eugenio-. Siguen un rumbo parecido a esta mañana. Pero siguen haciendo oídos sordos a las señales del Windsor. ¿Queréis que mande la Sirena a cazarlos? 

-   ¿Y traer a Juan Manuel encadenado? -inquirió burlón don Rafael-. Mejor no. Por ahora seguimos un rumbo parecido. Nos lo encontraremos ante la Isla Beata. Aunque podría ser que sí fuera un enemigo. 

-   ¿Creéis que los ingleses podrían haber tomado la fragata? -quiso saber Eugenio. 

-   Podría ser la explicación por la que no nos hacen caso -indicó don Rafael-. Aunque claro, podría ser que las señales son un artificio y los ingleses somos nosotros. Espero que Juan Manuel tenga una buena explicación para esto.

Eugenio y el capitán Menendez le comentaron que estaban muy de acuerdo con ese pensamiento de don Rafael. Pero decidieron que era mejor esperar a que el capitán de la Santa Ana se presentase a explicarse. Por ahora podían difamar a un hombre solo porque no estaba ahí para defenderse. Eugenio pensó que el capitán Menendez estaba siendo muy comprensivo con el capitán Juan Manual, y eso que tenían cuentas pendientes.

Al final, hablaron de otras batallas en las que habían estado. Sin duda era don Rafael el que podía contar cosas más interesantes, con tantos años en la mar. El capitán Menendez se disculpó, y se marchó alegando que tanto alcohol ya no era bueno para alguien como él. 

-   ¿Supongo Eugenio que tendréis ganas de regresar a Santiago? -rompió su silencio don Rafael una vez que Menendez se hubo marchado. 

-   No sé a qué se refiere, señor -se hizo el despistado Eugenio, aunque sí que deseaba regresar al puerto-. Mi sitio es donde estén las órdenes. 

-   ¡Hum! Está bien ser político de vez en cuando, capitán -indicó don Rafael, esperando no haberse metido donde no le llamasen y haber ofendido a su subordinado. Pero la verdad es que tenía interés por saber lo que tenía en la mente-. Me contaron que habéis conocido a una joven en la isla.

Eugenio que estaba bebiendo un poco de Oporto casi se atragantó al escuchar las insinuaciones de don Rafael. 

-   Bueno, señor, es una joven maravillosa, la que conozco en la isla -afirmó Eugenio, intentando no parecer demasiado interesado en ella, ni quedar como un mujeriego-. Pero si mi deber es estar en el mar, allí estaré. 

-   Pero bueno, Eugenio, no os estoy intentando censurar -se quejó don Rafael-. Además, estáis en esa edad de contraer matrimonio. 

-   ¿Matrimonio? -repitió Eugenio sobresaltado. La verdad es que en los últimos días, mientras hacía guardias y paseaba en soledad por el alcázar de la Sirena había sopesado esa posibilidad. Pero no era él quien debía aceptar. 

-   Matrimonio, sí -asintió don Rafael-. Así que si tenéis esa idea, sabed que os apoyaría. Si necesitáis convencer a su padre de vuestro buen hacer, no dudéis en contar con mi apoyo. 

-   Eso os honra -dijo Eugenio, conmovido por las palabras de don Rafael. Aunque poco a poco, entre el éter del alcohol recordó que don Rafael ya conocía al padre de Teresa, incluso estaba seguro de que eran amigos o algo más. Podría ser que fueran familia. Se apellidaban parecidos. 

-   Pues decidido, cuando regresemos a Santiago, comeremos con ellos, ¿qué le parece? 

-   Me parece bien, capitán -contestó Eugenio, que no estaba seguro de lo que implicaba esa comida y el papel que don Rafael quería llevar.

La comida duró durante un rato más, pero luego el cirujano apareció, indicando que el capitán se había tomado más tiempo del necesario y que eso le podría hacer caer en una recaída. Eugenio se despidió y regresó a la Sirena.

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