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martes, 21 de septiembre de 2021

El dilema (94)

El ejército de vanguardia había sido el primero en movilizarse. En silencio habían salido de la fortaleza del norte, vestidos para la guerra. Con sus pesados escudos, las lanzas, las hachas y todo tipo de espadas. Habían cruzado entre los otros hombres que se desperezaban y les miraban con resignación, pero con respeto. Veían hombres que iban a hacer su trabajo. Alvho y sus hombres iban los primeros, como si fueran guerreros de otra época. 

-   Aibber sitúa a arqueros a ambos lados de la puerta -ordenó Alvho cuando pasaron por en nuevo arco en construcción de la puerta de la ciudadela, señalando las puertas de la empalizada-. Los hombres en las zonas designadas. Y Aibber que sean los mejores arqueros. El resto tras las trampillas. No quiero accidentes. 

-   Sí, mi therk -respondió Aibber, separándose de Alvho, gritando las nuevas órdenes. 

-   ¡Abridla! -gritó Alvho a un par de hombres que tenía cerca, señalando las puertas de la empalizada. 

-   ¿Qué? preguntaron los guerreros sorprendidos. 

-   ¡Qué abráis las putas puertas! -gritó Alvho.

Un grupo de guerreros se encargaron de quitar la tranca y abrir las pesadas puertas de madera. Alvho salió al exterior y observó la planicie que había delante de él. Aún quedaban los rastros de la batalla del día anterior, restos de armaduras, los huesos de los caballos y alguna flecha que no había podido ser recuperada por ser inservible. El canciller había ordenado la mañana anterior recuperar todo lo que podría servir para la nueva batalla que iba a ocurrir.

Alvho dio unos pasos hacia fuera, mirando lo que había. En el suelo vio una flecha de los Fhanggar, una de esas con el asta pintado de negro y las plumas también tintadas. Se agachó y la cogió, jugando con ella en la mano, mientras se movía rítmicamente. Parecía un hechicero haciendo algún tipo de promesa a los dioses, una que estuviera plasmada de sangre. Estaba haciendo su actuación cuando escuchó los pasos de unas botas que venían por su espalda, desde el interior de la ciudadela. 

-   Therk Alvho, el tharn Asbhul y el canciller Gherdhan se preguntan qué diablos está haciendo con la puerta abierta -dijo el recién llegado, un enlace del estado mayor, un joven guerrero poco curtido pero ágil para moverse por la batalla venidera, que señaló algo al fondo de la planicie-. Los Fhanggar están aquí. 

-   Estoy estirando las piernas, y los Fhanggar que vengan si tienen lo que hay que tener -respondió Alvho-. Puedes llevar mi mensaje al tharn.

El joven se lo quedó mirando asombrado. Tardó un poco en decidirse si debía o no llevarse ese mensaje al canciller. Como parecía que Alvho no le iba a hablar más, y el enemigo estaba a la vista, prefirió dejar de exponer su pellejo. El joven se marchó y Alvho siguió bailoteando hasta que se quedó mirando a los Fhanggar que era una línea negra al otro lado de la planicie, en las laderas de las colinas más cercanas. Alvho levantó la flecha Fhanggar y la rompió sobre su cabeza, bajó los trozos, los escupió y los tiró al suelo. Esperaba que esa teatralidad enfadase al enemigo, lo suficiente para que se lanzase a un ataque alocado. Regresó al interior de la empalizada. 

-   ¡Cerrad y bloquead las puertas! -ordenó Alvho.

Los guerreros cerraron a toda prisa las puertas y colocaron las trancas. Luego empezaron a colocar sacos de tierra, que habían llenado con anterioridad, por orden de Dhalnnar, que había convencido al canciller que era la mejor forma para asegurar una puerta. 

-   ¿Los hombres están listos? -preguntó Alvho, acercándose a Aibber y recuperando su escudo. 

-   En formación -respondió Aibber. 

-   ¿El resto de regimientos? 

-   Ya están también en sus posiciones. Parece que ver a nuestros chicos listos para matar, les han hecho querer venir a la lucha -indicó Aibber. 

-   ¡Ja ja ja! -se rió con fuerza Alvho, volviéndose a sus hombres-. ¡Muchachos! ¡Parece que hemos dado envidia al resto de guerreros! ¡Nuestra apariencia de héroes del pasado les ha hecho despertar! ¡Vamos a enseñarles lo que son los guerreros de las Montañas! ¡Muerte y gloria! 

-   ¡Muerte y gloria! -repitieron todos los guerreros del ejército de vanguardia.

Desde una de las torres que se habían construido para situar las nuevas armas de asedio, donde estaba Dhalnnar con Alhanka, escucharon los gritos del ejército de vanguardia. 

-   Alvho puede ser muchas cosas, pero tiene el don de la palabra y el momento -aseguró Dhalnnar-. Sus hombres lucharán como verdaderos demonios. 

-   Espero que así sea, pues ha retado a los Fhanggar -anunció Alhanka. 

-   ¿A qué te refieres? 

-   Lo de romper la flecha es una maldición y a la vez un reto para los Fhanggar -explicó Alhanka-. Les llama a luchar y si pierden huirán, pues Alvho se ha encomendado a los dioses de los Fhanggar. A los de la guerra y a los de la muerte. Ellos también lucharán como unos locos.

Dhalnnar miró a Alhanka y decidió que era un buen momento para lanzar una plegaría a Rhetahl, el dios supremo de todos los que pudieran existir.

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